7. Trato hecho, ricitos

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Había dado vuelta su placar en busca de aquellos pantalones de piyama afelpados que tanto le gustabas usar los días fríos como aquel, donde a su cuerpo le costaba mantener el calor por sí mismo. Sin embargo, no fue hasta que le preguntó a Liam por ellos, que los encontró secándose en el tender junto a la estufa.

Sonríe al sentir la suavidad de la tela tibia acariciar su piel. Además de ser cómodos y abrigados, Louis amaba ese trozo de tela afelpada porque había sido lo primero que se pudo comprar con el dinero que ganó trabajando diez horas al día como personal de limpieza en un restaurante. Se sentía muy orgulloso de sí mismo cada vez que recordaba el esfuerzo y las lágrimas que le había costado ese trabajo pero la forma en la que le había sido recompensado. Con diecisiete años y unos pocos ahorros se había enfrentado a la cruel realidad donde el frío parecía calar dolorosamente en sus huesos durante las muchas noches de invierno que el dinero no había sido suficiente para pagar la boleta de gas y donde el hambre quería apoderarse de sus entrañas, pero la ferviente vocación por convertirse en un gran pediatría fue el motor que lo mantuvo vivo.

—Enano— irrumpe Zayn en su cuarto.

—¿Cuántas veces debo decirte que no me llames así?— se queja el ojiazul mientras seca su cabello con una toalla.

—Sí, sí, lo que sea— le resta importancia— mientras te bañabas, Harry ha venido a traerte esto— alza su mano derecha, mostrando el tuper transparente de tapa azul que deja a la vista las galletas.

Se acerca rápidamente hacia el morocho y le quita el recipiente de las manos, se deshace de inmediato de la tapa y teme que el corazón se le salga del pecho cuando ve las galletas de chocolate, esta vez, especialmente repletas de chips de chocolate.

Le da un par a Zayn antes de echarlo del cuarto y él se va gustoso con aquellas masas dulces en sus manos.

Disfruta de devorar una a una aquellas galletas crujientes y esponjosas, en la soledad de su cuarto mientras comienza con el maldito trabajo de anatomía que parece estar volviéndolo loco. Encendió su computadora y abrió un nuevo documento en blanco.

Mierda, espera que esas galletas realmente le den energía porque la iba a necesitar.

(...)

Una mano sacudiendo levemente uno de sus hombros y una voz suave llamándolo, lo despierta. ¿En qué momento se durmió?

—Ey, Louis— repetía Liam.

El ojiazul se quejó entre sueños un par de veces antes de abrir los ojos, los sentía pegajosos ¿cuanto tiempo se había quedado dormido?

—¿Qué hora es?— pregunta adormilado, mientras con su puño refriega uno de sus ojos, intentando deshacerse de las lagañas que se apoderan de él.

—Pasadas las tres de la madrugada. Ven, vamos a dormir.

El ojiazul se pone de pie y bosteza, sus músculos se quejan al moverse luego de permanecer tanto tiempo en aquella posición tan incómoda. Se quita el buzo que llevaba puesto y se deja puesta la remera manga larga que se había puesto cuando terminó de bañarse. Liam le abre la cama y después que Louis se haya acomodado, lo arropa asegurándose que no pasará frío. Besa su frente y le desea buenas noches, aunque el ojiazul ya se ha vuelto a dormir.

(...)

Las profundas ojeras bajo sus ojos son la prueba de la mala noche que ha pasado. Sus ojos arden por cerrarse y están llorosos por la cantidad de veces que ha bostezado. Su cuerpo está agotado y la cabeza le martillea incesablemente las sienes, siente que en cualquier momento le va a explotar y todo lo que estudió ayer sobre anatomía saldrá volando junto a su cerebro.

En lo único que puede pensar es en la siesta que dormirá cuando llegue a su casa, descansar su cuerpo en el mullido colchón de su cama y taparse hasta las orejas por varias mantas de polar. Acelera el ritmo cuando las puertas del metro se hacen presentes en su campo de visión y agradece encontrar un asiento libre cuando sube, no habría podido aguantar veinte minutos de pie, haciendo equilibrio para no caerse. Malditos pasamanos ¿quién carajos los hacía tan altos?

Inhala profundo y deja escapar un gran suspiro cuando su cuerpo se acomoda pero obliga a sus ojos a mantenerse abiertos, teme quedarse dormido y pasar de largo su estación. Ya le ha pasado un par de veces y hoy no tiene energía para ello.

El viaje se le hace extremadamente largo y no sabe si es por el cansancio o la ausencia del rizado.

(...)

Solo un esfuerzo más, piensa mientras sus piernas parecen flaquear cuando sube los malditos escalones de la escalera, tiene la sensación que hoy son más. Debe admitirlo, su condición física es casi nula, odia hacer ejercicio y hace el justo y necesario para mantenerse en forma ¡pero nunca le había costado tanto subir dos pisos!

Boqueando por oxígeno para sus pulmones y con sus mejillas levemente coloradas, llega al segundo piso pero tan solo unos pasos después, una cabellera rizada se asoman por la puerta que está a unos metros de la suya.

El ojiverde se percata de su presencia y sonríe sin mostrar los dientes.

—Hola, Harry— se acerca con la respiración más calmada, sin embargo, el que ahora se agitó es su corazón.

—Mhj, hola, louis.

—Las galletas estaban deliciosas, no lo pude evitar y me las comí todas mientras hacia el trabajo— juega tímidamente con las azas de su mochila.

—Gr-gracias, supongo. Las hice yo.

—¿Fue tu idea ponerle esos chips de chocolate, cierto?— Harry asiente mientras siente como sus mejillas toman temperatura— las galletas quedan mil veces mejor con ellos pero no se lo digas a Eli— el ojiazul le sonríe cómplice y le guiña un ojo.

—Mi silencio no será gratis, Tomlinson, ¿qué me darás a cambio?— Louis alza las cejas, sorprendido por la picardía en las palabras del rizado.

—Mm— simula pensarlo— puedo invitarte aquella merienda que nos quedó pendiente, Styles.

— Con sanguches de miga y tenemos un trato—alza su mano derecha y espera a que Louis la tome.

—Trato hecho, ricitos— cierran el trato con un apretón de manos y sonrisas traviesas, mientras sus corazones laten acelerados esperando a que el día llegue.

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⏰ Última actualización: May 14, 2021 ⏰

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El sobrino de la vecinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora