El Castigo de los Dioses

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Advertencia de Spoilers.

Leer la novela Tian Guan Ci Fu para mayor entendimiento.

Argumento: Sin palacios ni cielo que los ampare, los dioses piden un préstamo a la Calamidad Carmesí. Para gran sorpresa de todos, el acepta a cambio de algo que a primera vista es muy inofensivo. 

"Acompáñenos a comer con gege"

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En un día caluroso y bajo piedras de apoyo, los dioses se sentaron para almorzar.

Ahora que Ling Wen regreso y estaba lidiando con el insufrible papeleo— Su castigo divino— todos los dioses y guardianes estaban asentándose a un nuevo equilibrio. No todo sería sencillo, por supuesto que no. Ciudad Celestial había caído, con ello todo lo que poseían y cualquier tesoro significativo, el mismísimo Emperador Celestial acababa de ser sellado bajo una montaña sagrada.

Cada dios y señor de los cielos ahora se movía en tierra humana, yendo y viniendo, intentando cumplir oraciones de creyentes para obtener algún mérito de lo contrario su poder disminuiría. Dicho sea de paso, como cada dios tenía un sitio especifico donde su potencia era mayor, no todos estaban contentos con haber formado un refugio en un monte seco y poco agraciado. Sin embargo, en palabras extrañamente sabias de Pei Ming, era mejor vagar en un sitio neutral que acercarse a algún templo que beneficiara a uno sobre los demás dioses. Simple lógica.

De esta misma lógica, resulto el dilema.

— Dispérsense todos, por favor.

La voz de Xie Lian sonaba infinitamente agradable en ese indigno lugar, su simple presencia daba vida a lo que hubiera a su alrededor.

Excepto por la gran y pesada olla que cargaba en manos, seguido de Ban Yue y un muy conflictuado Pei Su.

Xie Lian deposito la olla humeante en el centro de la mesa. Acto seguido, comenzó a servir en cuencos el contenido de la olla con toda la diligencia del mundo.

Sus ayudantes se encargaron de las bebidas, vertiendo un líquido que nada tenía de agua en una gran jarra de cerámica con apariencia de florero.

Todos y cada uno de los dioses alrededor de la mesa palidecieron.

De la olla, brotaba un aroma muy particular que no tuvo forma hasta que Xie Lian sirvió el primer cuenco y comenzó a repartir, su perfil lleno de gracia divina. Sus movimientos fluidos y tierna sonrisa completaban un bello cuadro hogareño de no ser...Porque la comida que ofrecía se veía espantosa, a primera vista.

Quienes vieron los primeros platillos sintieron un nudo en sus estómagos, evaporándose instantáneamente el deseo de alimentarse o el instintivo apetito. Hasta el dios marcial, Pei Ming, estaba incrédulo porque el Pequeño Pei le dejo enfrente un pequeño vaso cargado de una dudosa sustancia bebible.

En pocas palabras, era un mediodía después de mucho trabajo y Xie Lian cocino para todos.

Sí, para todos.

Mu Qing ya no pudo rodar los ojos con exasperación y horror, porque intentaba no cerrarlos ante el doloroso episodio.

Mas lejos de él, Feng Xin no quería insultar a su Alteza y trataba en lo posible no hacer ni una mueca, pisando fuertemente el suelo al grado de posiblemente provocar terremotos y esforzarse como nunca en quedarse quieto.

Nadie tenía permitido moverse de su lugar.

La razón varia de dios en dios.

En primer lugar, Xie Lian se esforzó para conseguir los ingredientes necesarios y hasta pidió prestados utensilios para hacer posible un gran almuerzo comunitario. El cocino feliz, porque hacía mucho tiempo que no preparaba tanta comida para una treintena de personas y estaba conmovido porque ninguno se echará a correr todavía.

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