Destinos separados:

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Se sentía viejo, triste... acabado. La soledad siempre lo había acompañado, era su mejor amiga. Casi toda su vida había sido así. De niño fue solitario y osco, y esas falencias de su personalidad no desaparecieron con los años. Tarde encontró el cariño y, como suele pasar, no era lo esperado... ni lo debido. Agustina Paz llegó a su vida para cambiarle por completo el sentido, para obligarlo a romper esquemas, para enseñarle que el amor no siempre es lo que uno espera.

Reflexionando sobre ello, estaba el profesor. El bosquecito silencioso se extendía hasta donde podía alcanzar su vista. No había cambiado en nada. Se encontraba sentado sobre un tronco caído que pensó ya no encontrar pero que, sin embargo, allí estaba aún. En ese momento tuvo una sensación extraña. ¿La vida parecía detenida en el tiempo allí? El paisaje era como una postal de su pasado, pensó.

Sí, se decía Elio, la señorita Paz había aparecido en su monótona vida no para cambiarle el sentido, sino para darle uno. Nunca se había sentido tan atraído por mujer alguna, ni le había importado tanto alguien. El hombre reconoció que había amado a aquella pero... ¿aún la amaba, después de todo lo que había pasado? Cerró los ojos por un instante, la herida en su pecho parecía haber comenzado a sangrar.

Guerrero se obligó a recordar, aunque esto no le agradara mucho... Allí mismo había ocurrido todo. Las consecuencias de sus pasadas acciones se presentaron sin demora y fueron implacables. Había perdido por completo el control que siempre tenía sobre sus acciones y se había abandonado a los placeres de su cuerpo. ¡Por qué lo hice, demonios!

Cuando todo pasó, la culpa había abrumado al profesor Guerrero. Este se sintió enfermo, sucio... comprendió tarde todo lo que había arriesgado. En el colegio miraba de reojo al director, casi de continuo, temiendo el encuentro de sus ojos... sospechando que sabía lo ocurrido entre ellos dos. Temblaba con la idea de tener que dar explicaciones a aquel bondadoso hombre que había hecho tanto por él. Rawson era muy bueno pero estricto. Temía perder el trabajo con una mancha indeleble en su reputación. ¿Quién lo admitiría luego en cualquier institución? Mandaría su carrera y su experiencia por el inodoro.

— ¡Elio!

El hombre pegó un respingo y miró a su alrededor. ¿Cómo había terminado en el corredor del primer piso? ¡Ah, sí! Acababa de usar el sanitario. ¿Cómo en su sano juicio podía estar tan distraído?

— ¿Si, Ana?

— Rawson quiere hablarte. Me dijo que te espera en la dirección —dijo la mujer, con una mirada que a su colega le pareció peligrosa. ¿O sería sólo su imaginación?

Guerrero tragó saliva y respondió con apenas un susurro. Se había puesto blanco como el papel. Aquella reunión decidiría su futuro.

— No olvides entregarme las notas finales de los alumnos. Tengo que mandar a hacer las libretas y los títulos. Sólo faltan unos días para terminar —continuó la mujer, sin notar que el hombre frente a ella estaba a punto de desmayarse—. ¡Al fin podré ir a casa de mi hermana! Pasaremos unas lindas vacaciones.

— Esta misma tarde te las entrego.

La mujer siguió hablando pero Elio ya no la escuchaba. La calma había regresado a él, al igual que los colores de su rostro. Pronto se encaminó hacia la dirección, lugar donde se había instalado Rawson ese año. El lugar donde antes funcionaba había tenido un desperfecto eléctrico, que provocó un pequeño incendio, el año anterior. Este fue controlado y nada pasó, sin embargo el lugar quedó tan mal que Rawson se trasladó.

Al subir una escalera y tener a la vista la puerta, Elio se quedó congelado. Pensó por unos segundos en volver sobre sus pasos, no obstante ¿para qué aplazar las consecuencias de sus actos? Nada conseguiría con ello. Entonces, tocó la puerta.

Secretos de una pasión prohibidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora