Miercoles 24 de abril de 2019.
El día comienza con tranquilidad, la mañana está fresca y un leve aroma de pasto mojado le persigue desde que puso un pie fuera de casa. Como es costumbre, el vacío de sus cuatro palidas paredes la han saludado de nuevo, sus padres trabajan muy temprano por la mañana y muy tarde por la noche, con el paso del tiempo se ha acostumbrado a comer sola, ver TV sola y hasta hablar sola.
Camina por el asfalto humedecido intentando no ensuciar sus zapatos mientras gira por un par de calles hasta llegar al parque, ese parque en el que muchas veces ha quedado con su mejor amiga para comer helados, hacer ejercicio o simplemente pasar la tarde. Avanza hacia la escuela a paso tranquilo, confiada porque las puertas siguen abiertas y va a buen tiempo, sin embargo, antes de cruzar la calle para llegar a su destino fianl, un fuerte viento la atropella y por un momento pierde el equilibrio. Segundos después cuando recupera aliento, levanta la mirada y se encuentra con una moto que va a toda velocidad y que después pasarse un par de calles, retrocede a la misma velocidad hasta detenerse justo enfrente de la escuela.
Dos chicos locos en una motocicleta a toda velocidad a las siete de la mañana ¿Qué más puede pedir? Los ignora y planea seguir su camino hasta que recuerda algo muy importante ¡Su trabajo! Mira el suelo con la pequeña impresión que ha sucedido algo malo, muy, muy malo. Sin hacer mucho esfuerzo divisó entre aguas negras su trabajo, trabajo que momentos antes había sacado de la carpeta para darle un vistazo antes de entregarlo.
No puede creer lo que está presenciando sus ojos, no sabe si llorar o gritar. Pálida recoge del suelo su tarea y camina con ella mientras se escurre el agua.
—¡Oye! — le grita a uno de los chicos—.Por tu culpa mi tarea esta arruinada.
—¿Estás hablando conmigo? —Un chico gigantesco con los primeros botones de la camisa por fuera, se baja de la motocicleta. Tiene el cabello de puntas como un puercoespín y emana de el una loción fuerte que hace que Camyla retroceda unos pasos.
—¿Tu qué crees? ¿Qué se supone que voy a hacer ahora? tengo que entregarlo en tres horas y por la culpa de esa cosa está destruido—observa con fuego en sus ojos la motocicleta gris que esparce humo negro por doquier-.
El otro chico que se encuentra en la parte trasera de la moto le pide disculpas. A diferencia del otro, desprende un olor suave y da la impresion de ser un chico tranquilo, pero Camyla esta muy enojada como para aceptar sus disculpas.
Aquel joven delgado y con gafas de montura negra se encuentra frente a frente con el rostro inmutable de Camyla, que no tolera la situación, y mucho menos la actitud de su gigantesco amigo que solo ha logrado amargarle la mañana. Despues de intercambiar algunas palabras Camyla decide dejarlos en la entrada pero antes de largarse del lugar, observa de pies a cabeza al chico que por el momento logro calmarla. Sus pantalones y su camisa parecen limpios, lleva un bolso negro de lado y tiene sus zapatos perfectamente atados y brillantes. Luego de dejar sus cosas en el locker, se dirige a su primera clase del dia, donde se encuentra con su mejor amiga y juntas piensan en una solución.
—No puedo creer que haya ocurrido eso.
—Todo por—cierra los puños y aprieta los ojos tanto que le empiezan a doler—. Como sea, debo arreglar esto.—Camyla observa entre sus manos lo unico que ha podido rescatar de su trabajo; las hojas se agrietaron y algunas otras se dezpedazaron antes de que pudiera hacer nada. Las letras se borraron, se esparcieron y se combinaron con otras y al final parece todo menos un trabajo de Los tipos de registros linguisticos.
— ¿Qué tal si te bajas a informática y lo imprimes de nuevo Camy? ¿Me enviaste una copia al correo recuerdas? Solo tienes que bajar, entrar a tu correo e imprimir las hojas.
Alicia siempre le da animos y busca soluciones a sus problemas, a pesar de que ella tambien tenga sus propios problemas. Tiene una forma de hablar y de vivir la vida que hace parecer que las cosas son mas faciles aun cuando son un completo desastre. Camyla siempre ha querido tener esa capacidad de mantener la calma y de actuar con cabeza fria ante un problema. —Gracias a Dios que la tengo a ella, es mi complemento.
—¿Crees que tenga tiempo?
—Claro, ve.
Después de media hora de meditación, toma la memoria plateada de su bolso y sale del aula con la excusa de ir al baño. Su clase en una hora y si no lo hace ahora, no podra presentrlo nunca. Baja las escaleras después de doblar por uno de los pasillos y se dirige al salón de informática atravesando toda la escuela, sin embargo y con la menor de las intenciones, logra escuchar una conversación telefónica al pasar por la oficina del coordinador.
—¿Profesora Lucia? ¿Calamidad familiar? Ya veo, mis más sentidas condolencias—le dice el coordinador Julio al teléfono.—No se preocupe. Claro que sí. Tome el día libre. Repito, no se preocupe por eso. Si señora, no hay problema. Adiós.
Si sus oídos no la engañan, su profesora de castellano no podrá asistir a clases. Sabe que lo ocurrido le ha salvado la vida, sin embargo, no puede alegrarse tanto por ello, su profesora ha sufrido una calamidad familiar y sería muy cruel de su parte alegrarse por esto. Lentamente vuelve por donde ha salido y atraviesa de nuevo el campus para regresar a clases. La alegria sale por sus poros y no lo puede evitar, se ha quitado un peso de encima sin mover un dedo. Levanta la mirada y antes de pisar el primer escalon de las escaleras metalicas negras hacia el segundo piso, su instinto la detiene, desde lo más alto logra ver a varios estudiantes de último grado bajando las escaleras, sabe que si va por ese camino es probable que se encuentre cara a cara con los inmaduros y molestos chicos que le destruyeron el trabajo. No piensa verles.
Da media vuelta y se dirige a otra de las escaleras que por un camino más largo la lleva al salón. Se guarda la memoria USB en el bolsillo y cuando está a punto de subir, se encuentra con un estudiante de último grado, de hecho, ahora que lo ve de frente se da cuenta que es el chico del cubo y también el que estaba en la parte trasera del vehículo de dos ruedas que le arrebató su tarea. Camyla recobra la compostura y trata de esquivarlo al observar que cada vez se acercan mas y mas, sin embargo y para su desgracia, cuando están a punto de tomar caminos diferentes, unos de los risos de Camyla se enreda en la bata de laboratorio del joven que lleva bordado su apellido y el escudo de el instituto en tono azul oscuro.
—¡Mi cabello!—grita Camyla mientras se lleva la mano a su cabeza.
—¡Ay! Lo siento, no me había dado cuenta. Déjame ayudarte.
—¡No, suéltalo! Me estas lastimando— responde instintivamente.
—Lo haré sin lastimarte, lo prometo— La ultima frase sale de su boca con tanta suevidad que logra distraer a Camyla. Aquel chico ha dejado caer su cuaderno para tener las manos libres y ayudarla— no tardaré—. Dice el joven que está a unos centímetros de ella.
En ese instante y lugar, Camyla no puede evitar ver sus lentes, su cabello y sus manos, esas que sostiene con delicadeza su cabello rizado. Puede notar que son palidas al igual que el color de su rostro, sus palmas son rosadas y sin tocarlas presiente que son sueves, a pesar de ser grandes y robustas. En el silencio de las escaleras alejadas de la presencia de profesores o alumnado, siente de nuevo el aroma de su ropa y de su piel, ese mismo que le llamó la atención hace unas horas cuando se encontraron por primera vez, y que sin darse cuenta habia reconocido al instante.
—¿Ya casi? —dice Camyla despues de haberse encontrado inesperadamente con la mirada del chico.
—¡Listo!—el suelta su cabello y recoge sus cosas del suelo.— Tienes un cabello hermoso— dice mirándola a los ojos antes de tocar suavemente uno de sus risos y marcharse.
— ¿Qué le pasa?— piensa en voz alta.
—Lo lamento.—escucha a lo lejos al chico de lentes que se ha dado la vuelta y le ha sonreído por última vez antes de unirse a su grupo.
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Crónicas de un romance de escuela.
RomanceUn amor adolescente a primera vista florecerá desde el primer momento en el que Camyla mira de reojo a uno de los estudiantes de último grado. Desde esa tarde que lo observó con el majestuoso aparato de seis caras girando entre sus dedos, no pudo de...