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El sol se presenta por primera vez en aquella tarde fresca cuando Evangeline toma conciencia de la existencia de Meave. Tienen seis años y la mamá de Evangeline utiliza a Meave como ejemplo de todo lo que no se tiene que hacer.

La niña es ruidosa y descontrolada, sonríe mostrando sus dientes de leche (haciendo obvia su falta de uno de sus dientes principales) y grita para hacer oír su voz. En realidad, solo se divierte como cualquier otro niño de su edad, pero eso puede estar mal visto para muchos habitantes del pequeño pueblo conservador en el que viven.

—Ella es Meave, la hija de los Wikins, una familia inservible en el vecindario. Son vagos y ateos. ¿Ves como se comporta esa niña? Así Evangeline, es como no deberías actuar. Tienes que ser recatada para agradar a los ojos de Dios. No quiero que te juntes con esa niña, jamás. Parece que nunca le han pasado un peine, esa criatura...

Evie asiente a su mamá, sin saber hacer otra cosa.

Años más tarde hay un reencuentro en el que se produce una interacción directa, en el mismo parque de la vez anterior. Apenas con nueve años, no pueden ser más opuestas:

Meave lleva una remera suelta y pantalones que le quedan demasiado grandes, pero parece contenta con ello. Hay un cambio fundamental en su persona, pero Evie no puede descifrar qué es al principio.

—Dios mío, ¿qué le pasó a su cabello? Parece un varón. —exclama su madre claramente disgustada.

Evangeline lo nota entonces: Donde antes había una mata de pelo grueso y largo y totalmente descontrolado ahora hay un desprolijo cabello corto y rizado sobre la cabeza de la niña "marimacho" como tiene la costumbre de llamarla su madre.

—¿Puedo ir a jugar mami? —pregunta Evie, sin hacerse muchas ilusiones.

Su madre hace una mueca descontenta pero asiente, para sorpresa y alegría de la niña.

—Pero no manches tu vestido.

Con esa advertencia, Evangeline aprovecha la oportunidad dada y corre hacia los toboganes de plástico.

—¡Y sin correr! —escucha a su madre ordenar y ella intenta calmarse, pero esta demasiado emocionada.

Cuando llega al tobogán se encuentra con que está repleto de niños y eso la asusta un poco. No es buena para hacer relaciones sociales, lo cual está relacionado con la sobreprotección de su madre.

—Hola. ¿Quieres jugar con nosotros?

Escucha preguntar a una voz chillona a su costado, y después del sobresalto voltea su cuello para mirar a la dueña de la voz: Meave Wilkins.

Mira a su madre con nerviosismo entonces, pero esta ocupada hablando con otra mujer. Se relaja un poco entonces, pero solo un poco.

—¿Eres una nena? —pregunta mirando de arriba abajo a Meave. Sabe la respuesta.

—Si.

—¿Entonces porque usas el pelo corto? Las niñas no usan pelo corto. Y usan vestidos.

El contraste es maravilloso: Por un lado la descuidada niña feliz y por el otro ella, la niña que siempre usa aretes que le incomodan, vestidos o faldas de colores pastel, medias largas, zapatos brillantes y un enorme moño rosa apretándose demasiado en su cabeza.

—¿Y porque usas moño?

—¡Porque es rosa! Es de niña. —contesta de manera lógica Evie mientras se cruza de brazos triunfante.

—Bueno, tu moño es estúpido.

El aliento se corta en los labios de Evie, sorprendida y horrorizada por la grosería que acababa de decir la otra niña.

Desastre indecente |✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora