Capítulo 8

34 9 2
                                    

Capítulo 8

—Es tan frustrante. ¡Es una oportunidad única! Solo un tonto no la tomaría, Madi.

Gia estaba de visita en casa de Madison y, desde que había llegado, no había parado de quejarse sobre Alexander Ruiz y el empeño de Frank Hall en contratarlo.

Hacía un par de días había hablado con su padre respecto a sus nulos avances en la contratación de Alexander y él se había limitado a mirarla con semblante serio, sin duda esperando a que su hija dejara de poner excusas.

Gia había fruncido el ceño para después salir de la oficina de su padre con la firme intención de hacer, primero que nada, que Alexander Ruiz escuchara su propuesta, pero si bien había intentado contactarlo a su número de celular, en cada ocasión la llamada había ido directo al buzón.

—Quizá tenga miedo —sugirió Madison, quien estaba ocupada comiéndose a mordiscos un mango, por lo que no había pronunciado palabra alguna hasta ese momento—. Podría ser.

—¿Tú crees? —Gia colocó un dedo sobre sus labios en actitud pensativa—. Tal vez realmente no le interese el mundo del arte.

Madison intentaba en vano alcanzar una servilleta y Gia le pasó una sin que se la hubiera pedido.

—Gracias, Gia, pero discrepo contigo, si alguien no está interesado en el arte no anda por ahí pintando murales por la ciudad.

—Tienes razón. Entonces, no sé qué pasa.

—Quizá no le gusten las pelirrojas —Patrick había entrado en la habitación—. ¿No creen que el rojo es un color muy chillante? Lastima a los ojos.

Gia le sacó la lengua.

—Amor, no molestes a Gia —lo reprendió Madison.

—Solo daba mi opinión.

Patrick se sentó al lado de su esposa que estaba sentada sobre la cama con varios cojines a su espalda y colocó su mano sobre su barriga. Fue un gesto tan natural y lleno de amor que a Gia se le hizo un nudo en la garganta.

—Estás hecha un lío, linda —Patrick deslizó un dedo por la mejilla de Madison—. No creo que esa servilleta ayude mucho.

—En cuanto termine de comer iré a lavarme la cara.

Gia los observó en silencio un par de segundos antes de decidirse a retirarse. La escena le pareció demasiado íntima como para quedarse a presenciarla.

—Tengo que irme —anunció.

—¿Tan pronto? ¿No te quedarás a cenar?

Madison hizo el amago de levantarse y Gia la detuvo con una mano.

—Quiero pasar por unos documentos a la oficina —se excusó—. En cuanto llegue a casa te mando un mensaje.

Gia salió de la habitación seguida por Patrick, quien la acompañó hasta la puerta que daba a la calle.

—Deja de fruncir el ceño, pelirroja, se te hará una arruga espantosa —por instinto Gia se llevó una mano a la frente y Patrick sonrió—. Estoy seguro que tú puedes con cien Alexander.

—Con quesigues escuchando conversaciones ajenas detrás de las puertas, ¿eh? —ambos serieron y se despidieron con un abrazo.

Mientras andaba sobre la acera para llegar a su coche, Gia se preguntó si realmente podría con cien Alexander. «Seguro que sí», se dijo.

Una semana después, Gia estaba cenando en su departamento viendo la película Amélie. ¡Cómo le gustaba esa película! Le parecía única, entrañable, mágica... Ojalá un poco de esa magia se colara en sus días, pero al parecer ella no era muy afortunada. Dio un mordisco a su trozo de pizza y entonces su celular comenzó a sonar.

Si me atrevo a amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora