Prólogo.

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PRÓLOGO


        A veces la vida está en su mayor apogeo. Te da la impresión de vivir una buena racha. Sin embargo, no faltará poco para que todo se vaya a la basura. Las situaciones agradables nunca son infinitas y el "vivieron felices para siempre" no es más que una gigante falacia.

        Entonces, es cuando nos fijamos en la vida de Clarissa Benette: una reconocida psicólogo clínico, apasionada por su carrera, madre de familia y excelente persona. Con sus treinta y dos años de edad ha logrado metas que en otros sólo se quedan como sueños a realizar. No está demás decir que eso le llevó mucho esfuerzo, aunque a Clary no le importó en absoluto puesto que era todo lo que ella quería: una vida perfecta.
        Pero la perfección no existe.

        Las tragedias iniciaron unos cuantos años atrás cuando casualmente, el esposo de Clarissa muere en un accidente automovilístico. La joven, presa de dolor, cae en una patética depresión que la mantuvo en casa por varios meses. Gracias al cielo que Clary no estaba sola, con ella se encontraba su hija Juliette. Una pequeña niña de siete años que la ayudó a superar su estado depresivo, el mejor apoyo que podría desear.

—Mami, feliz día de las madres. —Frente a la catira se encontraba una jovencita de ojos verdes,  iguales a los de su madre, quien sostenía una pequeña caja.

        Al abrirla había un papel doblado, y en este un dibujo realmente distorsionado. No obstante, se podía visualizar que era la representación gráfica del amor de la niña hacia su madre.

        La joven viuda abrazó a la niña mientras le besaba su hermosa cabellera castaña. Y la pequeña, por otra parte, abrazaba cálidamente a la mujer dándole a entender que le quería.

—Te amo, mami. —Una aguda pero tierna voz pronunciaron aquellas palabras que jamás olvidaría.

        No fue hasta un par de años después cuando Clary comenzó a prosperar en su carrera y cientos de personas admiraban su trabajo. La catira era muy alegre, simpática y a la vista de todo tenía una vida maravillosa. Sin embargo, Clarissa mantenía los recuerdos aislados y todo su apoyo se basada en Julie, su pequeña hija. Es por ello que cuando llega el momento de la desgracia, todos sus procesos mentales se desequilibran por completo. 

        Una gélida noche de octubre, sábado específicamente, Clary y su hija paseaban por el famoso parque de diversiones en celebración por el cumpleaños de Juliette. Era su cumpleaños número once y ella deseaba subirse a la montaña rusa de la cual hablaban todos. Su estatura ya era apta para subirse y eso le llenaba de emoción. Esperaron algunos minutos hasta que la larga fila de personas desapareció por completo, algunos bajaban con caras horribles u otros simplemente pedían otra vuelta. Llegó el momento de ellas.

        Una efusiva Julie y una, no muy convencida, Clarissa subieron a la estruendosa maquinaria que les ofrecería un momento de diversión. Era de esperarse que fuera grandioso. Al subirse y comenzar con el paseo se lograron escuchar gritos y risas inmediatamente. La cumpleañera estaba muy contenta, de hecho, le agradeció a su madre infinitamente. No fue hasta pasadas las diez que decidieron volver a casa, pero fue allí cuando algo horrible sucedió.

        Juliette fue secuestrada.

        La desesperación de Clarissa, y la preocupación no se hicieron esperar. Enseguida la madre corrió a la policía para declarar tal crimen. No era posible que en un momento estuviera hablando con su hija, y al otro, ya no esté. En la comisaria tomaron muy bien el caso y ofrecieron a Clary consuelo, pero ella se rehusaba a tal lástima. No quería sentir lo mismo que sintió al perder a Roger, su esposo.

        Pasaron los días, semanas y hasta meses en los cuales la desesperación de Clarissa no era menor. Todo lo contrario, parecía crecer y crecer. Investigaciones afirmaban que el secuestro era obra de Jackson Kent, un secuestrador y asesino en serie que tenía un pequeño pero alarmante habito de satisfacer su placer matando niños.  Esto por su parte, horrorizo a la madre de la secuestrada, entrando así en un estado de angustia severa.

        La situación no mejoró, las investigaciones no llevaban a un punto concreto y la policía daba vueltas en un círculo vicioso de escasa evidencia. Así que lo mejor para la angustiada catira, era pedir unas vacaciones. Abstraída del mundo sin salir de casa y desesperada por su hija, esperaba pacientemente la llamada misericordiosa que informara el encuentro de su hija.        

        Hasta que un día llegó.

— ¿Sí? —respondió Clary. Era el jefe de policías.

        Sin poder creerlo, atónita y segura de que solo era una broma colgó el teléfono enojada y se dirigió directamente a la comisaria.

— ¿Cómo se atreve a decir tal mentira? —le acusó enfadada.

—Señorita, no es mentira. Lo siento mucho pero encontramos el cuerpo sin vida de su hija. —repitió el hombre un poco consternado por la noticia. — haremos todo lo posible por encontrar a su asesino.

        Clarissa se sentía devastada, su pequeña hija estaba muerta y ella no pudo salvarla. Se sentía deshecha y asquerosamente inútil. Sin vergüenza alguna se largó a llorar, sabía que no era mentira. Sabía que no la volvería a ver jamás. Y ahora más que nunca, sabía que no tendría un apoyo que la sustentara de la depresión en la que se vería inmersa.

        Sin ánimos de nada volvió a su casa, lanzó la cartera sobre el mueble e inevitablemente se echó a llorar una vez más en la tranquilidad de su hogar. Las lágrimas recorrían sus mejillas con rapidez y salían una tras otra sin descanso. Ya debía estar roja e hinchada, su nariz como un tomate y sus ojos horribles. Entonces le dio un vistazo a su hogar. Este estaba vacío y le hacía falta algo, desde hace varios meses le hacía falta algo: Juliette.

        Dominada por los recuerdos la mujer lloró toda la tarde, desahogándose y sintiendo su cuerpo débil. Se sentía débil. Tomó un retrato de su pequeña y lo abrazó con fuerza para seguir con el llanto que no paraba. Su cabeza iba a explotar pero no quería dormir porque al cerrar sus ojos lo primero que visualizaba era la imagen de su pequeña hija.

—Julie, mi pequeña Julie. —Sollozaba Clary— se que no estás muerta, pequeña. Vuelve a casa… te extraño.

        Pero sabía que no regresaría.

        Fue allí cuando tuvo una idea, una grotesca y asquerosa idea: suicidarse. Sin embargo, la mujer era muy cobarde como para hacerlo. De modo que siguió llorando hasta no poder más. En medio de sus sollozos y lágrimas un quejido le interrumpió.

Sh, cállate. Me estas comenzando a molestar.

        Clary confundida y nerviosa de estar escuchando cosas que no son, se limpio las lágrimas rápidamente y observó en todos los ángulos de la habitación.

Hasta que por fin te callaste.

        La catira abrió sus ojos como platos, dejando contemplar el lindo color verde que les decoraba. Estaba escuchando cosas. En su mente repetía “no estoy loca, no estoy loca, no estoy loca…” y nerviosamente seguía observando la habitación.

Que patética eres.

        Esa voz le causaba escalofríos, una voz tan maligna que provenía de su mente. Entonces se preguntó: ¿Quién es?

Soy Agatha Castell,  es un horror conocerte.

N/A: Bien, ¿recuerdan esta es historia? Pues he logrado seguir escribiendola y estoy super emocionada con el proyecto. ¡Prometo que será alucinante!

Y también prometo no borrarla, es imposible dejarla a esta altura. 

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