Harry

7.6K 641 411
                                        

Había momentos en los que te encantaba solo acostarte en nuestra cama y observar el techo. Tu mirada siempre perdida sobre los planetas falsos que estaban pegados en el mismo. Recuerdo cuando los pegamos, teníamos dos escaleras y cada uno se subiría a una, pero después terminamos los dos en una sola, ya que ni siquiera con la escalera, tú, llegabas al techo; al final la otra escalera, tu escalera, quedó abandonada, y tú y yo quedamos casi cayéndonos en una, ni siquiera cabíamos, sin embargo, logramos pegar esos planetas que habíamos encontrado en algún Tesco y que tanto te habían encantado.

Desde siempre había sabido que Saturno era tu planeta favorito. Nunca parabas de hablar sobre él, siempre con tus ojos brillantes, como si hablaras de algo irreal y maravilloso y que de alguna manera lo hacías aún más con tu preciosa voz. Me decías cómo deseabas poder ir ahí, o al menos observarlo de cerca.

Y, Dios, disfrutaba tanto verte hablando así.

Lucías feliz.

Emocionado, impresionado y maravillado.

Y me hacías ponerme a pensar gracias a tus maravillosas pláticas sobre el universo en general, sobre nuestro planeta, sobre los árboles y sobre lo jodidamente increíble que siempre lucía el cielo.

Me preguntaba si cuando hablabas sobre mí con uno de tus amigos, hacías esos ojos soñadores y le sonreías a la nada.

Siempre traté de pensar que era así.

Y, Lou, de alguna manera hacías que mi corazón latiera de felicidad y que me pusiera a pensar sobre mi vida y sobre todo lo que me había brindado. Me hacías dar gracias por todo lo que tenía, por todas las maravillas que podíamos realizar y ver. Me hacías ver la vida de una manera tan optimista que te daban ganas de llorar de alegría y emoción de sólo sentir tus huesos de las manos, de sólo observar un pájaro volar en lo alto, de sólo oírte hablar.

Y cuando te veía ahí, acostado en nuestra cama, mirando, de alguna manera, los planetas de cerca, sabía que eras el amor de mi vida.

Y esperaba, ahí parado, observándote mientras tú observabas los planetas, y me preguntaba si algún día sería capaz de llevarte hasta Saturno, me preguntaba si te haría tan feliz como cuando hablabas sobre la vida y sus maravillas, me preguntaba si podríamos permanecer así: felices.

Yo podía quedarme horas de pie y, joder, tú nunca te darías cuenta. Contaba los parpadeos que dabas y cada cuántos segundos lo hacías, pero seguías ahí, pensando. Y me preguntaba si estabas aquí o si ya estabas volando por el cielo, imaginando las cosas y todo de esa manera tan especial en la que lo haces.

Cuando pasaban diez minutos, yo me recargaba en el marco de la puerta y cruzaba mis brazos; comenzaba a contar hasta cien y cuando llegaba al ciento diez, tú ya estabas volteando hacía mi. Tus ojos siempre cristalizados, supongo, de tanto estar ido. Y me sonreías y te sonrojabas, porque sabías que yo te había estado observando.

Adivina, tú tampoco eres el único que ama poner nerviosas a las personas.

Después te sentabas y tallabas tus ojos como un niño pequeño acabando de despertar, y yo sonreía y te decía algo como:

-Ya es miércoles -pero tú reías y te tirabas hacía atrás, acostándote de nuevo con tus piernas aún flexionadas fuera de la cama.

Sabías que era broma.

Te volvías a erguir y estirabas tus brazos y movías tus manos de una manera extraña, diciéndome, sin hablar, que me acercara.

Y lo hacía.

Tú siempre te corrías un poco hacía la derecha, dejándome, según tú, más espacio en el lado izquierdo, aunque con el espacio anterior yo ya tenía suficiente.

Después recargabas tu cara en mi hombro y llevabas tu brazo izquierdo hacía mi espalda y tu brazo derecho hacía mi estómago; me abrazabas tiernamente y yo esperaba a que comenzaras a contarme sobre todo lo que habías estado pensando.

-Pensaba en nosotros -siempre lo hacías, Lou, siempre.

Y volvías a hablar.

-Pensaba en cuánto te amo y después pensé en mi corazón y en la manera que late cuando estás conmigo -yo te miraba fijamente, hacía abajo, y tú mirabas hacía el suelo-, llegue a la conclusión de que cada día me haces más feliz.

Y cuando hacías esa pausa larga, sabía que me darías uno de esos tantos discursos sinceros que se formaban en tu cabeza y que tenía la dicha de que pudieras compartir conmigo. Me emocionaba, que fueras sincero conmigo, porque hacía que me enamorara más de ti.

-Te amo Harry -para ese entonces ya te habías separado de mi y me estabas mirando fijamente a los ojos-, te amo tanto que no me importaría deshacerme de todo lo demás que amo sólo para poder estar contigo. Porque tú eres lo principal en mi vida. No me importa Saturno, el cielo, ni los pájaros, si tú estás a mi lado; tú al lado del universo eres aún más magnífico, tú besándome es aún más placentero que poder sentir el sabor de mi alimento favorito, tú leyendo y yo escuchandote es más hermoso que sentir la experiencia de volar como lo hacen las aves y, créeme, si ellas sintieran lo que yo siento hasta cortarían sus alas para permanecer al lado de ti; porque eres precioso Harry, eres hermoso de una manera poco común, siempre con tus manías y con tus ganas de sonreír, siempre tan radiante. Amo que debatas conmigo sobre temas relevantes, amo que me escuches y sobretodo amo que tu también me ames tanto como yo lo hago.

¿Te he dicho antes, Lou, que desde siempre has logrado arrebatarme el aliento? Desde que te conocí has sabido cómo conquistarme; desde los poemas que me leías hasta la manera en la que tú eras honesto conmigo.

Siempre he amado la manera en la que sabes utilizar las palabras y tu voz. Es gratificante oírte hablar de esa manera.

Y una vez que empezabas, sabía, ya no podías parar.

-Estoy muy agradecido contigo, y sé que tú lo sabes. Me haces sentir de una manera tan inexplicable y cosquilluda. Te amo, te amo, te amo tanto que se me es imposible no decírtelo todos los días. Sé que funcionamos Harry, lo hacemos, y eso me pone feliz, porque si funcionamos, podremos durar, si queremos, toda nuestra vida juntos. Y podremos compartir tantos momentos como por los que hemos pasado, y te amo, te amo Harry, nunca dejaré de hacerlo, me has marcado de una manera tan fuerte que ya no sé, no sé que más decirte, no sé con qué más demostrartelo, porque te amo, y siento esa necesidad de hacértelo saber y te amo -y cuando veía que tus ojos se cristalizaban, sabía que habías terminado.

Yo, como siempre, me acercaba a ti y juntaba nuestras frentes. Nunca podía quedarme sin contestarte.

-También te amo Lou -y aunque fueran esas simples palabras, tú sabías que prácticamente te estaba diciendo todo lo necesario y sé que con eso te era suficiente, porque eras consciente de que yo no era de hablar mucho como tú.

Tal vez, esa era una de las razones por las que funcionábamos.

Así es como terminaban todos mis martes, llenos de sinceridad y amor a un grado que te hacía tan bien, se sentía tan maravilloso.

Y entre besos te volvía a decir:

-Estoy muy enamorado de ti.

Fin del capítulo dos.

Nosotros [√]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora