Capítulo cuatro.

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CAPÍTULO CUATRO.

 Este capítulo está dedicado a mi queridisima Anny_29 por ser una seguidora fiel, cariñosa y sobretodas las cosas: por estar ahí siempre. Gracias, cariño.

 

        Al despertar, la brillante luz del sol cautivó el lugar tornándolo alegre y animado, solo que eso no era precisamente lo que ocurría en la mente de Clarissa. Con lentitud fue desperezándose, primero frotó los ojos luego estiró sus brazos, y por ultimo culminó con la espalda y piernas. Ahora con todo el control de su mente y cuerpo, logró ponerse de pie y levantarse de la cama. Su habitación estaba desordenada, dejando explícito la visita de sus queridas sombras la noche anterior. Con residuos de cansancio se rascó vagamente la cabeza y caminó hacia el espejo de su cuarto, era una rutina que siempre hacia; sólo para cerciorarse que todo estuviera bajo control. Sin embargo, el resultado fue algo distinto: su cuello estaba magullado y rajado salvajemente, cosa que producía un gran dolor al estirarlo. Una extraña sensación de temor se expandió y sus largos años de carrera le advertían que algo no estaba bien así que decidió ir a remediarlo.

        Iba a buscar ayuda.

        La carretera estaba llena de gente y varias de ellas hacían sonar sus cornetas con el hecho de fastidiar a los demás, en cambio, en una camioneta plateada se encontraba una abrumada Clarissa que vestía un sencillo vestido beige, una bufanda que escondía su cuello magullado y una cazadora oscura que combinaba perfecta con sus ojeras. Impaciente movía su pie constante contra el piso del auto creando un alternativo sonido que inundaba el lugar. Una mal arreglada uña sufría las consecuencias del estrés en la boca de la psicóloga y el ceño levemente fruncido comenzaba a doler. Debieron pasar algunos minutos hasta que la gran fila de autos avanzó con desespero hasta lograr fluir como una corriente vehicular normal.

        La rubia se hizo camino hasta llegar al gigantesco edificio donde su conocido Dr. Carlyle (guía psiquiátrico de Clarissa) pasaba consultas los días hábiles. Muchos se preguntaran a qué se debe esa amistad tan retórica entre una psicóloga reconocida y un viejo psiquiatra, pues el conocimiento de Clarissa la llevó a concluir que necesitaba ayuda psiquiátrica, luego psicológica, pero de eso no se preocuparía aún. Subió hasta el noveno piso con intención de hablar con él y confesarle todas sus dudas, de hecho, le tenía tanta confianza que no importaba que pasara después, simplemente no pensó en las consecuencias de sus actos.

—Necesito hablar con el Dr. Abraham Carlyle. —pidió la psicóloga amablemente, o todo lo amable que puede llegar a ser una persona que tiene una porquería como vida.

—Hm, esta de suerte hoy. Acaba de salir su último paciente. Pase usted. —Un alivio la llenó cuando escuchó aquella frase tan reconfortante y enseguida se dirigió hacia el pequeño consultorio.

        Las paredes de colores neutros y la decoración tan vintage que amueblaba esa habitación irradiaban una paz tan severa que hasta un niño con problemas de hiperactividad podría quedarse embobado admirando la habitación. Con pasos vacilantes la mujer avanzó hasta llegar a una silla amueblada que se encontraba justo frente al anciano con bigote de vaquero.

—Hola, Clary. —Su voz tan calmada y apacible iba de la mano con la habitación. Todo aquí expresaba paz y tranquilidad. — ¿Qué te trae por aquí?

—¿Tiene que existir una razón?

—A contar con tus desagradables ojeras, pues sí. —El viejo acomodó sus lentes correctamente antes de mirar a la joven a través de estos.

Detrás de un mismo rostro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora