Ese día fue tan inusual para Elio Guerrero como prometía ser el resto del año. Un año repleto de cambios, cuando volvió al colegio-internado Rawson después de varios años de retiro. Esta alteración en su pacífica vida era debida una promesa hecha a la actual directora del instituto, la profesora Garza. Hasta entonces su vida había transcurrido sin ningún tipo de contratiempos y dificultades... ¿Por qué demonios se la había complicado? Solía pensar. Era un hombre sencillo que tendía al silencio y a la reflexión, con vocación para la soledad.
El acuerdo para su regreso era que el profesor Guerrero seguiría impartiendo la clase de Química, enseñando a jóvenes como siempre había hecho en su pasado. El hombre había estudiado en una prestigiosa Universidad y salió de allí con honores, que le permitieron conseguir un trabajo en aquel importante colegio. Era uno de los pocos establecimientos escolares con alumnos internos en todo el país y el más solicitado por los padres. Las vacantes se reservaban incluso desde el nacimiento. Allí dentro convivían alumnos y profesores, entre otro personal, durante casi todo el año.
La vocación para la enseñanza del educador se había manifestado en él desde pequeño y prendió con fuerza en su juventud. Sin embargo, no quería regresar a aquel lugar... No era por el hecho de volver a enseñar... no. Las razones del profesor eran muchas, todas mentiras y excusas, porque el motivo real por el cual no quería volver era tan absurdo como privado y doloroso. De todos modos, ese año no había podido evitar los continuos llamados de la directora, sorprendiéndolo en los momentos más inesperados; y acabó por aceptar el puesto simplemente para que lo dejara en paz. Además, se decía a sí mismo, estaba necesitando dinero y, sobre todo, volver para enfrentar sus miedos. El solo hecho de ver el alto edificio del Colegio Rawson le producía un temblor en todo el cuerpo.
Desde la última vez que el hombre había estado en dicho colegio habían transcurrido unos siete años y un mes. Llevaba la cuenta con minuciosidad. Tiempo pasado también desde que le dieron el alta en el Hospital San Miguel. Donde había estado internado de gravedad debido a un accidente.
En el periodo de vacaciones, Guerrero se retiraba a su minúsculo departamento, heredado de sus padres, ubicado en un vecindario algo peligroso de la ciudad Andina. Aquel lugar le gustaba, le traía paz y, sobre todo, le agradaba el hecho de que allí nadie lo visitaba. Era un hombre solitario, tranquilo, al que le gustaba pasar el tiempo leyendo. Prefería quedarse en casa que salir con amigos. También era perfeccionista. Con el tiempo, el estricto y obsesivo cuidado que ponía en todo lo que hacía lo tornó inflexible consigo mismo y con los demás, por lo que se ganó el puesto del profesor más odiado por los alumnos a pesar de su juventud.
Un día de aquel lejano verano, estaba durmiendo cuando debió desmayarse. La causa: una fuga de gas. Era pleno verano, la llave de paso del calefactor no había sido abierta por él, se cansó de decirle a todo el mundo, sin embargo, ocurrió lo impensable. Alguien, advertido por el olor a gas, lo había sacado al pasillo y hecho una llamada a Emergencias. Nunca supo quién fue, posiblemente un encargado... Se había salvado por un milagro o, como le gustaba decir a él, por puro egoísmo divino. Estaba cansado, se sentía solo, viejo (aunque sólo tenía 37 años) y acabado. En otras palabras: pensaba en la muerte con cariño.
No obstante, y a pesar de la repulsión que sentía por aquel colegio, allí estaba. Había vuelto...
Un día, sin poder creerlo todavía, se encontró a sí mismo parado en medio de su viejo despacho, que no había sido usado desde que él lo abandonó, ya que el anterior profesor prefería un sitio más ventilado, soleado y acogedor. El hombre estaba distraído y fue descuidado. Acababa de llegar y se encontraba poniendo orden en un cajón lleno de viejos papeles amarillentos, vestigios de trabajos de antiguos alumnos, lapiceras rotas, pegamentos secos, entre otras cosas; cuando al poner todo el contenido en el escritorio para tirarlo al tacho de la basura, se esparcieron por el suelo miles de hojas.
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Secretos de una pasión prohibida
Roman d'amourLos recuerdos perturbaban su mente, el tan sólo evocar aquel accidente y sus consecuencias bastaba para derrumbar por completo su paz interior. El profesor Guerrero tenía una duda: ¿había sido víctima o victimario? Después de tantos años aún seguía...