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El príncipe volvió con la ropa de la nobleza rasgada. Su madre biológica ya lo regañaría más tarde.

Iba agitado y sólo por el pasillo a altas horas de la madrugada. Kiyoomi era así, se iba con Kamari y perdía con ella la noción del tiempo. El espíritu lo envolvía con facilidad y cuando se daba cuenta era demasiado tarde.

Pero por más lobo que fuese en su interior, no podía dormir en el bosque.

Se paseó por los pasillos que conocía de memoria sin ganas, con un punto fijo: su habitación. No, no iba a ducharse. El olor de Kamari estaba en él y no tenía intenciones en sacárselo. Sólo quería dormir. Venía cansado.

Una vez entró a la habitación que lo recibió azotándole el rostro con un frío al que ya estaba acostumbrado, suspiró. Se quitó el estuche donde llevaba su katana del cinturón, antes de quitarse éste y comenzar con la ropa de la nobleza, esa que tanto odiaba. Camisas con vuelos, capas innecesarias, botones en oro, hombreras, y ni hablar de los pantalones. Sí, ser el príncipe tenía sus ventajas, pero esa maldita ropa lo sacaba de quicio.

Se pasó las manos por el pelo y suspiró una vez estuvo sólo en su ropa interior. Kiyoomi caminó hasta su cama, extrañándose de que el velo de ésta estuviese corrido. Sus edredones de pelaje de lobo estaban enrollados entrono a un cuerpo que no conocía, pero que dormía plácidamente apenas cubierto por una bata que estaba dejando su cuerpo, quizá por tantas vueltas, quizá porque nunca estuvo atada en un principio. No lo sabía con exactitud.

Volviendo al asunto del extraño, Kiyoomi lo miró con recelo. Si algo tenía los Sakusa era que se destacaban por ser posesivos. Sus cosas eran suyas, de nadie más, y no les gustaba compartir.

Dispuesto a sacarlo del medio de su cama, Kiyoomi alzó los edredones para dejarlo al descubierto y así poder reconocer al próximo que iría a la horca.

Se quedó quieto. El invasor no se movió, completamente dormido, impasible, con los labios entre abiertos y los ojos cerrados en una expresión de calma total. Kiyoomi no se movió tampoco, y una vez detalló su rostro fue capaz de identificar al invasor como Atsumu Miya, su más reciente adquisición.

Lindo.

¿Qué le habían hecho en el pelo? No lo supo al instante, pero una vez pasó los dedos por él supo que lo habían teñido. Motoya y sus caprichos ya lo oirían más tarde, pero no se quejaba, le quedaba bien. Ya mandaría a que le hidratasen los cabellos al joven zorro.

¿Y ese rubor en sus mejillas? Lo asoció al hecho de que el muchacho no estaría acostumbrado a ese tipo de tratos. Sonrió al pensar que Atsumu seguía avergonzado en su interior.

¿Por qué estaba ahí? ¿Se había perdido? Era probable, pero si era sincero, por más lindo que fuese el joven zorro, no le hacía mucha gracia que estuviese en su cama. Kiyoomi era un lobo solitario, todos lo sabían. No era lo suyo.

Suspiró, pensando que el chico estaba limpio y ahora tenía el olor de los lobos en él, cortesía de los edredones. Puso sus manos en los lugares que la bata cubría, tratando de correrlo un poco a un lado para poder hacerse espacio en la cama. Una vez logró su cometido, añadiendo que el príncipe se vio frustrado por primera vez en su vida cuando el joven zorro se corrió al centro de la cama nuevamente, Kiyoomi se enredó entre el pelaje de lobo, sin esperar que el polisón se acurrucara contra su espalda.

Lindo. Pensó, antes de cerrar los ojos y caer dormido.

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Habían pasado cinco años. El príncipe seguía siendo el mismo, sólo que ahora era un joven de veinte años a punto de ser coronado como rey. El cachorro del espíritu de los lobos se había acostumbrado a la vida de la nobleza y a las reglas del bosque, teniendo un equilibrio completo en su vida, enorgulleciendo de esta manera a la gente de Chakoshi.

『 fox eyes ; sakuatsu 』Donde viven las historias. Descúbrelo ahora