5. Media hora

16 5 4
                                    

La ausencia del desayuno comienza a notarse y su estomago rugiendo hambriento se lo recuerda; mientras espera impaciente a que la fila avance, sus ojos se pierden entre los apetitosos bocadillos que se lucen en las vitrinas junto a la caja.

—Buenos días, ¿qué desea ordenar?— la mujer que lo atiende parece ser como un robot, acostumbrada a todas las mañanas repetir lo mismo una vez tras otra.

—Hola, buenos días. Me gustaría ordenar un tostado de pollo con tomate y rucula— dice rápidamente pero se queda callado unos segundos mientras piensa en que tomar.

—¿Va a ordenar algo para beber o será solo eso?— lo apura impaciente la mujer que lo atendió.

—Y una Coca-Cola, por favor— se apresura avergonzado.

Minutos después de pagar por lo que ordenó; un chico tan solo unos años mayor que él, le entrega su pedido en una bolsa de cartón y le desea un buen día.

Louis comprueba la hora en su reloj y decide que será mejor comer el bocadillo en el salón, antes que la próxima clase comience. Tiene veinte minutos para ello, por lo que camina con rápidez por los pasillos, ansioso de devorar el contenido de aquella bolsa.

Al llegar, como acostumbra a hacer elige uno de los bancos del fondo, donde se siente más cómodo. Cuanto más cerca del profesor esté, más presionado se siente a no equivocarse y saber todas las respuestas.

Una vez que se acomoda, no pierde tiempo en darle un gran bocado al tostado y casi gime de satisfacción al probar el crujiente pan fundirse con el pollo y la rucula, condimentada de una manera deliciosa con un chorro de aceite de oliva. Su estómago parece satisfecho después de un par de bocados y hace una pausa para abrir la lata de Coca-Cola. Mientras lo hace, se pregunta que tan buena elección ha sido la gaseosa a las once y media de la mañana. Sin embargo, cree que aquel tostado no podría haberse disfrutado mejor que con una Coca-Cola.

(...)

Cuando el profesor da por finalizada la clase, Louis guarda rápidamente su cuaderno repleto de desprolijos apuntes y su pequeña cartuchera en la mochila antes de abandonar el aula. Las clases han sido agotadoras y los pocos días que tenía para hacer un proyecto de anatomía, lo ponían nervioso. Era muy dedicado a la carrera y responsable con sus trabajos, y se estresaba con facilidad cuando no podía llevar el control de las cosas.

Iba tan concentrado en sus pensamientos, que no notó a cierta cabellera rizada esperándolo en uno de los bancos situados frente a la entrada de la facultad.

—¡Ey! ¡Lou!— el ojiazul voltea rápidamente al reconocer aquella voz y sus piernas tiemblan como si fueran un flan al escuchar la forma en la que Harry lo llamó, quien ni siquiera fue consciente de que había sido la primera persona en llamarlo así después de varios años.

—¡Harry! ¿qué haces aquí? ¿las clases de Niall no terminaban a las dos?— pregunta confundido mientras se acerca a él.

—Sí, llegué dos en punto como él me lo pidió pero me quedé a esperarte. Y-ya sabes como v-vivimos en el mismo edificio, pensé que podríamos volver jun-juntos— el ojiverde era una bola de nervios y el castaño frente a él podría jurar que no conocía a una persona más tierna que él.

—¿Esperaste media hora por mí?— no pudo evitar preguntar, enternecido.

—S-sí— el corazón del rizado latía furioso en su pecho. Quizás al castaño le parecía estúpido lo que había hecho; pensó por unos instantes, sin embargo, aquellas dudas se esfumaron tan rápido como surgieron.

—Que atento eres, Harry. Gracias por acordarte de mí.

Harry solo le muestra aquel par de hoyuelos, que Louis comienza a adorar y baja la cabeza, en un intento fallido por disimular su sonrojo.

(...)

Louis encuentra otro motivo más para odiar los jueves; al parecer todos y cada uno de los ciudadanos de Londres debía tomar el metro a la misma hora que él salía de la facultad y no dejaban ni un asiento libre.

Maldice en su interior a los desfavorecedores genes que había heredado cuando debe ponerse de puntitas para poder sujetarse del pasamanos y más aún, cuando el ojiverde a su lado se ríe de él.

—¿Qué es lo que te parece tan gracioso, rizos?

Rizos, repite en su mente. El apodo que usa el castaño para referirse a él, lo descoloca y por unos momentos olvida lo que iba a decir— Tu escasa estatura que ni siquiera te permite llegar al pasamanos, dime, ¿ eres demasiado holgazán y te cansaste de crecer? ¿cuándo? ¿a los diez años, quizás?

—El problema fue que mi heladera tenía congelador, no freezer y el danonino nunca se terminaba de hacer helado. Las hormonas de crecimiento seguro se quedaron atascadas en ese limbo y nunca llegaron a mi cuerpo.

Harry no puede contener la estruendosa carcajada que brota del fondo de su garganta, llamando la atención de varias personas a su alrededor. Él avergonzado, se tapa la boca con ambas manos mientras se sigue riendo.

Es después de escuchar su escandalosa y contagiosa risa, que Louis inconscientemente se promete a sí mismo ser el motivo de ella más a menudo.

(...)

Normalmente el viaje de regreso a casa era aún más tedioso que el de ida a la universidad, sin embargo, la compañía de Harry hizo que, por primera vez, disfrutara del viaje. Hasta deseó que este no acabara cuando llegaron a su estación.

Una ráfaga de viento, los golpea al bajar y desordena los rizos del ojiverde, quien al instante logra ponerlos de nuevo en su lugar. A Louis le parece extremadamente sexy la forma en la que Harry inclina levemente su cabeza adelante y con una mano acomoda su cabello detrás de la bandana verde que lleva puesta. Jura que no recuerda en que momento su mandibula perdió fuerza y su boca se abrió, pero rápidamente desvía su mirada hacia otro lado antes de que el rizado se percate de ello.

—Mi tía creo que horneará galletas esta tarde, si quieres puedes merendar con nosotros o te llevo un par luego si estás ocupado— Harry inicia nuevamente la conversación tras un par de minutos en silencio.

—Un trabajo de anatomía me está quitando el sueño— declina la oferta amablemente— pero seguramente ese par de galletas me ayuden a trabajar mejor, tal vez otro día tú puedas venir a merendar a casa— propone.

—Me gusta la idea. Cuando las galletas estén listas y se hayan enfriado un poco, le robaré un par a mi tía y te las alcanzaré— mientras terminan de ponerse de acuerdo, la fachada del edificio comienza a visualizarse al final de la calle.

Se despiden una vez que llegan al segundo piso y cada entra a puertas con letras diferentes. Ambos dudan si saludarse con un beso en la mejilla o no pero el rizado le hace frente a su timidez y se inclina sobre Louis, besando suavemente su piel acaramelada.

—¿Esa estúpida sonrisa que tienes está relacionada con un par de ojos verdes?— es lo primero que escucha cuando cierra la puerta de su departamento.

No duda en responder que sí, aquellos ojos verdes eran el motivo de su estúpida sonrisa.

El sobrino de la vecinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora