Por fin he conseguido el trabajo de mis sueños, no podría estar más feliz, es una de las grandes empresas que apuestan por un mundo más ecológico y autosostenible mediante las energías renovables y reutilizables y yo voy ser una de sus científicas que se encarguen de llevar a cabo ese propósito. Para aceptar este trabajo, tuvimos que mudarnos, no ha sido nada fácil dejar todo atrás, mi madre, la casa donde me crie, mi amiga de toda la vida, pero menos mal que Trevor, mi pareja desde el instituto, no ha tenido ningún impedimento en ello, es un gran alivio tenerlo a mi lado en esta gran aventura, es informático y uno de los mejores y enseguida ha encontrado trabajo aquí en Nueva york, si, el cambio no ha sido como cuando te cambias de ciudad, como dice mi madre he cruzado el charco. Inspiro hondo antes de salir del cuarto de baño el cual aún me parece gigantesco, tiene un espejo con luces led que enseguida me pareció curioso, no había visto uno así antes, tiene todo lo que un cuarto de baño ha de tener, sus muebles, su retrete, pero lo que más me llama la atención es esa bañera blanca con ducha y patas, siempre las había visto en películas, pero verla en persona impresionan todavía más, también pienso que cuando llegue la hora de limpiarla, será una grande odisea, Trevor dice que exagero pero viendo la bañera blanca gigantesca que me devuelve la mirada por el espejo, solo hace reafirmarme en mi postura, cuando salgo del baño, me dirijo a la cocina, la verdad el apartamento está bastante bien, consta de tres habitaciones más el salón, la cocina, un cuarto de baño en la habitación principal, otro en el pasillo y una terracita donde pienso colocar plantas en un futuro, ahora que se acerca el invierno, dudo que sea muy recomendable, no dejo de imaginarme tomando el sol en ella, me gusta que todas las paredes sean blancas y los muebles negros, le da un cierto orden y pulcritud a todo, solo tenemos una mesa con seis sillas de aire moderno y un sofá chaise longue de color negro enfrente del televisor , pero poco a poco se ira pareciendo a un hogar en cuanto cuelgue las fotos que todavía no he desempaquetado. Entro en la cocina, de los mismos colores que el resto del piso, la nevera tiene un depósito que saca hielo, es un poco grande para mi gusto, pero no deja de ser práctica, hay una mesita a un lado con dos sillas, cuando mi vista lo ve, como siempre me quedo embobada mirando a mi hombre, se está poniendo la camisa y eso deja expuesto su musculoso cuerpo de gimnasio, y ese pelo revuelto de color castaño que me vuelve loca tocarlo, él se gira y me mira con esos ojos verdes a través de los cristales de sus gafas, contrasta mucho contra lo blanca que es la cocina, creo que no hay hombre sobre la faz de la tierra al que le queden tan sumamente sexys unas gafas, sonríe dándose cuenta de que me lo estoy devorando con la mirada, se acerca a mí y me da un beso en la frente, no le cuesta mucho dado que me saca una cabeza, y no porque yo sea bajita, sino porque él es bastante alto, son casi dos metros de hombre y son todos míos.
–¿Ya te vas? –le abrazo por la cintura.
–¿No quieres que me vaya? –me pasa una mano por la espalda.
–Pensaba que entrabas a la misma hora que yo, que desayunaríamos juntos, tal vez –me agarra por los hombros y separa de él.
–¿Recuerdas que tu trabajo está más cerca que el mío? –sonríe divertido.
–Claro que me acuerdo, así que mañana me levantare antes y así desayunaremos juntos –me pongo de puntillas y le doy un beso leve en los labios.
–Me voy para el trabajo peque, que tengas un maravilloso primer día.
Se lo agradezco con una sonrisa y le deseo lo mismo. Él se va y yo acabo de entrar en la cocina, me hago un café un poco cargado, de los nervios anoche no pude casi dormir y necesito estar bien fresca para el día que me espera hoy, así que nada mejor que una dosis de cafeína para el cuerpo, dejo la taza en el fregadero, la lleno de agua y hago lo mismo con la de Trevor, por más veces que le explico que así es mejor para lavarla después con menos esfuerzo, no hay manera, siempre se olvida de hacerlo y eso me pone de los nervios, me dirijo a la entrada, en ella está el perchero con varios abrigos y bufandas, hay también un mueble con un espejo de cuerpo entero, me pongo el abrigo de parka de color negro junto con mi bufanda gris, si algo caracteriza a la ciudad de Nueva York es el frio que hace aquí, miro mi aspecto en el espejo, mi coleta pulcra y bien atada en lo alto, recogiendo bien mi melena de color castaño, que anda ya bastante larga por cierto, repeino con mis dedos mi flequillo liso, mis ojos marrones con motas verdes, me devuelven la mirada llena de energía y decisión, no soy de maquillarme mucho pero hoy no he podido prescindir del corrector de ojeras y un poco de rímel y brillo de labios, me he dado cuenta al ponerme el abrigo que Trevor tenía razón, con el estrés de la mudanza he comido poco y he tenido que adelgazar bastante porque me viene un poco ancho, pero eso se puede solucionar en cuanto los nervios que tengo a flor de piel se vayan relajando con el paso de los días. Lo bueno de que la empresa me haya seleccionado entre tanta gente es que me ayudaron de forma económica a la hora de la mudanza, de hecho, el piso también es gentileza de ellos y hasta me dieron un coche, tienen por costumbre que los empleados vayan con el mismo modelo de coche, por lo menos me dejaron elegir el color. Entro en el subterráneo y busco el todoterreno rojo, me parece algo excesivo, yo con algo más pequeño me las hubiera arreglado perfectamente, pero imagino que cuando se tiene tanto dinero, en algo tienen que derrochar. De camino al trabajo no dejo de pensar en cómo será mi jefe, no se mucho más de el de lo que he podido leer en Internet, hay artículos elogiando lo buena persona que es él y su mujer, que tienen dos hijos, una niña de veinte años y un muchacho de mí misma edad que seguro heredara la empresa, suelo llevarme bien con la gente por mi forma de ser, pocas personas me suelen caer mal, solo si se empeñan lo suficiente, Trevor dice que para tener veinticinco años soy bastante madura, pero yo creo que se debe más a que mi coeficiente intelectual es algo más elevado que el de los demás, cosa que me ayudo a graduarme un año antes de lo normal. Cuando llego al trabajo gracias al GPS, porque todo me parece absurdamente idéntico, me fijo que hay Starbucks cada dos calles, por no hablar de tiendas y restaurantes de comida rápida, me quedo bastante impresionada cuando veo aquel edificio al que voy a tener que venir a diario, es inmenso, es de color gris metálico, el apellido Holdang se ve en letras grandes encima de la entrada principal, busco la entrada al aparcamiento subterráneo, para poder entrar, doy un par de vueltas al edificio hasta que lo encuentro, hago cola y cuando llego a la entrada, paso mi tarjeta de identificación por el escáner que hay, espero unos segundos y una luz verde se enciende, acto seguido se levanta la barrera negra y me deja pasar. Noto que me sudan las palmas de las manos, esto parece tan impropio de mí, no estaba tan nerviosa desde que aprendí a conducir, me rio un poco cuando me acuerdo de la cara de mi profesor de autoescuela cuando de lo nerviosa que me puse, pare en medio de una rotonda, entro en el ascensor metálico de color gris que hay en el aparcamiento y miro con atención un cartel que reza "Buenos días y bienvenidos a Holdang" creo que voy a ver el nombre de la empresa muy a menudo aparte de en los informes, se abren las puertas en la primera planta y empieza a entrar gente, conforme subimos los pisos va sucediendo lo mismo, la marabunta de gente hace que yo acabe al fondo, cuando llego a la quinta planta y desde el fondo del ascensor pido permiso para salir, la gente me mira con indiferencia y algunos con mala cara, pero a mí me da igual mientras me dejen pasar, consigo salir de allí, de aquel tumulto de gente casi a trompicones y la puerta se cierra tras de mí, me aliso un poco la ropa y me dirijo al mostrador de aquella planta con i mejor sonrisa, una mujer de unos treinta años, con pelo rubio, un pecho bastante operado y uñas postizas habla por el teléfono, no la quiero interrumpir y me quedo allí plantada algo incomoda mirando de reojo el reloj que hay encima de su puesto, parece darse cuenta que estoy ahí de pie, porque me da un repaso con la mirada y pone en espera la llamada.
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Memorias de Cristal
RomanceClara una joven decidida y con toda su vida planeada, se traslada desde España a Nueva York con su pareja Trevor, cuando le ofrecen el trabajo de sus sueños. En esa empresa conocerá a Aiden, un muchacho rubio de ojos azules que desprende sexualidad...