Capítulo 3

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Capítulo 3

En la actualidad

El despertador sonó a las seis treinta de la mañana. Gia se desperezó y salió de la cama. Se puso su ropa deportiva y salió a correr a Central Park, como hacía todos los días. Las mañanas en Manhattan en esa época eran algo frías, el otoño estaba a punto de arribar, pero a Gia no le importaba, le gustaba sentir el aire frío en sus mejillas y lo respiraba con ansia.

Correr en Central Park cada mañana era ya para ella una rutina y, si no lo hacía, sentía que algo le faltaba, alguna pieza importante que la ayudaba a mantener su actual vida a flote. Había pasado por mucho y no quería recaer en los mismos errores de los que tanto le había costado salir.

Aún sentía bajo la piel una insistente llamada, como un cosquilleo que si no lo controlaba se transformaría en una comezón que no podría calmar, pero correr ayudaba, la hacía transformarse, cargarse de energías nuevas.

Hacía casi dos años que se mantenía sobria. Para ella, era un logro extraordinario, pues durante un tiempo realmente creyó que su destino inminente era acabar muerta. ¿Quién diría que se parecería tanto a su madre? Agitó la cabeza ante ese pensamiento.

«No soy igual a ella».

Gia tenía treinta años. Era inteligente, independiente, tenía una carrera exitosa como agente de arte siguiendo los pasos de su padre. Tenía amigos, quizá no muchos, pero sí los mejores, entre los que contaba a Madison Taylor, que para ella era como una hermana.

¡Cómo habían cambiado sus vidas cuando se encontraron la una a la otra! Y actualmente también tenía a Patrick Evans, el esposo de Madi, que era más como un hermano molesto, pero a fin de cuentas era familia.

Sonrió ante ese último pensamiento. En definitiva, no se parecía a su madre y trató de desprenderse de la sensación de que aún le faltaba algo importante, aunque no estaba muy segura qué era.

Corrió con más fuerza un último tramo, hasta que sintió que sus piernas ya no podían más y se detuvo de golpe para calmarse y echar un vistazo al paisaje que la rodeaba.

La luz del sol se colaba a través de las hojas de los árboles que, si bien en su mayoría seguían verdes, algunas habían comenzado a oscurecerse. Se sintió impaciente por ver cómo luciría el paisaje una vez que el otoño hubiere pintado todo de dorado.

Le encantaba Central Park, sus puentes, lagos y rinconcitos románticos. Allí era fácil escapar del ajetreo de la ciudad por unas horas. Era como estar en otro mundo, uno mejor, en donde los problemas dejaban de existir, aunque la sensación no durara para siempre.

Soltó un suspiro y se dispuso a volver a su departamento. Tenía que darse un baño y desayunar algo antes de ir a trabajar. Su padre la había llamado la noche anterior para comunicarle que tenía un encargo para ella y estaba ansiosa por saber qué era lo que le pediría.

Pasaban de las ocho de la mañana cuando arribó a las oficinas de la agencia de su padre que se ubicaban en el número 620 de la Tercera Avenida, en la planta 22.

El negocio de su padre había crecido los últimos años. Varios agentes se encargaban de representar a diversos artistas entre los que se contaban pintores, ilustradores y escultores de renombre, además de que se ocupaban no solo de vender sus obras, sino de representar, promocionar, llegar a acuerdos, organizar eventos y orientar estratégicamente el desarrollo a medio y largo plazo de su trabajo.

A Gia le encantaba lo que hacía. Había heredado de su padre el gusto por el arte y se había especializado en ello en el Instituto de Bellas Artes de la Universidad de Nueva York.

Si me atrevo a amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora