El primer amor que perdí

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La luna de esa noche se encontraba llena. Completamente blanca y redonda cual queso gigante, o al menos eso es lo que pensó mientras la apreciaba desde la terraza. 

Las calles en el exterior se hallaban todavía mojadas por la lluvia de esa mañana que cayó tras el intenso calor de los días previos. La poca luz que se filtraba del lugar y la cálida proveniente de la luna hacían relucir el agua esparcida por el pavimento. 

Fijó su mirada en un charco resplandeciente que reflejaba la vista nocturna. ¿Cuántas veces deseó salir en un día lluvioso para pisar el agua estancada y divertirse como no le fue permitido? 

Era un sueño infantil, pero no podía negar que aún tenía ese anhelo inconcluso. Se imaginaba saltando de aquí para allá mientras del cielo caía la fría llovizna que le mojaría la ropa y le daría un resfriado al día siguiente. Las gotas se levantarían ante sus brincos y el reiría como un loco por cumplir con esa fantasía infantil. 

Sonrió, remarcando el contorno del vaso de cristal con su dedo. Quizá, algún día podría hacerlo, algún día podría danzar bajo la lluvia sin el miedo a la sombra de su padre y sus absurdas reglas. 

Se volvió al carrito de comida cuando este se detuvo a su lado. No logró ver la comida por los cubreplatos que estorbaban su visión. Le envió una sonrisa al muchacho mientras él colocaba los alimentos sobre la mesa y se sentaba frente suyo poco después. 

Recorrió los platos, aún cubiertos, con la mirada antes de cruzarse de brazos sobre la mesa. Un mal hábito que adquirió debido a ese chico, si su padre lo supiera, seguramente, le recordaría todas esas clases de modales y etiqueta que le inculcó en su infancia. 

—Estoy sorprendido —rio—. La reserva de este lugar, la comida hecha por ti y la vista de la ciudad desde la terraza. No me sorprendería si justo ahora sacaras un violín y tocaras algo. 

El muchacho soltó una risilla suave y estiró una mano hacia las suyas, para tomar una y acercarla a sus labios, donde besó sus nudillos y le mandó una mirada llena de amor. 

—Lo pensé, pero sabía que creerías que es demasiado, así que me contuve —dijo sin soltarle la mano y acariciándosela con el pulgar—. No conté con que hoy llovería, es una pena que el agua haya quedado estancada. 

—Está bien, de hecho me trae recuerdos. Llovió el día de nuestra primera cita, el helado de André se nos derritió en la mano y terminamos empapados —rememoró el momento, ese mismo en que el azabache intentó resguardarlo del clima y ambos terminaron atascados en el metro. 

Quien diría que sería la cita más divertida que había tenido antes. Todavía recordaba el estado mojado del muchacho, que incluso le llevó a su casa tras todo el alboroto. 

Sin embargo, aquel obstáculo no impidió que tuvieran una segunda, tercera y otra decena de citas más. La mayoría de ellas con problemas de por medio, pero ninguna fue aburrida y eso les llevó a donde estaba ahora, tras cinco años de relación. 

—Claro, como olvidarlo. Sigo sin creer que siempre aceptaras salir conmigo aunque todas nuestras salidas fueron un desastre. 

—Quizá esa fue la razón. Incluso cuando las cosas estaban mal, tú te mantenías positivo por los dos. No lo sé, me hacías pensar que nada podía ser tan terrible si ambos estábamos juntos. 

—Lo sigo pensando —dijo sin despegar la mirada de él. 

Los dos se sonrieron, justo en el momento en que una gota cayó sobre su mejilla. Se volvió al cielo, sólo para notar que la lluvia arremetió contra la ciudad en cuestión de segundos. 

Salto atrás (Lukadrien)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora