Escena 11

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Adhara iba en el automóvil de Ezra, junto a Remiel. Los demás iban con Carol. Después de otras tres semanas peleando frecuentemente con pequeñas células criminales que parecían seguir las órdenes de Sak, habían decidido tomarse un descanso.

— Entonces, ¿no pasa nada si desmonto un par de muñequeras? - Le había preguntado Remiel a Ezra.

— Siempre buscamos la manera de mejorar y si crees poder aportar algo al diseño de nuestros accesorios, eres libre de intentarlo - Le contestó el jefe Saucedo mientras conducía a través de La Ciudad - Por cierto, ¿qué les gustaría comer hoy?

La voz de Daniela sonó gracias a los altavoces internos desde el carro de Carol.

— ¿Podemos ir por hamburguesas?

— Pero... - alcanzó a articular Samuel.

— No hay problema - Contestó Saucedo sin darle tiempo de replicar.

Adhara aún recordaba a la perfección sus últimas misiones como soporte; En una de ellas, había tenido que piratear la señal de una bóveda de banco para dejar encerrados a tres estafadores hasta que el equipo llegase a la escena. Si se hubiese tardado otros diez segundos, se habrían escapado con más de doscientos millones para financiar la red de trata de Sak.

En otra ocasión, Adhara tuvo que acompañar al equipo para brindarles soporte en una comunidad a las afueras de La Ciudad. En esa ocasión, tuvo que seguir de cerca al equipo pues la señal no era muy buena y no había cámaras ni planos ni nada en qué basarse para diseñar sus planes o darles órdenes. La redada exprés terminó cuando el último de los quince hombres, la mayoría de ellos armados con cuchillos, fueron esposados a lo largo de la calle principal.

Adhara pudo ver de primera mano ese día cómo los sicarios habían intentado tomar a sus propias mujeres-mercancía como rehenes para escaparse. Mataron a una de ellas enfrente de sus familiares. Daniela no había podido aguantarse y ejecutó a quien mató a la chica, pero Carol había conseguido calmarla antes de que las cosas se salieran de control.

Era extraño para Adhara estar yendo a comer hamburguesas con un grupo de personas con quienes el día anterior había ayudado a desarticular una gran extensión de cierto cártel de traficantes de personas. No se quejaba en lo absoluto, pero aún así sentía que ahora estaba fuera de lugar vivir una vida normal y feliz.

Claro estaba que su felicidad se veía obstaculizada por aquél impedimento llamado no ser una agente de campo, pero el tiempo que pasaba con Remiel la convencía de que esto era algo bueno y que de todos modos ella podía ser útil para Alba Dorada. Una parte de ella se sentía mal por conformarse con eso, pero empezaba a creer que era mucho mejor así.

Cuando llegaron, Daniela y Carol ya se habían adelantado para pedir la orden de los seis. En poco tiempo, llegaron dos meseros a servirles sus bandejas con comida y refrescos. Ezra fue el primero en darle una mordida a su hamburguesa, mientras que Adhara empezó a cuestionarse seriamente si podría acabarse la suya.

— Y entonces... - Preguntó Carol - ¿Qué tal las cosas en las otras dependencias? - Quiso saber ella.

Ezra les empezó a explicar que los puestos de avanzada de Alba Dorada ya casi cubrían todos los estados del país, aunque faltaba un poco más para hacer que el gobierno federal se atreviese a aceptarlos como parte fundamental de la seguridad nacional. También dijo algo sobre que el anterior jefe; Kai, estaba adaptándose bastante bien a su nueva vida estudiando la universidad en un lugar anónimo.

— ¿Y qué hay del programa de retiro del que nos hablaste la otra vez? - Preguntó esta vez Samuel.

— Prosperando. Una graduada de la Academia, una chica llamada Laura Caravaggio, está ayudando como diplomática entre este país y Canadá, ya saben. Si cumplen al menos ocho años de servicio en total, pueden irse del país para estudiar becados.

La chica del reloj de arenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora