Capítulo 8. El peso de la realidad

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La nieve lo cubría todo. Absolutamente todo. Gray, sentado delante de la tumba de sus padres, notaba cómo se acumulaba en sus hombros y en su cabello. Llevaba mucho tiempo sin sentirse tan solo. Desde que Ur murió y se unió a Fairy Tail, había aprendido a aceptar que la vida es algo efímero, que surge y termina con mucha facilidad y que escapa al control y entendimiento de los seres humanos. Por eso, hacía mucho que había aceptado también que sus padres no podían seguir en su camino. Podría ser que no fuera justo, ya que no habían muerto por causas naturales o por alguna enfermedad, pero era algo que no se podía cambiar. La vida para él debía seguir su curso.

Sin embargo, haber visto a su padre había despertado nuevas heridas en su alma; heridas que pensaba que ya estaban cerradas por completo, pero cuya cicatriz, en ese momento, se había vuelto a abrir y le sangraba, produciéndole un desesperante ardor.

Su existencia estaba marcada por la pérdida. Casi toda la gente que le había importado se había esfumado y no entendía la razón. Por eso, mientras miraba con insistencia la cruz con los nombres grabados que se erigían sobre las tumbas de sus padres, no podía hacer otra cosa que no fuera preguntarles a ellos por qué. Ya ni siquiera le quedaba el gremio porque Makarov había decidido disolverlo. Por lo tanto, sí, estaba solo. Volvía a estar completamente solo.

Escuchó el ruido de unos pasos procedente de su espalda. Después, la voz de Juvia resonó en el lugar, aunque no tenía su usual tono alegre y emocionado, sino uno mucho más melancólico y tembloroso.

Gray-sama...

Se giró un poco para mirarla de reojo. La primera reacción de Gray fue de molestia. Quería estar en la única compañía de sus pensamientos y que alguien le acompañara —aunque fuera Juvia— se sentía un poco fuera de lugar. En realidad, era algo cerrado, no muy dado a mostrar lo que sentía, así que no le gustaba demasiado que alguien pudiera verlo en sus momentos más vulnerables.

¿Juvia? ¿Me has seguido?

La nieve que se había acumulado sobre el pelo de Gray cayó junto con sus palabras, proferidas con un tono impregnado de algo de reproche.

¡Juvia lo siente! Lo siente...

Gray no podía verla completamente, pero la chica, con las manos entrelazadas de manera nerviosa, tenía incluso los ojos cerrados y la espalda ligeramente agachada mientras le pedía perdón. Por mucho que todos se empeñaran en ensalzar cuán obsesionada estaba Juvia con Gray, sabía darle su espacio, sabía respetarlo, porque lo amaba y lo primero para ella era su bienestar. Era tan altruista que siempre anteponía lo que Gray necesitaba a sus propios sentimientos.

Juvia tiene algo muy importante que decirte —Las pupilas le temblaban de tristeza. Gray simplemente cayó, dándole pie a que continuara. Se apretó las manos para darse ánimo para atreverse a decir lo que debía—. Juvia fue la que acabó con el necromante que controlaba a tu padre.

Las lágrimas se empezaron a acumular en la orilla de sus ojos y, mientras, los de Gray se abrieron con estupor mientras giraba completamente la cabeza para mirarla. Sus labios solo fueron capaces de pronunciar dos palabras.

¿Fuiste tú?

Juvia cree... que ya no merece seguir queriéndote. Juvia mató... a tu padre... —confesó con el tono de voz quebrado. Las lágrimas no pudieron retener más el encierro en sus ojos y se deslizaron sobre sus mejillas con libertad.

Gray apretó los dientes con frustración. Se levantó y se encaminó hacia ella. Cuando la alcanzó, la sujetó de la ropa por la parte del pecho.

Tras tus huellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora