Capítulo 4

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Cuando Luna despertó ya no estaba en el suelo sino sobre una manta y tenía una almohada, sonrió, Daniel tendría que haberla movido. A su lado, Marie seguía dormida, la pobre seguramente estaba muy agotada, después de todo llevaban mucho tiempo sin viajar, sin salir de una oscura celda. Su sonrisa creció al pensar que esa mañana podría salir, podría moverse con libertad, bajar al pueblo con una capucha y comprar comida fresca a los pueblerinos, correr entre el césped y las flores, ser libre.

 Se levantó y vio a su alrededor. No había nadie, pero tras una sábana que colgaba del techo escuchaba voces. Se ató el cabello con una liga y se levantó, cerca de donde Marie dormía había un deposito con agua fresca, se mojó las manos y las paso por su rostro con pereza.

Al pasar por la sábana que colgaba vio la gran actividad que había a su alrededor. Todos corrían de un lado a otro arreglando cosas, parecía que preparaban algo grande. Lucas fue el primero en verla y su sonrisa se esfumo al instante, sus ojos se abrieron y unas líneas de preocupación se dibujaron en su frente.

-          ¿Qué haces despierta? – Todos voltearon a verla inmediatamente. Daniel sonrió y corrió hacia ella.

-          Vámonos de aquí. – Tomó su mano y la jaló, comenzó a correr arrastrándola, justo como cuando eran pequeños, hasta el árbol que los dejaría salir.

Afuera siguió corriendo y sin detenerse a pensar a donde iban, Luna comenzó a reír, correr de esa forma era algo que no había podido hacer desde hacía tanto tiempo, solo en el sendero sin fin que había creado Dark para sus entrenamientos y justo antes de levantarse había estado pensando en hacer justamente eso, correr sin rumbo. La compañía de Daniel era solo un plus.

Daniel siguió guiándola y pronto comenzó a reír también. No se detuvieron por un buen tiempo, solo corrieron alejándose de todo, olvidándose de que estaban en guerra, olvidándose de que si alguien veía a Luna podría atacarla y matarla, olvidando que habían pasado diez años separados. Volviendo a ser la niña de seis años y el niño de ocho recién cumplidos que jugaban a correr porque los perseguía un monstruo. Cuando finalmente se detuvieron lo primero que hizo Luna fue mirar el cielo de un color celeste hermoso y dejó escapar un grito divertido, era la primera vez en años que podía detenerse y mirar el cielo. Respiró profundo y cerró los ojos, escuchó a su acompañante reír a carcajadas ante su actitud, pero ella estaba disfrutando del sol sobre su piel, el calor en su rostro, se sentía viva. Daniel se dejó caer en el suelo frente a un hermoso lago y, luego de un momento, Luna lo imitó y por un instante, al cerrar los ojos pudo imaginarse a sí misma en su cómoda cama de aquella habitación del tercer piso, en el ala izquierda del castillo, con un niño de cabello negro y ojos grises a su lado. Sonrió.

Se quedaron un rato en silencio, ambos con los ojos cerrados, recordando imágenes de un pasado que parecía sacado de una película. Sus respiraciones fueron calmándose lentamente y sincronizadas se volvieron suaves y tranquilas. No había mucho ruido, solo el sonido del agua pacífica, sus respiraciones y uno que otro pájaro que cantaba de vez en cuando. Nada más, todo era silencio. Finalmente, Luna se giró entre las hojas y se quedó mirando a su acompañante con una sonrisa. Daniel tenía los ojos cerrados, las manos detrás de la cabeza y una sonrisa pacifica en el rostro. En esa posición, Luna notaba con facilidad la similitud entre ese hombre que tenía en frente y el niño que la había acompañado en sus más locos juegos.

-          Tu mirada podría atravesarme, Luna. ¿Qué sucede? – Y la voz… si Luna comenzaba a hablar de esa voz jamás terminaría, era grave y fuerte, no como la del niño que recordaba y, al mismo tiempo, era la misma. - ¿Luna? – Ahora él también se había girado y sus ojos grises la miraban curioso, suspiró, esos ojos grises… los había extrañado tanto. – Me estás preocupando.

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