Capítulo 3

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Por fin aterrizamos en el aeropuerto de San Diego, mi reloj de muñeca marcaba las seis y cuarto de la mañana. Sin embargo, mi IPhone ya había cambiado a la hora americana. Las diez y cuarto de la noche.

- Necesito bajar de este avión ya, parece que llevo aquí sentada días – Alexandra, como siempre, quejándose.

- Serás exagerada, la próxima vez que abras la boca para protestar te mando a Madrid en el primer vuelo que salga.

Cogimos nuestros bolsos y andamos por el pasillo hasta la salida del avión. Pasamos la fila 9 y aquel chico no se movía del asiento, como si aún estuviéramos volando.

- Que tío más raro – le dije a Ale nada más cruzar la puerta de salida del avión.

- Pues es guapo de cojones – se le volvía a caer la baba – me da igual que sea raro, yo me lo tiraría igual.

- Eres una guarra.

- Ya lo sé. – se empezó a desperezar – vamos a recoger las maletas ya por favor, necesito comer y aún tenemos que llegar al hotel.

Recogimos el equipaje y salimos del aeropuerto mientras llamaba a un taxi, que no tardó mucho en llegar. Alexandra se pasó todo el trayecto hablando en inglés con el conductor. En julio se graduó en filología inglesa en la universidad complutense de Madrid, siempre le había gustado mucho el idioma y lo petó en la carrera con unas notas dignas de enmarcar.

Pudimos ver durante todo el camino la bahía de San Diego y la gran cantidad de luces que alumbraban la ciudad. Había edificios enormes, mucho más de los que habíamos visto en Madrid. Miles de coches llenaban las grandes avenidas y mucha gente paseaba disfrutando el buen tiempo que hacía. El cielo estaba completamente despejado y no hacía nada de frío, pero tampoco un calor insoportable.

Tardamos unos treinta minutos en llegar a la puerta del Omni San Diego Hotel, pagamos al conductor y nos bajamos del taxi. Nos quedamos impresionadas con las magnitudes del edificio, era gigantesco, apenas nos alcanzaba la vista a verlo entero. Cruzamos la puerta automática y nos miramos como dos niñas pequeñas cuando llegan a Disney Land.

- Esto es a-lu-ci-nan-te – Ale remarcó cada sílaba.

- No me puedo creer que por fin estemos aquí, después de haber trabajado y estudiado durante el último curso de universidad. – Estuve a punto de pellizcarme, realmente aquello me parecía un sueño.

Estuvimos trabajando en un restaurante durante todas las tardes del último año para poder pagarnos este viaje. Acudíamos a las clases de nueve y media a una y media, comíamos más rápido de lo que es aconsejable porque a las tres y media empezaba nuestro turno en el restaurante y a las diez de la noche, cuando llegábamos a nuestro piso, nos poníamos a estudiar. No me arrepiento de haberlo hecho, ha merecido la pena. Por fin estábamos aquí.

Nos colocamos detrás de una pareja en la cola de la recepción y miramos cada detalle que nos rodeaba. El vestíbulo era gigante, el suelo de mármol brillaba y reflejaba las luces de la gran lámpara que adornaba el techo. Había una zona con mesas y sillones bajos donde la gente leía, escuchaba música, trabajaba con ordenadores... A la derecha e izquierda del mostrador de la recepción, había dos pasillos en los que se podían ver ascensores que llevarían a las plantas superiores donde se encontraban las habitaciones. Detrás nuestra, una puerta de cristal daba paso a un jardín lleno de árboles, plantas y luces. En él había un camino de madera que, como ponía en el cartel que había sobre la puerta, llevaba al comedor y a las piscinas. Me rugió el estómago solo de pensar en toda la comida que habría en el buffet.

- Menos mal que no hay mucha cola para la recepción, me muero de hambre.

No pasaron más de quince minutos y Alexandra ya se estaba entendiendo con una de las recepcionistas, vestida con un traje gris de falda y una chapa en el lado izquierdo de la chaqueta en la que ponía su nombre y el logotipo del hotel.

Nos dio una tarjeta a cada una para abrir la habitación y nos colocó una pulsera de color rosa que indicaba que teníamos la tarifa de "todo incluido". Así es, diez días comiendo y bebiendo sin límites.

Nuestra habitación era la 534D y se encontraba en la quinta planta. Nos montamos con el equipaje en uno de los ascensores y nos quedamos alucinadas. ¡Eran de cristal! Se podía ver todo el jardín con las piscinas y el paseo de madera que conducía a una terraza llena de mesas y gente comiendo en ellas.

- ¡Bienvenida a las mejores vacaciones de tu vida! – exclamo Ale cuando las puertas del ascensor se abrieron en la quinta planta.

Inserté la tarjeta para entrar a la que iba a ser nuestra habitación durante los próximos diez días. A la derecha de la entrada estaba el baño y en frente de este un armario con puertas de espejo. Caminamos hacia adelante y contemplamos la maravillosa habitación. En la pared de la izquierda había una cama de matrimonio enorme cubierta por una colcha azul celeste que combinaba genial con el beige de las paredes. En el testero que teníamos en frente se alzaba un balcón que tenía vistas a la avenida de palmeras en la que se encontraba el hotel. Había cuadros del mar en las paredes y una mesa con una cafetera, un pequeño frigorífico y dos tazas. Todo era tan perfecto y bonito que iba a llorar.

- Parecemos importantes en esta habitación – dijo Ale tirándose en la cama de un salto.

- Es increíblemente bonita – añadí – pero ahora vámonos a comer por favor, me ruge el estómago.

Volvimos a bajar y fuimos directas al comedor. Una vez allí, recorrimos las grandes vitrinas y barras que albergaban todo tipo de comida. Carne asada, pizza de todas clases, marisco, pescado, incluso había una barra con muchísimos recipientes llenos de toppings para que te hicieras una ensalada a tu gusto.

Alexandra se llenó el plato de pizza, carne y patatas; yo me serví salmón a la plancha, pasta a la carbonara y una ensalada. Nos sentamos en una mesa que se había quedado libre en la terraza del comedor y disfrutamos de las vistas.

- Dios nunca he probado una pizza más buena – Alexandra tenía la boca llena y apenas podía vocalizar.

- El salmón también está muy bueno ¿Quieres probarlo? – pregunté aun ya sabiendo que su respuesta iba ser no.

- ¿Desde cuándo como yo salmón? – preguntó con la boca todavía llena.

Me eché a reír. Siempre ha comido como una loca que no tiene límites. En cambio, yo soy de comer poco, siempre me lleno antes de acabarme el plato. Esta vez las dos nos lo comimos todo y aun dejamos un hueco para las copas de helado que habíamos visto mientras nos llenábamos el plato.

- Voy yo a por el helado ¿De qué lo quieres?

- ¿De verdad tengo que contestarte?

Sabía de sobra que, al igual que el mío, su helado favorito era el de chocolate así que me levanté y fui a coger las dos copas de helado de chocolate más grandes que encontré y volví a la mesa deseando de empezar a comer.

- Creo que voy a explotar, he comido demasiado – Me dolía el estómago de lo mucho que había comido.

- Luego la exagerada soy yo... - Me soltó Ale.

Volvimos a la habitación después de charlar un rato en la mesa, nos pusimos el pijama. Bueno, yo me puse el pijama, ella siempre dormía con una camiseta que le dieron en la universidad y que le quedaba enorme.

- No tengo nada de sueño – dije sentándome en la cama.

- Yo tampoco, pero deberíamos dormir, aunque sea un poco o mañana querremos hacerlo durante el día. – Tenía razón – Vamos a ver una película hasta que nos entre sueño, al fin y al cabo, estamos muy cansadas.

Alexandra sacó su IPad y lo colocó en la cama para que las dos pudiéramos verlo. Pusimos una de nuestras películas favoritas, "Grease", y nos acomodamos en la cama.

Llevábamos algo menos de la mitad de la película cuando Alexandra la pausó.

- ¿Por qué la paras? – le pregunté de malas maneras.

- Shhh, escucha.

Nos quedamos en silencio y unas voces nos llegaron de la habitación contigua. 

Cuando menos te esperabaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora