05/Marzo/20
Las luciérnagas -decía -, las luciérnagas son estrellas caídas. Yo era aún tan pequeña que no me dejaban quedarme despierta, y las noches de verano eran tan largas... El sol atravesaba las ranuras de las persianas durante al menos dos horas. Se desliza suavemente por la alfombra y subía por los barrotes de mi cama; y después, de golpe, la bola de cobre clavada en el techo empezaba a brillar. Sabía que me perdía lo más bonito, ese instante en que el sol se hunde en el mar, en que el mar parece vino, o sangre. Entonces me hacía un nudo en el camisón, ¿sabes? Muy apretado a la cintura. Y bajaba agarrándome al emparrado. Como un mono. Y corría hasta el final del campo, desde donde se veía el mar. Luego, cuando ya había oscurecido, me columpiaba en la acera, que siempre dejaban abierta, detrás de donde se criaban los gusanos de seda... Allí los vi. Llegaron de golpe. O salieron de la tierra, nunca lo supe. Silenciosas suspendidas en el aire, posadas en briznas de hierba... Me quedaba muy quieta, ni si quiera me atrevía a respirar. Estaba en medio de las estrellas.
~La chica que leía en el metro
