Louis

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Cada miércoles a las tres de la tarde salíamos de casa. Era algo extraño, pero los miércoles siempre tenía que hacer frío. Así que tú siempre llegabas a mi lado, ya con el beanie, que tiempo atrás te había regalado, puesto y algún suéter grande de esos que siempre te gustaba comprar.

Y me sonreías y decías:

-¡Es hora de irnos amor!

Yo siempre te tenía que devolver la sonrisa porque, por supuesto, me alegrabas el día de sólo ver tu carita... y seguidamente me ponía de pie del comedor o del sofá y dejaba de hacer lo que estuviera haciendo. Entonces yo te decía:

-¡Caballito Hazzard! -y de un momento a otro ya me tenías sobre tu espalda y corrías hacía la habitación porque yo seguía en pijama y necesitaba cambiarme y, ugh, siempre amé que hicieras eso.

Me hacías sentir como un niño pequeño y tú sabías que amaba eso, porque tenías en cuenta que yo nunca quería envejecer y me tratabas como si fuera tu bebé recién nacido, y estaba bien con eso, estaba excelente con eso.

Te amaba, te amo, te amaré, pero recuerda siempre mimarme... Broma.

Entonces ya los dos listos, salíamos y nos dirigíamos al mismo lugar de siempre: la heladería. Y, como siempre, como cada miércoles, la gente nos miraba como si estuviéramos mal de la cabeza. ¿Quién compraba helados en invierno? Al parecer solo nosotros. Algunas personas más nos miraban y nos hacían gestos ridículamente intolerantes, otros solo nos miraban y reían. Y sabíamos que no solo era por el hecho de ir a comprar helados en invierno.

Desde hace mucho tiempo los dos habíamos aprendido a lidiar con eso y sabía que no había porqué ponernos mal por los pensamientos de los demás. Los dos teníamos en cuenta de que era nuestra vida y nuestras decisiones.

Esa era una de las cosas por las que nos podíamos mantener juntos y apreciaba muchísimo eso.

Siempre teníamos que ir agarrados de las manos, y tú, gracias a tus largas piernas, solías dar los pasos más grandes que yo, así que me quedaba unos centímetros atrás de ti y parecía ser que me jaloneabas; los dos sabíamos que no era así.

¿Te había dicho que cada vez que me tomabas de la mano me dabas una seguridad tan grande que no podía dejar de sentir adrenalina en mi cuerpo y no podía dejar de borrar mi sonrisa ni mucho menos esas ganas de besarte? Me encantaba que tu mano sostuviera la mía, me sentía bien, completo, amado.

Para decirlo más específicamente: me sentía como si estuviera viendo Saturno de cerca.

Y sí, , sigo con mi obsesión por los planetas y la vida, por el universo y las cosas buenas, por el cuerpo humano y todas sus capacidades; y sé que amas que siempre tenga eso en mis pensamientos, que siempre piense en todo y en nada, y amas que te platique sobre eso, tanto como yo amo oírte leer.

Después, cuando entramos a la heladería y tú corres hacía la misma mesa de siempre y yo me dirijo a paso lento hacía la caja con una sonrisa, sé que trabajamos juntos, sé que estamos juntos en todas nuestras situaciones y aunque seamos malditamente ordenados en todo y tengamos todos nuestros planes claros, nunca me cansaré de ti, porque me enamoro más y más y más, y me pones alegre y con adrenalina y amo eso y con eso te amo más, y una vez que empiezo a decirte te amo se que no podré parar y tú también lo sabes.

Te amo tanto...

En lo que ordeno nuestros helados (tú frambuesas, yo típico chocolate), y en lo que el chico o chica del otro lado de la caja busca el cambio, te volteo a ver, siempre lo hago, y tú no pareces darte cuenta; siempre haciendo lo mismo, ahí, tú, con tu mano sobre tu mejilla derecha y tu espalda levemente encorvada junto con tu cuerpo un poco inclinado, mirando a través de la gran ventana que siempre se encontraba al lado de esa mesa, esa mesa de siempre, en la que nos hemos sentado millones de veces y aún lo seguimos haciendo.

Nosotros [√]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora