SEDUCTORES [MILO x CAMUS/ CAMUS x MILO]

EL LIRIO Y LA ORQUÍDEA

La mirada del heleno se posó de inmediato, casi inevitablemente, en el amplio escote del pecho de la maravillosa dama alemana, que resaltaba dos magníficas redondez, por no hablar de la profunda abertura frontal de su vestido de noche negro, muy elegante, que se abría por encima del muslo izquierdo, dejando al descubierto una pierna que cortaba el aliento, vestida con una transparente calceta negra, que terminaba en el encaje de una liga provocativa: el detalle seductor resaltaba con audacia de esta apertura, a cada paso de la intrigante señorita de tez de porcelana, y de largo cabello azabache, que enmarcaban su rostro, para luego bajar suave sobre sus hombros, completando la obra. La cara de una belleza angelical, sin embargo, revelaba una vibración oscura, que provenía de su mirada morada, así como de sus labios, pintados de un vinílico color brea, que puedía infundir cierto temor, pero sin duda alguna habría fascinado a cualquiera.

- Uff!! Qué hembra: una auténtica rosa negra....- pensó el griego impresionado al ver pasar a su lado semejante maravilla artística, que imperiosa avanzaba rápida hacia el corazón del lugar, demostrando mucha prisa en esquivar a la multitud, que parecía irritarla profundamente, pero no tuvo tiempo de perderse en la contemplación de la malvada belleza de la copropietaria del club, cuando detrás de la dama el joven ateniense vislumbró alguien que la había acompañado hasta allí, en el umbral del local, y ahora la acababa de dejar ir adelante sola. Esta persona lo dejó aún más pasmado. 

En frente a él acababa de aparecer un joven alto, de la caminata noble y elegante, vestido con una camisa de seda blanca iridiscente, desabrochada de cuatro botones sobre los marcados pectorales, enriquecida con preciosos detalles, en el cuello y en las muñecas: el efecto translúcido del tejido ultraligero creaba un intrigante juego de transparencias muy cautivadoras, pero nada vulgares ni de mal gusto, desde las que se podían vislumbrar sus músculos fuertes y finamente esculpidos. Llevaba un par de pantalones casual elegante de color azul zafiro, muy ajustados, que modelaban su figura, y un par de botines blancos de hombre, con un tacón ligeramente más pronunciado de lo normal, que lo hacía aún más alto. Una elegante chaqueta coordinada con el pantalón, siempre color zafiro, descansaba tranquilamente apoyada en su hombro derecho, y bajaba blanda, libre, por su espalda, sostenida con firmeza por los dedos de su mano correspondiente, que la agarraban por la zona del cuello. Su largo cabello del color de los atolones oceánicos envolvía su figura masculina, mientras que sus ojos de color indescifrable (Amatista?Zafiro?Tal vez una mezcla de ambos...) eran, en efecto, como dos gemas preciadas engastadas en un rostro de rasgos hermosos. Su piel de alabastro aparecía perfecta y tersa, una tentación única para contemplar, ya que parecía expresar ella misma el deseo de ser tocada, mientras que el diseño de sus carnosos labios daba forma a la esencia misma del deseo. 

El cerebro del ateniense sufrió en un instante un cortocircuito, y un profundo sentido de extravío se apoderó de él, desde el momento en que se sintió perdido frente a esa visión, mientras su alma se preguntaba, en virtud de ese poco destello de sentido lógico que le quedaba, si estuviera en un sueño, o estuviera despierto, si estaba muerto o aún vivo, después de haber admirado a tal criatura. Probablemente su espíritu ya no estaba en esta tierra, pero había sido misteriosamente secuestrado, y enviado por los dioses a alguna extraña dimensión alternativa: quizás en el mundo de los sueños....o en el reino de los cuentos de hadas? Se había vuelto un completo chiflado, un necio, en frente a ese apuesto joven, y lo miraba fijamente con la expresión de un loco, o tal vez de un absoluto imbécil, que incluso se había olvidado de cómo se llamaba.