Capítulo uno.

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CAPÍTULO UNO.

        Sin poder evitarlo, debía volver al trabajo. No era una opción, era un deber y tenía que cumplirse. Una mañana soleada, las nubes escaparon del cielo y el caluroso rayo de sol cubría a Francia completamente. A lo lejos se podía visualizar la elegante silueta de la Torre Eiffel y un bonito ambiente se desarrollaba en el lugar. Solo que Clarissa no lo veía así, angustiada se paseaba por su habitación. Llevaba dos semanas sin escuchar aquella voz, lo que podía alegrar a muchos pero no a ella. Ella sabía que no era normal. Y se suponía que debía serlo, era un psicólogo que frente a todos era la perfección. Todos creían una mentira, todos aseguraban que un psicólogo es el ser más calmado y sano que existe… pero no es así.

        Terminando de ponerse los zarcillos y tomando las llaves de su auto corrió hacia el exterior y se sorprendió al darse cuenta que le era desconocido aquel sentimiento. Tenía ya cierto tiempo sin respirar aire fresco y aquello le traía una pequeña calma. Volvió a mirar su reloj, el cual indicaba que eran las ocho menos veinte, y se subió al interior de la camioneta plateada que le esperaba en las afueras. Al encontrarse dentro respiró el familiar olor a cuero pero se sintió triste, todo le traía recuerdos. Las lágrimas alarmaban con salir así que encendió la radio y se concentró en la música, dejando que los sentimientos se los llevara el fresco viento de la mañana.

        Un poco apurada caminó a través de las gigantes puertas de cristal que daban la bienvenida a la clínica donde ella ejercía su carrera. Una vez más le dio un vistazo a su reloj y este le indicaba que iba retrasada por cinco minutos. Al llegar a su consultorio, el primer paciente se encontraba sentado con las manos en los bolsillos observando con desinterés las obras artísticas que allí se encontraban. Este al notar que la psicólogo, por fin, había llegado se levantó eufórico y le dio la bienvenida.

—Buenos días, Srta. Clary. Tengo tantas cosas por contarle. —Una leve risa, mas por educación que otra cosa, se escapó de los labios de la mujer e ingresaron al consultorio.

        Fue una consulta normal, y Clarissa se sintió a gusto por saber sobrellevar su vida laboral distante a la vida emocional. Sus pacientes estaban satisfechos y entonces, ella también. Sin embargo había una pequeña parte de ella que no dejaba escapar los recuerdos de Julie, la parte masoquista de todo ser humano.

        Esa pequeña fracción no la dejaba en paz por las noches, y la ahogaba entre recuerdos alternos referente a su esposo e hija. Esa pequeña parte se encargaba de hacerla sentir vacía y totalmente sola. Ella era la causa de todas las lágrimas derramadas todas esas noches y de las ojeras que lucía. Sin ella, le era casi asegurable que podría haber superado el trauma ya. Inclusive, ni recordara sobre lo sucedido. Está explícito que esa pequeña parte se llama: memoria.

        Cansada de escuchar historias y más historias, pasaba las palmas de sus manos por su cara en un intento de hacer desaparecer todo rastro de fastidio, cansancio o debilidad, pero no lo logró. Su rostro demostraba a una mujer que ha estado llorando por semanas, consecuencia a las desgracias que está sobrellevando. Repitiendo una acción muy habitual ese día, observó la hora en su reloj una vez más para darse cuenta que su horario había terminado. Debía volver a casa, pero era la última cosa que deseaba hacer en ese momento.

        El sol se escondía habilidoso tras el horizonte mientras el viento avisaba la llegada de la noche. Algunas luces adornaban las calles  de la ciudad y una que otra persona se paseaba tranquilo por el parque. Resguardada en su camioneta Clary podía observar como todos disfrazaban los problemas de sus vidas, demostrando que vivían exquisitamente. Giró su mirada hacia el asiento del copiloto y tomó la botella de licor para luego de abrirla, llevarla a la boca. Aquel extravagante líquido quemó su garganta por unos instantes y al volver a abrir los ojos, los cuales cerró por instinto, pudo respirar con naturalidad nuevamente. Era condenadamente adictivo. Por unas largas horas se mantuvo así: bebiendo y observando a la gente pasar, hasta que al fin la botella se vació.

Detrás de un mismo rostro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora