CAPÍTULO 2. BUSCANDO RESPUESTAS.

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Desciendo del aerobús, justo por la puerta donde entré en un principio. Mis pies finalmente tocan el piso de la gran metrópolis: luces por todos lados, auto en la ruta y sonidos típicos abundan el lugar. La calle es bastante extensa. Tiene algunas casas blancas equitativamente repartidas en la zona. También cuenta con algunos servicios de necesidad "astronómica". Entre ellos, mi destino.

El consultorio de la Doctora Kleitman está en medio de esa avenida, a unos metros de la parada. He asistido con la doctora desde que era pequeña. Canalizarme con ella fue una de las soluciones más efectivas que me pudieron dar para remediar mis "problemas". La terapia me permite tener esa tranquilidad emocional.

Camino mientras reflexiono; hay tanto que necesito aclarar con la Doctora. Termino llegando a la puerta del consultorio. Se trata de un lugar muy grande, con diferentes consultorios en conjunto de diferentes especialistas en la salud mental.

Un pasillo se extiende al frente, con algunas plantas artificiales en forma de... ¿palmeras? Creo que así se llaman. Hay algunos recuadros de pinturas de arte abstracto. Unos recuadros de Decálogos de Ética y de las Declaraciones de los Derechos de los Pacientes y Especialistas. Al final del pasillo, hay una sala de espera con muebles blancos, con una mesa de vidrio en el centro con un enorme jarrón y rocas blanquecinas en su base. Hay algunos pacientes en los sillones, leyendo en sus tabletas mientras esperan su cita.

Dentro del mismo hay una señorita que se encuentra en la recepción. Lleva un traje espacial de color marrón con una diadema de orejas de oso. Se encuentra revisando su computador.

— Buenos días, señorita Rodríguez —. Le digo a la recepcionista.

— Buenos días, señorita Spitzer, ¿viene a su cita con la Doctora Kleitman? —. Me responde muy amable.

— Así es... —. Respondo con una sonrisa. El tener sesiones semanales durante tanto tiempo implica que la recepcionista conozca a los visitantes.

— ¡Correcto! Su sesión está marcada a las 10:45 am. Ha llegado justo a tiempo para su cita. Permítame su identificación y coloque su palma derecha en la siguiente pantalla, por favor... —.

Le entrego mi tarjeta de identificación. La señorita traspasa la tarjeta en un lector, que realiza un sonido al terminar el proceso. Coloco mi mano en la pantalla, que está delimitada por la marca de una mano de color azul. Un láser comienza a escanear mi mano con un singular sonido. Finalmente termina el escaneo. Este tipo de medidas siempre se han implementado.

— ¡Todo listo, señorita Spitzer! Puede pasar a su cita —. Dice la recepcionista, señalando con su brazo.

— Muchas gracias —. Le respondo.

Camino hacia otro pasillo. Todo el edificio es muy pulcro y tiene un color blanco. Las paredes resuenan en un eco cada que uno les da palmadas con sus nudillos. Es muy agradable de escuchar. Desconozco de qué material se trate.

Llego al final de una puerta, donde un letrero dice claramente "Consultorio #03" y una placa de color dorado adorna la esquina superior derecha de la entrada "Doctora Sarah Kleitman: psicóloga y terapeuta". Menciona su cédula profesional y algunos aspectos relevantes de su larga trayectoria.

Toco la puerta con los nudillos.

— Adelante... —. Dice una voz, que es la de mi psicóloga.

Toco el picaporte dorado de la puerta marrón, para descubrir la habitación habitual de mis sesiones terapéuticas: el tragaluz en la pared, un enorme escritorio, un mueble gigantesco con libros y objetos para las sesiones, algunos cuadros. Hay unos muebles de color hueso en el centro del cuarto, viéndose al unísono; una planta en el escritorio, junto a una computadora. Frente a ella hay un pequeño letrero con el nombre de la doctora. Ella se encuentra sentada escribiendo un correo para la recepcionista, de seguro. Tiene su traje espacial blanco con una hoja verde en su cabeza. Su largo cabello castaño oscuro con mechas blancas la hace lucir muy bien.

ENAMORADA DE UN IMPOSTOR: UNA HISTORIA DE AMONG USDonde viven las historias. Descúbrelo ahora