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Cuando MinHo ingresó a la casa, un delicioso olor a estofado de carne invadió su nariz, y sintió como su estómago rugía por el hambre.

Parpadeó, sorprendido, por que no recordaba cuándo fue la ultima vez que ChangBin decidió cocinar estofado. Los últimos meses, debido a la cantidad de trabajo que ambos tenían, solían comer fuera o pedir algo para llevar, dejando de lado las comidas caseras, los almuerzos en conjunto, las conversaciones tontas pero bonitas que solían tener.

—Bienvenido, MinHo —le grito ChangBin desde la cocina, y de forma inevitable, se dirigió a ella como solía hacer antes, sólo que en lugar de abrazarlo por la cintura para hacerlo reír, dándole después un par de besos en el cuello y labios, se limitó a quedarse de pie bajo el marco de la puerta, viendo su rostro colorado por el calor en el lugar, su expresión relajada y el mandil de girasoles arado a su cintura —. Te extrañé mucho, ¿cómo te fue hoy?

No podía quitar sus ojos de ChangBin.

No podía desviarlos, no podía dejar de ver esa mirada tan brillante, esa sonrisa hermosa que poseía, esos mofletes que quería tocar todo el tiempo.

Por un breve instante, quiso abrazar a ChangBin, enterrar su rostro en el cuello de él y acurrucarse en sus brazos, como hacía hace meses atrás, cuando las cosas parecían ir bien, cuando JiSung era sólo un asistente y no algo más.

JiSung.

El pobre JiSung mirándolo con pena y molestia por la decisión de aceptar la propuesta de ChangBin, hablándose sólo lo necesario, sin querer tener una conversación privada con él.

—Bien —respondió con tono lejano, comenzando a quitarse el saco—, cerré un nuevo trato, voy a dedicarme a diseñar un nuevo centro comercial.

—Felicitaciones —dijo Seo girándose, dándole la espalda—, te lo mereces, Min, trabajas duro.

Y , ChangBin, te mereces alguien mejor, pensó MinHo caminando hacia el cuarto para cambiarse de ropa.

De forma inevitable, recordó a ChangBin dentro del auto de ese desconocido a quien llamó uno de sus pacientes, mirándolo con tanta adoración y ternura que su estómago se encogió por algún motivo que no podía comprender, y la desesperada necesidad de alejarlo de él, de impedirle que lo besara, llegó de forma inevitable obligándolo a actuar.

Sonaba como un maldito hijo de puta egoísta, lo sabía, pero no se trataba de eso. ChangBin podía ilusionarse con facilidad, y si ese desconocido sólo lo quería para un momento, ¿no le estaba evitando entonces más sufrimiento?

Era eso. Sólo eso, lo juraba.

ChangBin, en tanto, suspiraba mientras apagaba la cocina, el estofado ya listo, las papas salteadas preparadas. Ese día había salido más temprano por que su último paciente canceló la hora, así que aprovecho para llegar antes a casa y poner sus habilidades culinarias en acción.

Recordaba que antes, cuando los dos tenían a tiempo, podían estar todo el día cocinando nuevas recetas, muchas veces terminando con una intoxicación por que no solían preocuparse demasiado de lo que hacían. Sin ir más lejos, mientras algo se cosía o freía o hervía, hacían el amor sobre la mesita de la cocina, sin importarles si lo que cocinaban terminaba quemado.

No pudo evitar ruborizarse al pensar en esas ocasiones en las que no resistían para llegar a la habitación, el deseo consumiéndolos, haciendo el amor donde se encontraran. Toda esa casa estaba marcada.

Así que, al salir, pensó que podría cocinar algo para la cena de esa noche. Después de todo, llevaban una semana desde que MinHo aceptó ceder a sus treinta días, y si bien no habían peleado, tampoco es como si hubiera tenido grandes avances.

Las cosas estaban... estaban igual que siempre. Sí, MinHo lo iba a buscar luego del trabajo, conversaban de cómo les había ido en el día, cenaban juntos, y luego se iban a dormir.

ChangBin quería intentar algo mas arriesgado, tal vez hacer el amor con MinHo, hacerle ver que ellos seguían conectados, sin embargo, tenía miedo de que fuese rechazado.

Y ese rechazo ChangBin no se veía capaz de manejarlo.

Sirvió la comida, llevándola al comedor donde MinHo estaba llenando las copas con vino, y se quitó el mandil que se compro cuando recién se mudaron a esa casa.

—¿Cómo te fue a ti en el trabajo? —preguntó MinHo con tranquilidad mientras se sentaba.

ChangBin se encogió de hombros.

—Lo mismo de siempre, niños enfermos y padres asustados —sonrió suavemente—. YeJi estaba mucho mejor. Hoy Chris y Felix la acompañaron, me contaron que estaban pensando en adoptar para que Yeji no esté tan solita.

—Es un trámite largo —respondió MinHo indiferente.

La sonrisa de ChangBin se volvió algo triste y apenada.

—Sí...

MinHo dejó salir el aire de sus pulmones, notando una punzada de dolor en su corazón al ver la expresión lejana, afectada de ChangBin, y luego mordió su labio inferior.

—Tengo dos entradas para el cine mañana —lo dijo entonces, notando como sus ojos se iluminaban—, ¿quieres ir? Luego podemos cenar fuera, Bin.

ChangBin asintió, contento de ver que MinHo estaba invitándolo a salir fuera.

Había pensado en hacerlo él, sin embargo, no se le había ocurrido donde ir. Eso de planificar citas normalmente no le salia nunca bien.

—¿Qué película es? —preguntó entusiasmado.

MinHo sonrió.

—Es una de terror —dijo con cierto tono burlón en su voz.

Su esposo lo miró con incredulidad.

—¡MinHo, sabes que esas no me gustan! —reclamó como un niño pequeño.

—Vamos, Binnie, tienes veintisiete años —se quejó MinHo—, además, no tienes por qué tener miedo. Hyung estará allí para protegerte.

Su boca no pudo liberar sonido alguno cuando MinHo dijo esa última frase como si nada, aunque había toda una historia detrás: a los diecisiete años, cuando ambos fueron al parque de diversiones, ChangBin comenzó a sollozar al momento de subirse a una montaña rusa. MinHo le tomó la mano como si nada, llamando su atención, diciéndole aquella frase para que no tuviera miedo, y el juego comenzó.

Por supuesto, ChangBin salió llorando también, prometiendo que nunca más iba a subirse allí, pero esa frase quedó grabada en la mente de ambos como una promesa secreta entre los dos.

—Si tengo pesadillas será tu culpa —dijo ChangBin con voz débil.

MinHo asintió.

—Es una fortuna que durmamos juntos, Binnie —replicó MinHo.

ChangBin se sentía feliz de ver a su mayor intentarlo, aunque MinHo estuviera todavía confundido e indeciso. Aunque le hubiera hecho daño y le hubiera roto el corazón de la peor manera.

Pero prefería verlo intentando a verlo rendido.

Si MinHo se rendía, entonces ChangBin podía darse por perdido.

(...)

¡Gracias por leer!

Apego ★ MinchangDonde viven las historias. Descúbrelo ahora