CAPÍTULO NUEVE.
Agatha Castell, por primera vez, estaba un poco incomoda. El filoso metal que raspaba su cuello no le garantizaba ninguna seguridad y obviamente, no podía arriesgarse a quedarse sin vida. No de momento.
—Pues, para la policía es obvio que no, imbécil. —La navaja se hundió significativamente en su cuello causando dolor, un pinchazo. Luego, descubrió como la sensación de algo húmedo y caliente le recorría cuello abajo.
La había cortado. Aunque solo haya sido la punta solamente, dolía como mil demonios.
Con pasos lentos y armónicos, el gordo de ceño fruncido se acercó hasta quedar frente a frente a la rubia. Su expresión se convirtió en una sonrisa lobuna, casi macabra. Y, con dedos como pequeños tequeños sin cocinar le tomó la barbilla fuertemente, fijando la vista de la mujer sobre su despreciable rostro.
—Oh, no puedo decirte donde está... me mataría. Y tú, no deberías meterte donde no te buscan. —La soltó— Lambert, escolta a la señora fuera del club. Y asegúrate de que no vuelva.
La fuerza bruta no se hizo esperar, puesto que el hombre de casi dos metros con cara de mono le empujaba sin educación alguna hacia la puerta de salida que había visto anteriormente en el oscuro pasillo. Con un chirrido la puerta de metal oxidado se abrió dando paso a el helado viento del exterior, que acompañaba a la noche. Ese lado conectaba un oscuro callejón con el club, y al observar mejor Agatha pudo apreciar algunas ratas corriendo en dirección opuesta a ella.
Un último movimiento la empujó a las afuera del lugar completamente, y cerró la puerta detrás de él. La navaja que sujetaba se elevó a la altura de su pecho y le sonrió casi divertido a la rubia.
La señorita Castell rió.
—Oh, ¿así que a eso se refería con "asegúrate de que no vuelva"? ¿Me matarás, grandulón? —Volvió a reír amargamente recuperando la compostura.
—No, no. Primero te follaré y luego te descuartizaré, perra.
¡Uy!, ese sí que es un tono de voz grueso para semejante mariquita, pensó la rubia antes de atacar con una Glock 29 subcompacta que había encontrado en el ático.
Se estremeció al impacto, hacía mucho ruido para su gusto. El cuerpo del guardaespaldas cayó inmóvil sobre el cemento lleno de basura y un pequeño agujero dejaba salir a sangre desde su frente.
Definitivamente, Agatha Castell era mujer de cuchillos.
*
El olor a café llenaba la conocida oficina del detective que descansaba con el ceño fruncido sobre su silla de cuero oscuro, fuerte y cómodo. La investigación se le estaba tornando tediosa y sobrehumanamente frustrante. Era un callejón sin salida. Ninguna pista le daba un dato preciso ni tenía evidencia suficiente como para concretar un sospechoso.
Suspiró exhausto.
Con soltura tomó su bebida en manos dejando vacía la taza y sintiendo ese sabor dulzón y amargo recorriendo su garganta que tanta energía lograba proporcionar al joven de ojos verdes. Tenía aproximadamente dos semanas en el caso de los criminales y si no encontraba alguna pista pronto, se congelaría y lo establecerían como pausado. Volvió a repasar la información de los tres asesinatos junto a el nuevo, Hang He wu, violador y pedófilo que fue encontrado en su departamento degollado y apuñalado.
La escena era un desastre total, la sangre decoraba cada rincón del lugar y el cuerpo yacía rígidamente sentado en la mitad del salón. Curiosamente Damien sacó el expediente de José Rodríguez y comparó las dos escenas: ambas se habían cometido en los respectivos departamentos de los criminales.
ESTÁS LEYENDO
Detrás de un mismo rostro.
General FictionClarissa Benette, una prestigiosa y reconocida psicólogo de Francia. Agatha Castell, una asesina en serie buscada por la policía del estado. ¿Qué pasaría si se conocieran? O mejor aún, ¿qué pasaría si fueran la misma persona? ©Todos los derechos res...