Persecución

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"La ayuda puede llegar de quien menos lo esperas".

Anónimo.

Levi

Después de ese suceso me dirigí a mi casa totalmente fastidiado y oliendo a mas humedad de la que podía tolerar. Había sido objeto de burla de Erwin todo el camino, quien no había dejado de mencionar lo malcriado que fui. Pero era inevitable, el entrenamiento había sido desgastante y el sol no dejaba de joderme la piel.

Sentía pedazos en mi espalda descarapelarse en segundos y la arena estaba de la mierda todo el día. No había sido lo mejor estar en la playa aquel día, pero el llamado al entrenamiento de los nuevos soldados no era algo que podía evitar. Llego un día bajo la puerta gris de mi casa, envuelta en un sobre sofisticado que tenía marcado el emblema de la seguridad nacional del país.

La disputa de 2 países había llevado a un puñado de jóvenes a entrenar hasta el cansancio para defender un país que jamás lo iba agradecer. Y ahí estaba yo, entre esa bola de estúpidos entrenando hasta la muerte, desde la mañana hasta el ocaso o hasta que al mayor se le hincharan las pelotas. Huir de ese gobierno mierdero era imposible, tenían tan bien contada a la población que la única manera de deshacerte de la responsabilidad, era muriendo, cosa que no estaba en mis planes; aun había gente que quería ver.

Al contrario de muchas personas no encontraba el honor en esa miserable facción disfrazada de una falsa democracia, quería vivir mi vida en paz después de perder a la única mujer que me había amado; mi madre, pero parecía que el jodido destino se esforzaba por hacer las cosas más difíciles.

Erwin y Porco al contrario de mí, habían sido llamados de un pueblo lejano de la costa, que era el estúpido lugar en donde yo me alojaba desde hace 4 años atrás. Y he de decir que ha sido lo único bueno que me ha pasado desde que mi apestoso tío me dejo el departamento.

No era tan grande, pero tenía lo suficiente como para valérmelas por mí mismo, después de todo no era un niñato, aunque a veces en mis arranques me comportaba como uno. A mis 28 años había logrado hacerme dueño de un par de barcos pesqueros que dejaban lo suficiente para comer, al vender lo capturado a la ciudad que se encontraba en el centro de toda esa playa. Ya había generado lo suficiente como para mudarme al centro, pero la tranquilidad y el sonido de las olas me hacían permanecer aquí. Además, después de esta guerra, nada era seguro, ni siquiera mi regreso.

*

Tsk estúpido Shadis, nos hizo darle vuelta a toda la manzana — me quejo sin remedio alguno.

¡Vamos! Escuche que no fue para tanto — escucho desacreditar mis quejas y volteo a verlo con odio, pero el idiota sigue sonriendo como siempre.

¡Joder! ¡Nos hizo correr descalzos! — lo miro indignado y le enseño las plantas de mis pies que están más rojas que su cara asoleada.

Bueno... esa parte no me la contaron — ríe como idiota y me pregunto cómo es que puedo aceptarlo como amigo. — De seguro ustedes estuvieron jugando al póker con el mayor Pixis.

No voy a negarlo, nos ofreció alcohol un par de veces y casi no entrenamos lo suficiente.

Era de esperarse. ¿A dónde vas? — pregunto con preocupación cuando veo que se dirige al local que tiene la letra "S" fundida.

Al Sunny — dice con naturalidad y siento que tengo ganas de que le caiga un rayo.

No pienso pisar ese lugar — me indigno y retrocedo apenas y niego mi estadía ahí. Había pasado una semana desde el encuentro con la loca y siento que finalmente se habían conectado todos mis canales.

Olvidarte jamásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora