Los dos días semanales en que profesor y alumna se veían los acercó bastante íntimamente. A Guerrero aquel periodo de su vida fue el que más vergüenza le daba recordar. No podía evocar los días transcurridos sin ruborizarse. La culpa le remordía la conciencia. No obstante, había sido feliz.
Nunca supo exactamente qué pensó de él Agustina, se daba cuenta de que el trato que le daba era totalmente diferente al que tenía con cualquier otro alumno, de todos modos no podía remediarlo, aunque lo intentó. La chica era tímida y reservada, muy pocas veces dejaba entrever lo que pensaba. Por lo tanto, Elio nunca podía saber exactamente qué imaginaba o sentía. Anhelaba saberlo, la curiosidad le carcomía las entrañas. Sin embargo, no se animaba a preguntar. ¿Con qué objeto lo haría? ¡Sería una pregunta muy fuera de lugar!
Poco a poco la incomodidad y el nerviosismo que sentía en presencia de su alumna fueron desapareciendo. Se encontraba más relajado y seguro de sí mismo. Podía controlarse al punto de apartar por completo los pensamientos que tenía cuando la oscuridad caía sobre el colegio y la soledad lo visitaba. El profesor Guerrero era optimista, sin embargo no podía cerrar los ojos al "pequeño" detalle que lo perseguía: pensar en ella se había convertido en un hábito. ¡En un mal hábito! ¡Muy muy muy muy muy malo!
Elio, inmerso en su trabajo, se sentía cansado de corriente y esperaba con ansias la llegada del fin de semana. Anhelaba secretamente verla. No obstante no iba a permitirse el hecho de admitirlo, ni siquiera a sí mismo. Hasta que un día, por fuerza, las circunstancias le abrieron los ojos. De negar todo lo que sentía pasó al dolor agudo de la aceptación. Una aceptación que le arrojó la realidad en plena cara, como un balde lleno de agua helada.
Quiso sacar los recuerdos de su mente, el dolor que sentía era casi palpable. El agua vino a inundar sus ojos... Recordó aquel mes, ¡había sido tan feliz!, aunque fuera una felicidad a medias. Pero como todo en este mundo, duró poco.
Los domingos se convirtieron en su mejor día de la semana. Agustina aparecía por el despacho y juntos planeaban la clase del día siguiente (o al menos eso le gustaba pensar a él, porque en realidad era él el que imponía su criterio y daba órdenes). Generalmente reían y, sin darse cuenta, acababan hablando de libros, música o de la vida cotidiana en el colegio. La chica ya no se mostraba tan tímida como al principio y solía contarle algunos de sus problemas, situación que alagaba a Elio debido a que era una muestra de su confianza. Incluso un día se sorprendió hablándole de su propia familia, de su niñez en el campo y luego en la ciudad.
— ¿Y su madre consintió en que fuera profesor de química? —preguntó Agustina.
Estaban hablando del futuro. Elio le había preguntado qué haría luego de terminar el colegio, con mucha curiosidad.
— No me trates de "usted", por favor —le rogó—. Aquí, por supuesto, no en clase.
Agustina se sonrió y bajó la mirada. Estaba sentada en una silla, en el despacho del profesor Guerrero.
— No, mi madre... ella tenía otros planes para mí. Quería que siguiera los pasos de mi tío, su hermano. Él estaba metido en política. Era Gerardo Almada, murió poco después de que saliera del colegio.
— ¡Oh, sí! He sentido... nombrarlo en casa —comentó Agustina pero se detuvo, titubeando. Lo miró nerviosa.
— Me imagino... su crueldad fue lo más sobresaliente de su carrera —comentó con sorna—. No éramos muy cercanos, en realidad lo detestaba. Y odiaba aún más la política.
— ¿Su... digo... tu padre no te obligó a seguirlo?
— No, no le importaba mucho su familia. Fue un hombre... complicado —manifestó, con el ceño fruncido, no había estado nunca muy presente para su pobre familia. El poco dinero que ganaba lo apostaba o lo despilfarraba en monumentales parrandas con sus amigos. Su madre se había cansado de él y, luego de una trascendental golpiza, lo dejó para instalarse en un humilde departamento, que apenas si podía pagar.
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Secretos de una pasión prohibida
RomanceLos recuerdos perturbaban su mente, el tan sólo evocar aquel accidente y sus consecuencias bastaba para derrumbar por completo su paz interior. El profesor Guerrero tenía una duda: ¿había sido víctima o victimario? Después de tantos años aún seguía...