Jeon Jung Kook ha perdido su alma a cambio de salvar la de su propio hermano. La ira con la que existe en el mundo no puede compararse a la de ninguna otra existente, desde que ese sacrificio resultó un engaño. Ahora, furioso y encolerizado, está de...
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Comenzaba a desquebrajarse como un cuerpo en descomposición. Parecía que por dentro se pudría, que en sus venas corría sangre sin oxígeno ni vida, por eso, cuando tomó el cuchillo para hacer un pequeño corte en uno de sus pulgares, y la sangre salió roja, viva y saludable... Se dio cuenta de que lo que estaba mal... Venía ya de algo mucho más profundo que la carne.
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—¡No podemos simplemente permitir que una persona como esa amenace a nuestra gente! Se pasea por todas partes, como las plagas, engañando a los que confían en sus magias.
—Con todo respeto, Jeon —dijo Yu Gyeom, el segundo al mando de la Seguridad del Pueblo después de la muerte de Min Yoon Gi—, el brujo no nos ha hecho nada. Si el mago de Obsidiana murió, habrá de ser porque tenía cuentas pendientes con él. No es algo que nos competa. ¿No es así como funcionan las relaciones entre esta gente? —puntualizaba su realidad con severidad—. A menos —exclamó con sospecha—, que tú sepas el verdadero motivo por el cual está muerto y por el que ahora estamos desamparados.
Jeon no pudo hacer más que quedarse callado, con las verdades atoradas en la lengua. Los rumores eran una cosa muy fuerte en los pueblos pequeños, por lo que este resultado, en realidad no le resultaba tan sorpresivo.
—No... No lo sé —mintió.
Había pedido ayuda a los demás habitantes del pueblo... Y todos le habían dado la misma respuesta. Por eso ahora la pequeña reunión en la plaza se estaba diluyendo poco a poco. Nam Joon estaba al fondo, escuchándolo todo. Lo vio menear la cabeza de un lado a otro, en negativa. Parecía que le clamaba un "Te lo dije".
Estás solo.
Cuando dejó la plaza, regresó a su casa y tomó las pocas cosas de valor que en realidad tenía. Un poco de dinero y una hogaza de pan duro... Ya le agradecería su estómago hambriento. Pero, mientras estaba por salir, divisó de soslayo un par de piedras volcánicas en el mesón del centro. Tomó algunas de ellas con suavidad, —como muy amablemente Ji Min le había enseñado cuando niños— y las metió en el bolsillo de su pantalón. Ya luego la llevaría con un herrero para que le fabricara un collar.