La cafetería:

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Elio recordó un sábado en el pueblo...

No era un día como cualquier otro, el director del colegio había dado permiso a los alumnos para que salieran al pueblo a divertirse esa tarde, sin supervisión adulta. A pesar de que todos los profesores se habían opuesto, pensando que tanta libertad les iba a traer problemas o "mala fama". Pero Rawson había insistido en que un joven tiene que tener algo de libertad para descargar su energía.

— Necesitan saltar, gritar, correr...

— Rawson no son perros... son niños—replicó el profesor Caspar, pero el director no lo escuchó, o al menos eso pareció.

— De esa manera no se pelearán durante los recreos. Un par de veces al mes está bien —concluyó el anciano.

— ¿Y si se pierden? —indagó la profesora Garza.

— No se perderán. No queda tan lejos, Ana. Además tendrán la oportunidad de conocerlo. Hay unos lugares muy bonitos para que se diviertan. Tendrán que respetar el horario con rigor, sino los sancionaremos. Ustedes se encargarán de decirles todas las reglas —anunció. Luego comenzó a numerarlas. Estas eran razonables pero no logró convencer a los demás profesores.

Estos estaban preocupados, dejar libres a una multitud de alumnos en el pueblo no les gustaba nada. No obstante, el anciano extravagante estaba decidido y así se hizo. El hombre tenía sus buenas razones, últimamente había tenido la desagradable experiencia de recibir a varios alumnos esa semana por crear o participar de peleas. Habían sido tantos que se había alarmado.

El profesor Guerrero, por su lado, tan desconectado estaba de la vida escolar que ni siquiera se había enterado. Como se había levantado ese día con mejor ánimo decidió ir a dar un paseo. Sus colegas lo apoyaron y el profesor Caspar le recordó, amablemente, que era su cumpleaños y que lo esperaba en el bar más tarde. Elio, que se había olvidado por completo, lo saludó algo avergonzado. Luego partió al pueblo, prometiendo que vería a su colega más tarde.

— ¡Y no faltes como el año pasado! —alcanzó a gritarle.

— Iré —le aseguró.

— ¿Crees que irá, Walter? —le preguntó el director con escepticismo cuando Elio estaba fuera de su vista.

— No lo sé, pero espero que sí. Estos últimos días me ha estado preocupando mucho. Algo le pasa. —dijo el profesor.

— Sí, a mí también —asintió el anciano, pensativo.

El profesor Guerrero estaba de buen humor por primera vez desde que descubrió la verdad sobre las intenciones de Agustina Paz. Situación que lo había sumido en una gran depresión. Y también lo había llenado de culpa, no podía creer que había malinterpretado todas sus intenciones, sin embargo le molestó el hecho de que ella lo hubiera hecho a propósito. Quizá la juzgaba mal... Agustina al fin y al cabo no era más que una niña inexperta y probablemente no se había dado cuenta de sus sentimientos.

Caminó rápidamente por el sendero que llevaba al pueblo, sin mirar hacia los costados para no ver el bosque... sitio de su desgracia. Cuando llegó allí, le sorprendió ver alumnos en algunas tiendas, no obstante no les prestó demasiada atención. Era normal que algún alguno pidiera permiso un fin de semana para ir a comprar algún artículo de librería o algo esencial que necesitara.

El profesor hizo unas compras, necesitaba con urgencia una bufanda (más abrigada de la que tenía), unos guantes (ya que los suyos tenían un agujero) y una lapicera negra. De esta manera se entretuvo un rato paseando, hasta que se le ocurrió ir a la librería. Hacía tiempo que quería cierto libro que no tenían en la biblioteca del colegio. Aquella tienda quedaba algo más alejada, por lo que tuvo que dar un rodeo. Fue entonces cuando notó que la cantidad de alumnos que se cruzaba en la calle era mayor que lo regular. Elio frunció el ceño. De algo se había perdido... sin duda.

Secretos de una pasión prohibidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora