El profesor Guerrero no lograba conciliar el sueño, estaba nervioso y molesto. El reloj, ubicado cerca de la cama, daba la hora en medio de un intermitente tintineo de campanas; y cada vez que se hacía oír el hombre sentía que el aliento se le escapaba de los pulmones. Tenía la sensación de que el tiempo pasaba volando.
"La una." "Las dos." "Las tres."
Debía dejar de pensar en la inminente e irremediable llegada al internado de la profesora Paz a la mañana siguiente, sin embargo no lo lograba. No podía apartar el hecho de que la presencia de la mujer que había trastornado por completo su vida vendría con la salida del sol. Elio sabía que la vería... y esta vez no podría escapar de ella, tendría que enfrentarla de una vez por todas. El hombre cerró los ojos, a su mente vino una imagen.
El recuerdo de su amplia sonrisa y el alboroto de sus cabellos, que acompañaban su pasar, descontrolaba sus emociones y, para qué negarlo, encendían su corazón. La curva de su cuello desnudo al inclinarse sobre el libro y los blancos muslos que dejaba entrever la falda de colegiala, alborotaba sus hormonas. Ninguna mujer jamás había causado semejante reacción en él. Tamaña atracción.
"Las cuatro." Anunció el reloj.
Cuando en su adolescencia se enamoró de Luana Rosales, su mejor amiga de toda la vida, ese cariño fue diferente. La dulzura y la inocencia que lo caracterizó no estuvieron contaminadas por esa pasión que lo volvía loco al pensar en Agustina Paz. El amor que sintió por Agustina al principio era diferente, más adulto y con una urgencia desconcertante. Quería poseerla a toda costa y quería que fuera suya, sólo suya... Lo volvía loco. Un ser primitivo.
Estos pensamientos lo asqueaba en lo más profundo de su ser. Nunca fue un hombre de oscuras pasiones, era un ser sencillo y en paz con sus emociones.
"Las cinco." Anunció el reloj.
— ¡Las cinco! —La voz del profesor quebró el silencio de la habitación.
Este no podía concebir que la noche hubiese transcurrido en tan solo un segundo; malgastado por pensar en el miedo de verla al día siguiente.
La profesora Garza lo había ido a ver tarde aquella noche. No del todo amable le abrió la puerta, pensando en la reprimenda que le largaría la mujer por no volver con el té a la sala de profesores. No obstante, no fue esto lo que dijo la directora sino que le suplicó que fuera a buscar a la nueva profesora a la terminal de autobús. Nadie más, en todo el colegio, podía ir.
La petición lo tomó tan de sorpresa que no se le ocurrió una excusa coherente y, al acostarse más tarde, no supo cómo había terminado aceptando. ¡¿Por todos los cielos, por qué había aceptado?!
— No debí aceptar —susurró en la oscuridad. Y pensó: ¡A la mierda con mi suerte!
Inevitablemente siguió pensando en ella... Sin embargo, no quiso recordar cómo la había perdido, eso aún era una herida abierta para él, y se concentró en pensar como todo había comenzado. Toda la locura que le cambió la vida para siempre. Irreversiblemente.
Agustina Paz ingresó al prestigioso Colegio Rawson y pronto se convirtió en uno de los mejores alumnos que habían pisado ese lugar, su mente era rápida y brillante. Al principio el profesor Guerrero la observó como a una pequeña niña insolente, orgullosa y altiva; y que siempre quería llamar la atención exponiendo a los demás sus conocimientos en un intento por dejar en claro que ella era mejor que cualquiera de sus compañeros de clase. ¡Incluso que el profesor!
Esa infantil y desagradable actitud no se había ganado el respeto de su profesor de Química, no así la de los demás miembros del colegio que la conocían mejor, ya que se tomaron el trabajo de intercambiar con ella más palabras que las que forzosamente dirigían a la clase. Guerrero no se tomó ese trabajo, nunca lo hacía. Más bien le molestaban los geniecitos. Entonces, el hombre siempre la había visto como a una insufrible mocosa que tenía que aguantar en cada clase.
ESTÁS LEYENDO
Secretos de una pasión prohibida
RomanceLos recuerdos perturbaban su mente, el tan sólo evocar aquel accidente y sus consecuencias bastaba para derrumbar por completo su paz interior. El profesor Guerrero tenía una duda: ¿había sido víctima o victimario? Después de tantos años aún seguía...