7.- Obsequio

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Las miradas son una de las cosas que dan más terror en la vida.

 Creo que sé lo que sintió aquel panquesito que peleaba con una niña en esa cafetería. Ella y yo peleando por ese manjar; mientras el solo estaba en la bandeja del mostrador sin saber que pasaría. Aunque al final la niña fue más lista; se lo metió rápido en la boca, lo disfruto vilmente frente a mis ojos y con una sonrisa. Yo solo me quede mirando con la boca abierta, mientras ella lo masticaba y deja dinero en el mostrador. Era una niña de temer.

Igual como estas personas que tienen miradas de coraje y confusión… de temer.

—Pues yo no veo cual es el problema; mi estimada señora Grossman —tranquilo responde con todo el respeto del mundo. Ojala igual así me hablara el maldito.

—Ya veo, entonces… ¿Por qué llega esta chica diciendo que no será contratada? —y al parecer lo “tranquilo” no aplica en ella, ya que responde con tal como muestra que se siente… apunto de quemar al tipo que está sentado frente al portátil.

—Porque es la verdad, sigo sin ver el problema —es mi culpa. El simple hecho que me mire fijamente, debe intentar decirme que es mi culpa.

Yo ya me iba. Iba feliz, saliendo, caminando, deprisa, no corriendo, tal vez caminarriendo. Pero iba muy alegre. No sé porque intenta hacerme pequeña con su mirada. Yo no fui, soy inocente. Para colmo ni si quiera he hablado.

¡Ja! No, no. No había hablado.

—Yo solo quiero decir, que gracias. Pero tengo otro planes —mi voz suena serena aunque por dentro siento que si no me controlo un poco más, las piernas me temblaran.

Sus miradas no me ayudan mucho. Mientras uno me mira en duda o confundido y otro levanta una ceja. Si… no voy tardar en caer al piso.

— ¿Planes? —la señora Grossman me mira angustiada ¿Por qué? 

—Sí. Muchas gracias por preocuparse. Pero no es necesario todo este lio señora Grossman.

—Pero…. Si querida, tienes que estar aquí ¿Verdad que tiene que estar aquí señor Crawford? —me impacta su cambio de voz, gentil como abuelita amorosa a vecina fastidiosa desagradable.

—No, señora Grossman. Ella tiene razón, podemos evitar este lio —se fulminan con las miradas, se retan y están a punto de sacar metralletas.

—Tienes razón, ya basta. Se acabó. Deja de comportarte como un niño…

— ¡Es que soy un niño! —la sonrisa, dice más que claro que si… es un niño y uno mimado. Gira todavía con entusiasmo su silla, para terminar su vuelta con esa mirada de arrogancia; que ya parece su cara natural. La señora Grossman solo mira, pareceré querer tirarle en cualquier momento su zapato a su cara.

Pero relaja la cara y suelta un suspiro. Parece que la salvación ha tocado a su puerta.

—Lo sabes…. Y muy bien. Tú prometiste algo ¿no? ¿Qué le dirás a la señora Holmes? ¿He? Esa es mi pregunta.

—Le diré, que no era necesaria —su voz es casi un susurro. Parece que lo acaban de reprender.

Pero eso no evita que me mire, me mate, me fulmine con su mirada diciendo que soy un estorbo. ¡Por dios! Yo soy la que lo debería hacer…  me dijo casi inútil.

—Entonces eso dirá que faltas a tu palabra, pero bueno… eso a ti no te importa. Hombre sin palabra… —masculla la señora Grossman.

Oh, ya. Esto es malo Nunca pero nunca le digas a un hombre que no es hombre.

Mi madre una vez se lo dije a mi padre, recuerdo que estaba en la cocina desayunando cuando discutían por algo de un viaje. Ella paro de cocinar en el sartén, dio un giro dramático y le grito — “Eres un hombre sin palabra, Jerry” —  al final, después de llegar a la escuela, en el refrigerador estaba una nota pegado por imán citando que tuvieron que viajar “por una emergencia” no podía esperar. Después de un año tuve un hermano, está más que claro que no era una emergencia.

1 CoffeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora