Jeon Jung Kook ha perdido su alma a cambio de salvar la de su propio hermano. La ira con la que existe en el mundo no puede compararse a la de ninguna otra existente, desde que ese sacrificio resultó un engaño. Ahora, furioso y encolerizado, está de...
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Ira; esto ya no sólo se trataba de ira, eso era mucho más que una sensación vertiginosa y venenosa que le llenaba por dentro, como una caldera rebosante de agua hirviendo. Su casa terminó patas arriba y las lágrimas ya no podían salir de sus ojos, ya no podían salir más. No quedaba nada…
Volvió del Bosque de Acacias Venenosas a casa esa misma tarde, con la esperanza de que todo mejoraría al cruzar la puerta. Ji Min estaría de pie, o quizá solamente estaría recostado después del malestar, lo recibiría con esa sonrisa brillante de siempre y le preguntaría en dónde se había metido y por qué demonios no había preparado ya el almuerzo. Ji Min siempre había sido un glotón, de esos que se malhumoran y casi que gruñen. Sí, Jung Kook regresó con ese pensamiento a casa, esperando que esta vez, aunque sea extraño para ambos, le pueda regalar un abrazo y sentir que seguía ahí con él, a la espera de continuar con tantas de sus aventuras juntos, como compañeros de crimen —como les gustaba denominarse—.
Nada fue así.
Al cerrar la puerta a sus espaldas, Ji Min seguía en la misma posición a como lo dejó esa mañana, seguía hirviendo y sudando como si se hubiese sumergido en el agua, el metal del catre donde dormía estaba simplemente al rojo vivo y Jung Kook apenas podía ver su pecho moverse al respirar. ¿Cuánto tardaban los efectos del trato que hizo? ¿No debieron de curar a su hermano ya?
Jung Kook intentó calmarse, respirando profundo para dedicarse toda la noche a cuidar de él, primero tuvo que calzarse montones de ropa encima, camisas de manga larga una sobre otra y sus guantes de cuero puestos sobre otros para poder cargar el pesado cuerpo de su hermano sin quemarse. Le quitó la ropa casi completamente deshecha y pegada a su piel y lo colocó en la tina que realmente sólo usaban para dejar cachivaches viejos por ahí arrumbados en una de las habitaciones, llenándola con agua repleta de hielos. Agradeció que la noche fuera fría, tan fría como se le pudo permitir.
Los hielos se derritieron demasiado rápido, pero la fiebre de Ji Min podría decirse que se disipó un poco, le mojaba constantemente la frente con agua helada del grifo y se permitió a sí mismo charlar con él como si estuviera despierto, sólo para mantenerse distraído y no contar las horas que pasaban a pasos lentos.
Entonces, alrededor de las cinco de la mañana, el agua dejó de hervir, Ji Min comenzó a lucir un poco mejor, si podría decirse así, la fiebre cesó cada vez más y cuando finalmente, un par de horas después que el sol estaba colándose por la ventana, sacó a Ji Min de la tina y le vistió, podía sentirse aún un poco de calor, pero ya no estaba como antes, ahora sólo parecía una fiebre normal de la cual no tenía que seguirse preocupando. Lo recostó en su propia cama y le observó con una mueca, inhalando profundo para después exhalar la ansiedad que le consumía.
Para ese entonces Min Yoon Gi ya debía estar muerto… pensó Jung Kook, dándole una última mirada a su hermano, para salir en busca de esa noticia. Él necesitaba asegurarse.