Jueves 9 de Mayo de 2019
Su mejor amiga le había prestado uno de sus libros preferidos Cartas de amor a los muertos de Ava Dellaira, llevaba solo dos o tres días leyendo la novela y ya la había atrapado por completo. Al principio comenzó a leerlo por distracción, sin embargo, la novela había logrado captar su interés a tal punto que se la pasaba día y noche leyéndolo. Cada una de sus páginas la llevaba a leer otra y otra y así sucesivamente.
Fue esa mañana, en la biblioteca que vió por el rabillo la silueta alargada de Esteban después de un tiempo. Llevaba más de una semana sin verle y aunque en el fondo sabía que había estado cambiando su rutina para dejar de topárselo en la cafetería o en los pasillos, le gustaba pensar que su destino era dejar de encontrárselo en la escuela.
Desde lo que había sucedido ese lunes en el vestidor de los chicos, no había vuelto a mencionar el tema con nadie. Esa tarde, sentada en la banca con Esteban mirándola de rodillas, lloró tanto que sus ojos se hincharon y sus cachetes enrojecieron. Esteban solo la veía, observaba como le faltaba la respiración en cada bocanada de aire que inspiraba, como se deslizaban las lágrimas en sus mejillas y como le temblaban las manos que cubrían su rostro. Aguardaba en silencio el momento en el que Camyla dejara de sollozar, pero nunca lo hizo.
No sabía nada de Elías, durante los días consiguientes a lo de los vestidores, le pareció extraño no verle en la cafetería o en el campo, sin embargo, después de pasada una semana y más, infirió que había desaparecido, al menos por el momento. Ese día volvió a casa y pasó toda la tarde y parte de la noche llorando, sus padres no estaban en casa y mucho menos su abuela. Se fue a la cama con el estómago vacío, pero con una sensación de dolor y pesadumbre.
Tomó el libro con fuerza y sin darse cuenta fue hundiendo su cara en él. Al principio solo fingía estar concentrada, pero al tiempo parecía que solo quería esconderse detrás de las letras y las páginas y desaparecer. Las mesas al rededor se encontraban vacías, enfrente y detrás estaba escoltada por estantes de libros de mil páginas, su única y grandiosa idea, fue deslizarse por la silla hasta que sus brazos se estiraron por completo sobre la mesa mientras sus manos sostenían el libro y su espalda se dobló tal y como la de un gato estirándose después de una siesta.
Sintió la vibración de la silla de enfrente moviéndose y volviendo a su lugar inicial.
¿Quién se había sentado a su lado? ¿Era Esteban? de solo pensar en la idea se le electrizaban los vellos. Levantó la vista lentamente y divisó unas manos blancas y robustas que sostenían un libro que ponía en amarillo La desaparición de Stephanie Mailer , la portada dibujaba el perfil de una mujer observando una ventana. Avanzó por los brazos hasta llegas al pecho y los hombros amplios y lentamente se deslizó hasta la barbilla prominente, las mejillas roja y finalmente unos gruesos marcos negros, cejas espesas y cabello castaño alocado. Sin lugar a dudas, era el chico del cubo.
Ergió su espalda al instante y optó una postura más natural. Le parecía tan inusual ver a Esteban en total silencio que se permitió a si misma observarlo en secreto durante unos minutos. Cada vez que el chico pasaba una hoja, volvía a poner sus ojos en la lectura que había perdido desde que advirtió la presencia de Esteban en la biblioteca.
—Y, entonces, ¿qué?
—¿Entonces que de qué? —Respondió al instante como si estuviera esperando con ansias que Esteban le hablase.
—¿Prefieres castigarte yéndote a vivir al culo del mundo?
—No quiero hablar del tema—Dijo sin mirarle a los ojos.
—Sé que no soy la hija que te habría gustado tener, mamá. Pero, pese a lo que puedas creer, soy feliz en Orphea.
—¿Qué? — Dejó caer el libro sobre la mesa y puso toda su atención en Esteban.
—Trato de concentrarme Camyla, pero no dejas de interrumpirme — Cerro el libro y fijó su mirada en la de ella.
No sabía si era una broma o realmente había estado leyendo en voz alta. Sea lo que fuese, era demasiado vergonzoso como para ser su primer encuentro después de que la había visto llorar por más de dos horas.
—¿Es enserio?
—Pagina 176 dialogo 12. Anna habla con su madre.
Se levantó sin decir ni una palabra más al respecto dejando a Esteban mirando el asiento que antes ocupaba.
—Ya, es broma. —La detuvo enseguida.
Camyla ya estaba lo suficientemente incomoda como para sacar fuerzas de donde no las tenía y dejarlo plantado como el idiota que era, más bien, volvió a su asiento y se escurrió la cara con las manos. Esteban se sentó en frente y después de unos segundos de completo silencio, volvió a hablar.
—¿Te escondes de mí?
—¿Por qué lo haría?
—Desde ese día has estado bastante ausente.
—Te agradezco lo que hiciste por mí, pero no quiero hablar de ello.
—Lo siento. La verdad es que tengo muchas preguntas desde ese día. Trate de hablar con Elías, pero no quiso dirigirme la palabra, la noticia de su partida me sorprendió bastante.
—¿Se retiró?
Esteban asintió.
No tenemos que hablar de eso si no quieres. Si te sientes incomoda prefiero irme. No sé de qué se trata todo esto, pero si me permites ayudarte lo haría con gusto. Somos amigos.
—¿Somos amigos? —Pregunto incrédula.
—Claro que lo somos, eres como—Pensó en lo que diría y volvió a hablar—. Como una hermanita para mí. Puedo escucharte todo lo que quieras, puedo aconsejarte o solo acompañarte. Lo hare si me dejas.
—¿Sientes pena? No tienes que hacerlo, yo puedo sola.
—Solo quiero ser tu amigo Camyla ¿es mucho pedir? ¿Qué te impide aceptarme?
Ni ella sabía la respuesta. Se había empeñado tanto en alejar a Esteban, que se había perdido en el camino. El chico del cubo solo quería ser su amigo, uno no le vendría de más. En realidad, que él quisiera ser su amigo le parecía irónico, en clases solo son su mejor amiga y ella, en los descansos solo eran ellas. Siempre habían sido ellas. Se había acostumbrado a esa vida, que le resultaba difícil aceptar a alguien más de la noche a la mañana.
—¿Por qué? —Preguntó.
—¿Necesito una razón? —Respondió sonriendo de lado.
En realidad, no, no necesitaba una explicación. Era una chico amable, divertido y un poco torpe, pero además de eso, le había demostrado que estaba ahí para ayudarla, para verla llorar por más de dos horas, para defenderla y escucharla.
Esteban la hacía olvidarse de sus problemas, aunque para ella, hace unas semanas atrás el significara uno. —Todo es más sencillo desde sus ojos—Pensó.
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Crónicas de un romance de escuela.
RomanceUn amor adolescente a primera vista florecerá desde el primer momento en el que Camyla mira de reojo a uno de los estudiantes de último grado. Desde esa tarde que lo observó con el majestuoso aparato de seis caras girando entre sus dedos, no pudo de...