8. ¡Señorita!

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—¿Me puedes explicar lo que sucedió?

—¡Ya te pedí disculpas! se me salió de las manos— hace algunos pucheros y finalmente baja la mirada decepcionada—. Evoca el recuerdo de Elías alejándose con el cubo en sus manos, se fue sin decir una palabra, ni siquiera pregunto de donde o como conoció a Esteban, eso es lo más raro de todo. Piensa que quizás se está imaginando una historia de suspenso cuando en realidad no ocurre nada.

—Yo te entiendo Camy, pero ya te lo he dicho varias veces ¿Por qué eres tú la que debe ceder? ¿No puedes simplemente hablar claro con ese chico?

—Fue la única escapatoria que encontré en ese momento, lo siento.

—Bueno ya, no importa, en todo caso, si lo tienen los chicos de ultimo grado, EXCEPTO Elías, estará en buenas manos. No te preocupes.

Juntas se alejan del campo y se dirigen a sus aulas.

¿Ahora qué haré? ¿se supone que debo pedirle el cubo? ¡tonta! ¿no podías buscar una mejor excusa? Tendré que dejar mi orgullo y devolverle el cubo a mi amiga—Pensó—. ¡si, eso es! Le explicaré todo y me entenderá por completo— suspira— Mira en lo que me has metido Elías— dice para sí misma— me pregunto si fue buena idea decirle que ese chico me enseñará a armarlo, digo, es de su mismo salón y talvez malinterprete las cosas, juzgando la forma en la que me miró cuando dije su nombre, puedo pensar cualquier cosa.

—¿Camyla? — dice el profesor de historia que la mira fijamente mientras de pasos lentos y seguros hacia ella con un libro en las manos.

—¿Profesor? — sale de sus pensamientos mientras trata de descifrar si le han preguntado sobre la colonización o si le han pedido leer quien sabe cuál página del libro.

—Te he notado distraída hoy ¿tienes algún problema, quieres hablar? — el profesor cierra el libro y lo pone en su escritorio.

—No profesor, discúlpeme, es que— ¡piensa Camyla, piensa! —. no pude descansar bien Y tengo un examen en esto días. La verdad tuve algunos asuntos que arreglar en casa.

—Ya veo, ve a tomarte un café— dice el profesor sonriente— vamos, adelante. Ella se levanta del puesto y sale del salón agradeciendo tímidamente, parece que inventar excusas se ha vuelto su nuevo hobby. Su profesor de historia siempre ha sido muy amable con ella y con sus compañeros, es muy atento y la mayoría de las veces es muy flexible. Odia mentirle.

Debe despejar su mente y organizar sus ideas, eso es lo primordial. Últimamente ha estado muy olvidadiza, perdida, todo este problema con Elías la mortifica, definitivamente es demasiado. Mientras camina por los pasillos hacia la cafetería escucha una voz a sus espaldas.

—¡Señorita!

Se da la vuelta con extrañeza.

—¿Chico del cubo?

Al darse la vuelta se encuentra con el rostro sonriente de Esteban que muestra toda su dentadura. El chico se acomoda del cabello y finalmente vuelve a hablar.

—¿Así que ahora soy el chico del cubo?

—¿Así que ahora soy señorita?

Esteban le regala una sonrisita y camina siguiéndole el paso

—¿A dónde vas? ¿Por qué no estás en clase?

—¿De repente te importan las clases? —Camyla lo mira por el rabillo y vuelve la vista hacia su destino.

—Solo trato de hacer las cosas bien, te demuestro estar arrepentido ¿Puedes valorarlo?

Juntos bajan unos cuantos escalones y después de caminar por el pasillo solitario de baldosas blancas Camyla lo detiene a unos cuantos pasos la expendedora de café.

—No te he pedido que hagas nada.

—Igual lo quiero hacer. —Sonríe de nuevo y ladea su cabeza suavemente hacia un lado.

Camyla le lanza una mirada desconfiada y se da la vuelta para servirse su café. Lo toma con la mano derecha y se ubica en la mesa central de la cafetería. Cierra los ojos y aprecia el delicioso aroma de un café recién sacado. El silencio del lugar le da mucha paz. Calcula solo unos minutos para que Esteban la interrumpa.

—Tengo que irme ¿bueno? Hablamos luego señorita.

Aunque tiene los ojos cerrados no escucha los pasos de Esteban, por lo que se atreve por fin a hacerle una última pregunta antes de que se marche del lugar.

—Elías te —Aclara la voz— dio el cubo?

Un silencio profundo la inunda y al abrir los ojos y ajustar la vista, se encuentra sola en la cafetería y su única compañía es el eco de su voz. Se ha ido antes de poder escucharla.



Al llegar a casa se encuentra con su abuela. Margarita siempre ha sido de gran compañía y apoyo en esas tardes en las que le toca recalentar comida o hacer su propia cena. Se aproxima hacia su adorable abuela, una señora de pocas canas y ojos claros. Su aroma es tan característico y único que desde pequeña lo aprendió a identificar. La abraza por el cuello y relaja sus hombros, su abuela la toma con fuerza y se mueve de un lado a otro.

Mama, no le podría llamar de otra forma. Su abuela más que una abuela ha sido una verdadera madre, ha estado para ella en los momentos más importantes, pero también en los más difíciles. Sabe que, aunque el mundo se ponga en su contra, su abuela siempre estará ahí para apoyarla.

—¿Cómo te ha ido hoy, corazón? —Su abuela sirve la cena para las dos.

—Es complicado mami—Suspira más fuerte de lo que pensaba.

—Soy todo oídos mi amor, cuéntame. — Su abuela es muy incondicional, pero no quiere agobiarla con sus problemas, prefiere contarle pocos detalles.

—No mamá, son solo problemas.

—¿Chicos?

—Chicos— Desearía afirmar que su problema son los chicos si tan solo fueran realmente los chicos. Es un acosador.

Su abuela lava los platos mientras le cuenta sus historias amorosas cuando era más joven y Camyla la escucha sobre el mesón de la cocina. Siempre le había gustado oír las historias de su abuela, aprender de sus errores de " Niña enamorada" o simplemente reírse de muchas de sus locuras y torpezas. Sus pies se movían en el aire y no podía dejar de mirar a su abuela, después de varias semanas, era una noche diferente. Juntas se dirigen a la alcoba después de escuchar cuatro historias seguidas sobre "Ex tóxicos" y Camyla pone el episodio 5 de The walking dead temporada 3. Se acomodan sobre la cama con un par de palomitas y comienzan a ver su serie favorita. La comenzaron a ver el año pasado, pero no habían podido quedar para continuarla.

No quiere que ese momento se termine nunca, abraza a su abuela dejando de ver la pantalla hasta que finalmente se queda dormida bajo las sabanas y la compañía de su madre.





Crónicas de un romance de escuela.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora