La décima es la vencida

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10

Cuando despertó se incorporó en la cama con rapidez, sintiéndose mareado por el abrupto movimiento. 

Recorrió el recinto con la mirada, sorprendiéndose gratamente se estar ahí de nuevo. Buscó la fecha para asegurarse de que estaba en lo correcto y sonrió, alegre al advertir que no esta equivocado. 

¡Estaba diez años atrás, otra vez! 

Todavía podía hacer las cosas bien. Pero primero, debía encontrar a Luka lo antes posible. 

Ni siquiera sabía si ambos habían pedido el mismo deseo. No importaba, de cualquier modo, haría lo posible por tomar la mejor decisión esta vez. 

Estaba determinado a aferrarse a Luka una vez más. Ahora que sabía por todo lo que habían pasado y su papel en la relación, tenía entendido lo que haría. 

Su futuro aún podía cambiar para bien. 

Se levantó de la cama con premura, justo cuando Nathalie entró al dormitorio con un rostro indiferente. 

—Adrien, tu guardaespaldas te espera abajo. Vas diez...

—Voy tarde, lo sé. Asistiré a la próxima clase, no hay problema —expresó sonriente, confundiendo a la mujer, quien se encogió de hombros en respuesta. 

—Tu padre no podrá desayunar contigo hoy porque tiene trabajo en su oficina —recalcó la mujer y Adrien asintió. Nathalie salió sin más, volviendo a apresurarle. 

Adrien frunció el entrecejo al tiempo que se llevó una mano al mentón. 

Si no hablaba con su padre ahora, estaba seguro que las cosas entre ellos no mejorarían y todo se repetiría como en un principio. 

Era su única oportunidad para cambiar un par de cosas, así que no pensaba desperdiciarla. 

Se duchó aprisa para vestirse de igual forma y dirigirse a la oficina del hombre apenas estuvo listo. No tenía idea de lo que le diría, pero entendía que debía ser sincero y plantearle una forma en que ambos pudieran llevarse mejor a largo plazo. 

Pensó en entrar como si nada, mas optó por tocar la puerta, para no hacerle enfadar. El hombre no contestó de inmediato y Adrien volvió a golpear su puño sobre la madera. 

Suspiró cuando, de nuevo, él no le abrió. Tenía que ser más rudo o Gabriel pasaría de él por el resto de su vida. 

Al final, giró la manija, comprobando que la puerta no tenía pestillo. Sonrió, decidido a hacerle frente con cierto nerviosismo en su interior. 

Quizá pareciera de dieciocho años, pero su mente tendría que tener la madurez de los diez años que ya había vivido. No podía acobardarse ahora. 

Entró con porte seguro a la oficina y un gesto que pretendía mostrar determinación. Su padre le miró mal al instante por la irrupción que no esperaba y Adrien no pudo evitar sentirse un poco intimidado, mas no retrocedió. 

—¿Se puede saber que haces aquí? Estoy muy ocupado, Adrien. No tengo tiempo para tus caprichos y, por lo que veo —dijo volviéndose al reloj que tenía en su escritorio—, tú tampoco, vas tarde a clases. 

El menor se quedó quieto en su lugar, observándole. Tomó una gran bocanada de aire antes de expulsar todo lo que tenía que decirle. Su futuro dependía de ello. 

—Te extraño —expresó, avergonzado, por esa declaración que sonaba un poco infantil, pero que, de algún modo, funcionó, ya que obtuvo toda la atención del hombre—. Escucha, sé que ambos nos sentimos tristes desde que mamá murió. Es difícil continuar sin ella, lo admito. Ambos la perdimos, pero, desde que se fue, siento que también te perdí a ti. 

Salto atrás (Lukadrien)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora