01. TRATO

643 65 6
                                    

Jeon Jung Kook jamás creyó en los designios del destino

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Jeon Jung Kook jamás creyó en los designios del destino. Esa corriente inalterable que se les asignaba si bien nacían y que se mantenía eternamente imperturbable. Se negaba a creer con toda el alma que la vida que tenía ya estaba premeditada desde el primer llanto, hasta el último suspiro. ¿Qué sentido tenía entonces, yacer como personajes secundarios de una vida que no les pertenecía?

Por eso era más despreocupado, más caprichoso. Si sentía que los oráculos le dirían que se convertiría en aprendiz de la magia, entonces él tomaría las herramientas de su padre y se convertiría en carpintero. Si le decían que pasaría hambre en los inviernos, entonces él buscaba provisiones desde inicios del verano, y se pasaba las noches nevadas con el estómago repleto de carne de cordero y las bodegas hasta el tope de vino.

El destino no era más que una burla con la que se excusaban los cobardes.

Y JungKook estaba realmente consciente de que su vida, no se regiría jamás por la cobardía, ni mucho menos por la pereza. Él era realmente consciente de una realidad de la que los demás sólo renegaban; bien, en realidad no era tan consciente como lo aparentó. La suerte en los humanos era más como un ave que vuela siempre cerca, pululando a su alrededor sin dejarse tocar, ni por las yemas de los dedos, ni por las pupilas suplicantes. Pero en aquel momento, antes de mirar cara a cara al infortunio, nunca se hizo una mísera pregunta acerca de su suerte, ni mucho menos su destino.

No se había dado cuenta de su cuerpo pesado y sudoroso, ni del aire pelmazo que a duras penas pasaba por sus pulmones debido a la humedad. Profundamente cansado, se retiró los cabellos empapados de la frente en medio de la penumbra e intentó, sin mucho éxito de por medio, encontrar la lámpara de queroseno en el mesón de noche; Los días de otoño estaban llegando a su fin, el invierno estaba más próximo que un brujo al peligro, y el clima de aquel momento simplemente no tenía una mísera de sentido. ¿Por qué hacía tanto maldito calor?, ¿Y por qué esa extraña ansiedad se negaba a abandonar su cuerpo?

Pensó que Ji Min de nuevo había estado jugando con aquellas piedras volcánicas, las que un mago ambulante le vendió por seis de las diez preciadas estleras¹ que ganaban al mes en la carpintería. ¡Cómo se había enojado cuando se enteró!; Pensó que algún dragón quizá había volado justo arriba de su casa mientras escupía fuego por el hocico, o que de nuevo una salamandra se había metido a la habitación durante la noche.

  —Hey, Ji Min... ¿Hoy iremos a-...?

Pero, cuando le llamó para despertarle, moviendo sólo un poco su cuerpo de un lado al otro... las llagas en sus dedos le dieron la noticia de su más próxima tragedia. Entonces gritó de sorpresa. O más bien fue un gruñido el que embargó sus labios ante el dolor en su piel. Alarmado le llamó en voz alta, pero el silencio que se impregnó sobre su cuerpo, le hicieron deducir que algo estaba realmente mal. Las gotitas de agua y el camastro empapado le dieron una idea.

El cuerpo de su hermano estaba hirviendo.

No como una fiebre de humanos, de esas que se bajan con paños fríos sobre la frente y cuatro días en reposo escondidos en sus cuevas, sino como esas fiebres que atrapan a los condenados, a los que son engañados por magos viejos y malvados... esas que sólo conocen un desenlace de muerte y tragedia. Ji Min yacía inconsciente en el camastro, temblando y sudando como si se volviera agua, como si se evaporara con el viento, pues su organismo humano no estaba soportando las grandes temperaturas cociendo su cuerpo; justo ahora, eran sus carnes las que estaban intentando consumirse desde adentro como una vela... Y Jung Kook lo supo casi de inmediato: En tan solo unas horas comenzaría a convulsionar y su cerebro dejaría de funcionar para siempre.

RAVENS LAKEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora