Libro de Dios

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Nací terrorificamente amado, criado por seres llenos de fulgor, mi madre una inocente mujer, mi padre un inteligente varón y mi musa de la cual les voy hablar le llamé "Libro de Dios".

Siempre hemos vivido en este lugar lleno de árboles, de tierra fértil, de frutos ricos, sí, aquí respiras aire fresco y disfrutas las melodías que los pájaros cantan para ti.

Cuando era niño mi madre me cargaba con amor hacia cualquier destino, mientras me dedicaba canciones con su sutil voz como el viento tímido, solíamos caminar por los polvos de oro del campo, camino hacia mi abuelita, casi diario.

Llegábamos y cuando la veía como por instinto corría abrazarla, sentía un amor más allá de esta tierra, sus besos en mi mejía provocaban mi inocente sonrisa y me estribaba en sus piernas de nieve mientras me daba cariño.

Pasaban los años y yo crecía, tristemente ella cada día envejecía, ya era más notable las experiencias en su piel, una hoja de papel, sus ojitos de zafiro eran más tiernos, ya estaba acompañada de un bastón que ella lo llamaba lápiz miserable.

Yo ya me había convertido en un adolescente, de esos rebeldes perdidos, tentado por carne, fantasioso inteligente y un sin mente de mi raíz.

Durante mucho tiempo de fantasías falsas olvidaba a mi abuelita que usaba dos pájaros para decirme tan solo un te amo... ¡ qué tonto de mí!

Una noche oscura, asotada por vientos suaves y tan callada, tímida, medité a la par de mi alma que me rogaba leer un libro, de esos que hace el mismo Dios. Estaba por leer el mejor libro de mi vida.

Fui donde mi abuelita, la nubes lloraban de alegría por el reencuentro, caminé emocionado por el jardín de chocolate que había en ese momento, ella estaba en un balancín como dormida, se veía tan linda, abrió sus ojos de zafiro y me vio frente a ella después de mucho tiempo, sin poder levantarse salieron sus lágrimas cristalinas y dije:

-Abuelita, aquí estoy, te amo.

-Hijo mío, ¿como has estado?-Musitó con una voz quebrada y tierna.

-Bien abuelita.

Ella ya no podía abrazarme, no tenía fuerzas ni siquiera para caminar y desde ese día empezé a leer ese libro que Dios me había regalado, ese libro inmenso que me llenaba de enseñanzas y alimentaba mi alma, lo leía por todas las tardes.

Cada tarde me contaba una historia diferente a color blanco y negro, mi alma se enriquecía de esas historias, nos sentábamos bajo un árbol fresco mientras tomábamos un rico té del campo, pero, el tiempo pasaba.

Mi alma estaba inconsciente de alegría que no sabía que a ella la devoraba una enfermedad por dentro, todas las tardes encantadas la visitaba  para seguir alimentando mi alma, ella me sonreía tiernamente como que nada pasaba, seguía llenando de alegría mi ánima, ella siempre feliz.

Pasé varios meses inocente hasta que hubo una última vez.

La última tarde. Esta vez las nubes lloraban pero de tristeza, era una tarde de aquellas oscuras con tormentas, nos sentamos como siempre, ya no bajo el árbol, mi alma presentía, no tenía apetito, esperaba a que comenzara a contarme otra historia y me dice medio sonriente:

-Hijo, ya no tengo más historias que contarte.

Mi mente volaba no sé a donde, y dije angustiado:

-Invéntame algo abuelita.

Ella con una voz suave que acarició mi alma comenzó:

-Una vez una ancianita moribunda de por estos lados, daba vida a la alma de su nieto, llegó al borde de contarle casi toda su vida, pero, por un motivo no terminó de contar todo, ya no le quedaba más tiempo...¡estoy enferma!

Quedé sin palabras, un viento brusco detuvo el tiempo, mis lágrimas cayeron, ella reposaba en su balancín, trono esa biblioteca, los pájaros cesaron sus vuelos y desde el cielo un hombre lleno de fulgor de diamante propio, bajó a sus espaldas...

Yo desconsolado dije:

-Abuelita, eres un libro hecho por el mismo Dios.

-Te amo.

En eso el hombre que bajó del cielo gris me susurro al oído:

-Tu más amado libro a vuelto a su verdadero dueño, su autor.

Solo observé llorando con miles de tormentas en mi mente, y el hombre dice:

-Es hora de irnos, Juana.

Mi abuelita, el libro de Dios ya había cerrado sus ojos, sus páginas.

El hombre me miró a los ojos, sonrió y me dijo:

-"Yo soy Jesús".

Espero les guste este cuento, fue hecho con mucho amor para mi abuelita, y también es una analogía, ya que un libro siempre nos da eso que se refleja.

HAMI SÁNCHEZ

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