0. alpha

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YeonJun se sentía sumamente emocionado y aterrado a grandes rasgos. Su estomago era un revoltijo de emociones tanto excitantes como deprimentes, era simplemente demasiado para asimilar en tan poco tiempo, encontraba todo confuso y abrumador. Pero no había tiempo para llorar o lamentarse, no tenía tiempo para pensar si llegaría a ser un grandioso Alfa como su padre.

Tenía la teoría en su cabeza, sabía como actuar en todas las situaciones posibles, pero jamás había tenido alguna especie de práctica o siquiera algo parecido a ello. En su manada, los mayores cuidaban de los menores y había sido bastante mimado a lo largo de su vida, pero sabía que eso era lo correcto, aunque había desatado demasiadas discusiones y peleas, su padre solo quería proteger aquello que con tanto cuidado y amor se había encargado de crear: su manada entera y el fruto de ella, los niños.

Podía sentir ese nudo en su garganta impedirle respirar normalmente, y sabía que era el dolor de haber tenido que dejar a su manada atrás.

Pero la emoción en su pecho acallaba cualquier otro sentimiento negativo que pudiera albergarse en él, puesto que su felicidad y su orgullo eran más grandes que cualquier otra cosa. Ya quería conocer a los futuros miembros de su manada, quería olerlos y abrazarlos y protegerlos, quería fecundarlos y marcarlos, quería crecer junto a ellos. Su cuerpo entero se erizaba de solo imaginarlo, y sabía que era el lobo en su interior pidiéndole que se apresurara, que no tenían tiempo que perder y que debían de encontrar a su familia en ese mismo momento. La inquietante necesidad en sus caninos y en cada fibra temblorosa de su cuerpo de marcar iba a volverlo loco. Pero debía mantener la calma y concentrarse en su tarea.

Habían pasado dos días enteros recorriendo cada vez más y más lejos del territorio de su padre. Había acampado solo y en las noches oía tantos ruidos que no se sentía capaz de descansar completamente, era desesperante.

Había sentido una gran cantidad de aromas y hedores mientras se paseaba por el bosque con la intención de no meterse en territorio de las manadas ya establecidas, pero ningún Alfa, ni Omega, ni Beta. Se sentía algo decepcionado, pero lo más lógico sería que todos habían tenido la misma idea de alejarse de los territorios tomados. De todos modos tenía miedo, y la necesidad incontrolable de lanzar sus cosas y largarse a llorar ahí mismo, ¿por qué las cosas no eran más fáciles? La ansiedad y el temor que su corazón sentía de quedarse solo y sin miembros para su manada, sus sentimientos eran tan intensos que en cualquier momento su cuerpo se partiría a la mitad.

Existían Alfas intimidantes y aterradores, fríos y distantes, pero el solo era una bolita de amor que quería repartir muchos abrazos y calidez a su manada en ese instante. Se sentía tan incompleto, algo que jamás en su vida había sentido, pero debía llenar ese vacío que su lobo sufría en silencio. Debía encontrar a su familia o se deprimiría y-

Sin embargo, y de un segundo a otro, sus fosas nasales inhalaron de una manera tan violenta y abrupta, de forma inconsciente, que sus pulmones tomaron el aroma en una milésima de segundo, y todo en él se encendió con una sola chispa que lo recorrió de pies a cabeza estremeciéndolo y sacándole un gemido necesitado y patético.

Otro lobo.

Estaba tan cerca y por su insinuante aroma, dispuesto a dejarse conocer.

Sabía que ese otro lobo de aroma dulzón y embriagador lo había olido primero, y había dejado salir sus feromonas, invitándole.

Se regocijó, con una sonrisa inmensa y juguetona en sus labios. Y simplemente se largó a la búsqueda del dueño de ese aroma tan delicioso y fuerte.

Podía sentir la erección crecer sin control ni tapujos, todo en el se hallaba extasiado y necesitado, la emoción crecía como una llamarada en su pecho que le calentaba todo el cuerpo. Sus caninos habían comenzado a punzar dolorosamente en sus encías, pero eso no hizo más que encenderlo. Corrió tan rápido como sus piernas se lo permitieron.

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