Capítulo 6

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CAPÍTULO 6

Era la tercera vez que llamaba y nadie atendía el teléfono. Gia seguía en su automóvil afuera de la escuela y empezaba a impacientarse. Una y otra vez saltaba al buzón de voz. Volvió a llamar y estaba a punto de colgar cuando una voz ronca respondió.

—Bueno.

—Bueno —dijo Gia—. ¿Podría comunicarme con Alexander Ruiz?

—¿Quién le llama?

Mi nombre es Gia Hall. Me dieron su número en la escuela Franklin D. Roosevelt, donde se pintó... —el hombre no la dejó terminar.

—Oh, ¿quiere contratarnos?

—No.

—¿No?

—Bueno, no exactamente.

—Señorita, no la estoy entendiendo.

—Me gustaría hablar con Alexander Ruiz, ¿puede comunicármelo?

Risas y voces se escuchaban de fondo.

—Está ocupado ahora. No puede atenderla.

Gia torció el gesto y puso los ojos en blanco.

—Está bien. Entonces ¿cree que pueda ir a verlo? Si me da una dirección...

El hombre de nuevo la interrumpió.

—Señorita, si quiere contratarnos solo denos una dirección y nosotros iremos. No es necesario que venga.

Gia decidió seguirle el juego.

—Mire, la verdad es que es un trabajo urgente. Me gustaría ir ahora mismo para concertar los detalles.

—Pues si insiste —el hombre se quedó callado un momento—. ¿Tiene adónde anotar?

—Sí —Gia abrió una aplicación de notas en su celular y apuntó la dirección—. Le agradezco mucho —alcanzó a decir antes de que el hombre colgara.

El barrio al que acudió en esta ocasión era totalmente distinto al en que se ubicaba la escuela primaria. Se trataba de Meatpacking, una de las zonas más interesantes de Manhattan.

En sus calles había restaurantes y tiendas de lo más encantadores y edificios industriales de varias décadas que daban más carácter a la zona.

Gia aparcó enfrente de un restaurante en remodelación. Una estancia amplia ubicada en la esquina de un edificio que en el segundo piso tenía una terraza. La puerta principal estaba entreabierta y sin llamar se adentró en el recinto.

El lugar parecía ser mucho más grande desde dentro. El piso era de madera oscura y en el techo cruzaban varias vigas en las que, de tanto en tanto, pendía una lámpara. Gia se imaginó cómo se vería el restaurante una vez que estuviera abierto, sin duda sería grandioso e hizo nota mental para ir a comer allí con Madison y Patrick en un futuro.

A primeravista no había nadie en el lugar, pero varias voces masculinas llegaban a susoídos desde el segundo piso. Comenzó a subir por una escalera que hacía juego conel piso de madera y no se detuvo hasta que un hombre le salió al paso.

—¿Busca al dueño? —preguntó.

El hombre que tenía delante tendría unos cincuenta años. Su tez era clara y estaba cubierta por una barba rubia que estaba demasiado larga. Vestía un overol azul con salpicaduras de pintura que hacía resaltar su barriga y llevaba en la cabeza una gorra de los Yankees.

—No —respondió Gia—. Busco a Alexander Ruiz. Hablé con alguien hace unos momentos y me dio esta dirección.

El hombre la observó detenidamente y sonrió. Se dio la vuelta y subió los últimos escalones que llevaban hacia el segundo piso. Gia lo siguió a poca distancia.

Si me atrevo a amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora