07. INTRUSO

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Se levantó en medio de la noche

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Se levantó en medio de la noche. No quiso observar las estrellas, ni mucho menos detrás de la ventana, por miedo a que en el horizonte la luz del alba le dijera que había cometido otro error al despertar.

Cuando salió, el frío caló en sus huesos, como perros rabiosos que muerden a un viajero descuidado. Jung Kook se quedó muy quieto. Y allí en el umbral de la cabaña, de cara al lago bañado en cobalto, respiró después de tanto tiempo. Ni siquiera el ruido de los cuervos hizo acto de presencia, como si la luna le dijera que, por esta ocasión, guardaría su secreto. Había niebla por todas partes. Demasiado temprano, o demasiado tarde, ya no importaba.

De pronto un movimiento al frente llamó su atención. Un hombre caminaba taciturno hacia las aguas; los pies descalzos, el cuerpo delgado, la mirada orgullosa…

  —¿Tae... Hyung? —preguntó en un susurro.

El hombre volvió la mirada, como si le hubiese escuchado. Y cuando Jung Kook hizo amago de acercarse a averiguar lo que planeaba, Tae Hyung apartó los ojos del humano, y siguió su caminata, haciendo oídos sordos ante sus llamados.

Los cuervos estaban tranquilos... Demasiado tranquilos.

Entonces, sin que él pudiera hacer nada para evitarlo, vio a Tae Hyung arrojarse al lago de un gran salto.

Lo vio nadar hasta el centro, hasta que solo quedó el tenue destello de sus ropas blancas bajo el plenilunio. Lo vio hundir su cabeza, y sin saber por qué, se quedó allí, esperando a que emergiera, a que le mirara con esos brillantes ojos azules que le perturbaban el sueño desde hacía días, ya fuera por las burlas, o por la habilidad que tenían para ponerle nervioso.

Pero no salió.

  —¡¿Tae Hyung?! —musitó, preso de la intriga—, ¿qué tanto haces allá abajo, brujo tonto?

Cuando se aproximó a observar qué sucedía, la superficie del lago comenzó a congelarse con una rapidez abrumadora.

Tae Hyung se había quedado adentro...

Y ya nunca más salió.


Jung Kook se despertó sin recordar nada de lo que había soñado, con la gigantesca sensación de sed entre los labios y un hormigueo en la punta de los dedos que no puede explicar. Lo que sí recuerda, y muy a la perfección, es cómo hacía unos días, el brujo pronunció aquellas palabras con suavidad, y al mismo tiempo, con firmeza. Una propuesta que, para un hombre arrepentido, tenía deje a salvación.

“Comparte tu soledad con la mía”.

Una bocanada de aire había llegado intempestiva. No estaba respirando. Y, sin pensarlo realmente, sin reparar en las consecuencias de sus actos... Enroscó los brazos en la cintura del brujo en un acto impulsivo aferrándose a su cuerpo inesperadamente delgado. Se excusó en que lo único que buscaba era un corazón en paz que le enseñara al suyo cómo calmarse. Abrió la boca como un pez, y cuando infló sus mejillas, instintivamente, se hundió en su cuello respirando por fin la mezcla de su aroma con la sal.

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⏰ Última actualización: May 01, 2021 ⏰

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