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Capitulo 1: 

De un mal día, un nuevo conocido, una rosa, una carta y un futuro viaje. 

Todo empezó, de la misma manera en que terminó.

Que cruel era el amor, que junto al destino se sentaba a observar lo que su obra provocaba, a veces riéndose a carcajadas, en otras compadeciéndose de lo que los humanos pasaban, pero, la mayoría del tiempo, eran simplemente dos testigos silenciosos e indiferentes.

Aquella mañana no parecía ser muy diferente a las demás, despertaste y tras el desayuno pasaste una hora silenciosa junto a la criada que ayudaba en tu hogar, mirabas a través del espejo como tu reflejo iba cambiando gradualmente, hasta terminar vestida como aquella señorita que todos decían debías ser.

-Me duele la cabeza cuando uso esta peineta. –Murmuraste a la mucama, pero pareció ignorarte, claro, luego de trabajar tanto no iba rehacer todo tu peinado sólo por un capricho tuyo.- ¿Dónde está mi madre?

-Ella salió junto a su padre, señorita, pero pidió que durante su ausencia practicara sus lecciones de piano, no está muy contenta con los resultados que ha estado mostrando.

-Yo tampoco lo estoy. –Te pusiste de pie cabizbaja para salir de tu recamara.- ¿Crees que podrías prepararme té? Tengo hambre aún y me molesta mucho para concentrarme.-Alzaste la vista hacia ella y notaste su mirada reprobatoria.

-¿No vio todo lo que me costó cerrarle ese vestido? Debería cerrar la boca más seguido, tanto a la hora de comer, como a la de opinar.

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El tiempo frente al piano era sofocante, todavía más sintiendo la mirada de esa mujer clavada en tu nuca, aquella anciana había dado los mejores consejos a tu madre para conseguir marido, pretendía hacer lo mismo contigo ¿Por qué ella no estaba casada entonces?

Tocabas torpemente la partidura que siempre te hacían practicar ¿Por qué no te podía salir bien? Suspiraste con angustia al volverte a equivocar, no obstante, una bola de pelo naranja saltó hacia arriba del instrumento, haciendo que tu mal humor desapareciera por completo, reíste por lo bajo y estiraste tu mano hacia él.

-Hola Fifi ¿A ti tampoco te gustan las mañanas, cierto? Helena no te trata muy bien, estoy segura que te empapó a propósito mientras fregaba las sábanas, ven, te voy a abrir la ventana.

Te levantaste con las partituras en mano y avanzaste hacia el enorme ventanal que daba a la sala de tu casa, corriste las cortinas y te paraste de puntitas para con dificultad poder quitar el pasador que mantenía los ventanales cerrados, no obstante, al estos abrirse bruscamente de par en par caíste de bruces hacia adelante soltando aquellas hojas que tu gato pisó e hizo salir volando con el impulso que dio sobre ellas al dirigirse a la calle.

-Oh no...

Te pusiste de pie y corriste a intentar recuperarlas, te estiraste todo lo que pudiste para alcanzarlas a través de la ventana, pero no tuviste éxito alguno. Miraste detrás tuyo, ella seguiría lo suficientemente ocupada con la ropa un poco más de tiempo, sólo debías recuperar las partiduras, regresar a tu sitio y fingir que no tuviste distracción alguna en todo ese rato. De acuerdo... Miraste hacia debajo de tu ventana, sólo era un metro de separación con el suelo, la opción más viable era ir por ahí, si lo hacías por la puerta Helena se daría cuenta y continuaría envenenando la cabeza de tu madre al decir que eras un desastre de muchacha.

Subiste primero una pierna, después la otra y una vez sentada, sólo sería un pequeño salto hacia abajo ¿Podrías aguantarlo con esos zapatos? Claro que sí. Diste tu salto de confianza y tras caer, aguardaste a que el golpe seco no hubiera alterado las actividades de quién te vigilaba.

Amor Clandestino // Erwin Smith x ReaderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora