Capítulo 4. Exnovio

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Lo primero que vio Gray al despertar aquella mañana fue la espalda desnuda de Juvia. La palidez de la superficie de aquella zona era adornada con el azul de su cabello, que caía desprolijamente por su cuerpo y por la almohada. La sábana blanca le tapaba hasta la cadera y su brazo se apoyaba sobre el dorso de su cuerpo.

Jamás imaginó que pudiera ser testigo de una estampa tan bella.

Recordaba con claridad todos los sucesos acontecidos entre ellos la noche anterior; la noche en la que ambos se habían dejado llevar por la pasión más irrefrenable y se habían convertido en un solo ser por primera vez. Quería grabarse para siempre en el recuerdo las imágenes, los sonidos, la silueta del cuerpo de la chica danzando descontrolada sobre él en la penumbra de la habitación.

Sí, lo recordaba todo, cada detalle de forma casi irracional y enfermiza. Sin embargo, había retazos de la noche que se habían quedado impregnados en su mente y sabía a ciencia cierta que le resultaría imposible arrancarlos de allí. Principalmente, se trataba del sonido de los gemidos tenues, vergonzosos y cálidos acariciando su oído; de la sensación de sus manos delicadas, femeninas, suaves, posándose con cuidado en su espalda de forma inexperta y temblorosa; de la mezcla de sus alientos calientes y desesperados; del roce continuo de la carne sobre la carne, de la piel contra la piel; del aroma afrutado que desprendía su cuello y de la forma en la que se mordía el labio inferior, extasiada por el placer. De verla mirándolo a los ojos. A él.

La forma en que ella lo miraba le hacía sentirse cálido. Porque en la mirada azul de Juvia había un sentimiento que no podía ser otra cosa que la más pura devoción.

A su lado, se sentía alguien especial.

Durante toda su vida había sido uno de los chicos más fuertes de Fairy Tail, pero no el que más, uno de los más atractivos, pero no el que más, uno de los más conocidos por los ciudadanos de Magnolia, pero, nuevamente, ni de lejos el que más. Su vida había sido esa siempre: sentirse un ser insulso que no puede escalar más allá de la sombra de alguien mejor que él. Sin embargo, cuando Juvia lo miraba con aquella intensidad, le hacía sentirse como el mejor de los hombres: el que ella admiraba, a quien amaba y quien la había librado de la lluvia permanente que inundaba su existencia. Era como una especie de retroalimentación porque ese hecho, sentirse de esa manera, le hacía ser, a su vez, una mejor persona.

Y no se había dado cuenta hasta ese entonces, pero tenerla a su lado le hacía convertirse en la persona que ella necesitaba y merecía. Era una sensación sobrecogedora, que asustaba por su magnitud, pero que también le daba paz.

Con las yemas de los dedos, empezó a trazar un recorrido sin sentido sobre su espalda. Vio su piel estremeciéndose, su vello erizándose bajo su tacto.

Juvia se dio la vuelta despacio, sin abrir los ojos. Su cara se arrugó por la molestia de la claridad, formando una mueca que a Gray le resultó graciosa y adorable. Después de unos segundos, empezó a abrir sus ojos con lentitud y la sonrisa apareció en sus labios instantánea e irremediablemente, como siempre le pasaba cuando hacían contacto visual.

Gray pudo al fin ver sus ojos abiertos por completo; aquellos ojos azules como el mar, por los que no le importaría ser consumido, arrastrado o inundado. El azul chocó con la negrura brillante de los del chico. No tenía dudas; los ojos de Juvia eran la luz que mantenía a raya la latente oscuridad propia de él y de su magia de Devil Slayer. Ella lo mantenía a salvo, protegiéndolo de la adversidad del día a día y de sí mismo.

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