Pasada la media noche un ruido en la ventana interrumpe el descanso de Evangeline. Al principio se asusta, pero decide no prestarle atención, pues bien podía ser el viento. Sin embargo, cuando escucha otra vez el mismo ruido se preocupa, y su cabeza empieza a dar posibles soluciones al misterio, ninguna de las opciones buenas para ella. Podía ser un ladrón, o peor, un demonio, como había comentado su madre en más de una ocasión.
Las lágrimas caen sin cesar de sus ojos, empapando sus mejillas y empañando sus lentes. Los ruidos de desdicha alteran y entristecen a Evie por igual. Jamás había visto a Meave así. Meave, siempre con un chiste en la punta de la lengua, un comentario ingenioso, sarcástico, alguien a quien nunca le faltan las palabras, sin poder respirar correctamente.
—Por Dios, ¿Qué pasó?
Evie toma sus hombros, los frota, sin saber si abrazarla, mientras Meave jadea por aire e intenta quitar las lagrimas de sus ojos, lo que se le complica con los lentes puestos.
Finalmente, Evangeline hace lo que debería haber hecho desde un principio y abraza a su amiga, mientras siente como ella se aferra con fuerza a su ropa, su espalda, a lo que sea.
En otras circunstancias, Evie se hubiera alejado de tal contacto por lo mucho que le hace sentir y no debería. Pero ahora, todo lo que importa es que la chica entre sus brazos deje de sollozar desesperadamente.
—Necesito que me digas que pasa, Meavs, por favor. —susurra la petición con la voz más suave y cariñosa que puede encontrar.—Me preocupas.
Meave, con el rostro enterrado en su hombro, de a poco empieza a respirar de forma regular y tranquilizarse.
—Ella se fue. Se fue. Dijo que...
—¿De que hablas? ¿Quién se fue?
—Mariel—jadea—La gente... —su voz tiembla, se corta, pero un momento más tarde se recompone y puede continuar.—La gente del pueblo estaba empezando a sospechar, ella recibía constantemente murmullos, miradas, malos tratos, dijo que ya no podía soportarlo, que necesitaba huir de aquí lo antes posible.
Evangeline necesita unos momentos para procesarlo y ni siquiera entonces está segura de cómo se siente al respecto. Aliviada, triste, enojada.
Odia a Mariel casi tanto como odia ver el rostro de Meave empapado en lágrimas.
―Le pedí que me llevara con ella―por un segundo ambas jóvenes sienten que quedan sin aliento.―Le supliqué que me sacara de aquí y me rechazó.
—¿De verdad esperabas que te llevara con ella? Eso es ridículo, Meave.
Si, tal vez no sea lo mejor que le puede decir a su amiga en un estado así, pero Evie se siente mezquina: Meave no le había dirigido la palabra desde la disputa que tuvieron sobre la profesora Mariel hace casi un mes y para colmo iba a dejarla sola en el maldito pueblo. Se siente... dolida. Ira se sobrepone al dolor, intenta esconderlo lo mejor que puede para que no tenga que pensar porque la simple idea de que Meave la deje la lastima tanto.
Ella no es tonta, sabe que no hay lugar para personas como Meave en este pueblo intolerante, y también sabe que afuera hay más, otros espacios donde su forma de vida es moderadamente aceptada, donde puede ser ella misma. Evie jamás pretendió que Meavs se quedara, pero siempre pensó que el día que se fuera, le pediría irse con ella.
Meave se aleja de ella, todavía con el rostro y los ojos rojos, enojada y determinada, le contestó:
―¡Si, Evangeline! ¡Si, esperaba que me llevara con ella porque la amo! Incluso si no te gusta o ni siquiera entiendes lo que es amar, la amo.
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Desastre indecente |✔
Novela JuvenilMeave es un desastre vulgar, lo opuesto a una señorita de bien en todas sus formas... y a Evangeline le encanta. Evie ha sido criada para respetar las formas y sobreponer el decoro a sus propios deseos y/o necesidades. Meave le enseña a relajarse, a...