VI. Bestia gélida

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Un alarido estridente resonó en las cuencas vacías de la caverna y en medio de la oscuridad, donde luego se abrió paso un silencio que aterraba. La pared superior, envuelta en fría nieve y témpanos de hielo, tenía cautiva a una joven lozana entre sus frías garras; esta pendía con los pies hacia arriba dentro del grueso trozo de hielo y la cabeza colgando hacia el vacío.

A pesar de que nadie escuchaba sus gritos de auxilio, no paraba de forcejear en contra de lo que la mantenía presa. Se mantenía firme mientras azotaba el témpano con sus puños, descansaba, y volvía a repetir la tediosa rutina.

Sabía la magnitud del aprieto en el que estaba: a más de treinta metros sobre la superficie en un lugar infestado por bestias nevadas. El simple pensamiento le causaba frígido terror.
Se había dicho a si misma que si la caída no la mataba, la hipotermia lo haría en unos minutos. Aunque no podía verse, sus labios empezaban a adormecerse y a tornarse de un fatal color escarlata.

El hielo azulado no tardó en crujir, crujió, crujió y se rompió. A la joven se le hizo efímera la caída; más aún cuando al caer se vió a sí misma viva.

Deplorable fue la sorpresa cuando de todo lo que pudo haber salido bien, bajo sus pies se encontraban las redes propias del nido de la bestia. Nunca había tenido a una de aquellas ante sus propios ojos; tan blanca, tan afilada, tan amenazante. La figura peluda se erguía sobre la minúscula muchacha, enseñaba unos colmillos mordaces con mucha aprensión.

A duras penas era respirable el ambiente, lleno de tensión y de espanto por ambas partes. Cruzaban sus miradas quizás esperando que el otro reaccionara.
Con el revólver láser colgando de su gabardina de lana, la joven, víctima del pánico, arremetió tres disparos hacia la bestia. Resonaron en el aire, estallaron y al final su eco se perdió en el silencio de la caverna.

El estrepitoso berrido estremeció al lugar entero con su chillido exorbitante, incluso tan fuerte que provocó el estallido de ambos de sus tímpanos. Repentinamente todo a su alrededor se vió borroso, y de no dar algún paso, sería devorada.

Imploró que la ayudasen; pero no había nadie en medio de las frías paredes.

Entre alaridos y quejidos corrió como pudo, sus piernas no detenían el movimiento a pesar de sentir cansancio. Las fuertes pisadas de la bestia le pisaban los talones. Tan abominable, tan exorbitante era la bestia, que le petrificaba los músculos; a pesar de eso el deseo de sobrevivir estaba de su lado.

Disparó sin mirar atrás numerosas veces con el blaster. El plasma parecía colisionar con algo, aún así no lograba comprender por qué continuaba siguiéndola. Tenía que vivir.

Cuando se giró de repente con el arma bien empuñada, el ceño fruncido y las piernas separadas, abrió fuego hacia los témpanos de hielo que crecían en el techo de la caverna. Superaban considerablemente en tamaño a la bestia, razón por la cual quiso aprovecharse de ellos. Bastaron unos cuantos disparos cargados de terror, sin siquiera saber si lo que hacía le salvaría la vida.

El hielo crujió de nuevo. La enorme masa de nieve y hielo se abalanzó sobre la bestia gigante. Por un segundo la joven lo vió todo con calma: el hielo cayendo en un venerable espectáculo y el orgullo de haber sobrevivido una vez más.
La velocidad de la caída le levantó el cabello justo como lo habría hecho un tornado; le acarició la piel pálida y le hizo sonreír.

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