Capítulo 8

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No me lo podía creer. Ellos eran las últimas personas que me apetecían ver después del numerito que nos habían montado en las barcas. Se quedaron de pie junto a nuestra mesa, esperando a que alguna de las dos abriera la boca para hablar. Y en esta ocasión fui yo la que tomó la iniciativa.

- ¿Y por qué iba a querer seguir a dos imbéciles que no paran de fastidiarme mis vacaciones?

Ambos intercambiaron una mirada acompañada de una sonrisa maliciosa, eso era lo que querían, fastidiarnos, les divertía sacarnos de quicio. El moreno aparto un mechón de pelo de mi cara y acerco su boca a mi oído como lo había hecho las anteriores ocasiones y susurró.

- Me sigues porque te gusto, deja de hacerte la dura.

No pude evitar que mis ojos se cerraran, me hizo cosquillas su susurro. Aunque fuera el tío más gilipollas del mundo tenía que admitir que era guapo, tenía una belleza que atrapaba. Las veces que lo había visto tenía el pelo alborotado y le llegaba hasta las cejas, caía sobre su frente de manera relajada y cada mechón crecía en direcciones diferentes, desordenándolo.

No me había fijado en sus pestañas oscuras, largas y espesas, que hacían que el verde que le rodeaba la pupila destacara aún más. Me detuve en su nariz, recta, perfecta. Y volví a posar mi mirada en su boca mientras se apartaba de mi oído y sonreía dejando al descubierto el pequeño espacio que había entre sus paletas.

Me quedé unos segundos con los ojos cerrados, pero no le permití el lujo de que se fuera así sin más. Podría ser muy guapo, pero empezaba a sacarme de quicio, y eso era lo que prevalecía. No iba a quedar por debajo de él.

- Ya te gustaría imbécil. – dije antes de meterme un tenedor lleno de arroz en la boca.

Vi cómo se giraba cuando ya volvía a su mesa y volvió a mirarme. Sonrió sutilmente.

- Me llamo Hugo, muñeca. Aunque me gusta cómo suena "imbécil" cuando lo dices tú. – me guiñó un ojo y se sentó en una de las sillas de la mesa de al lado, justo en la que miraba hacia mí.

- Si quieren juego, tendrán juego. – soltó Alexandra de repente.

- ¿A qué te refieres? – le pregunte casi susurrando para que la conversación no llegara hasta su mesa.

- A que se están mofando de nosotras y nadie se ríe de mí, y mucho menos de ti.

Ella siguió comiendo como si nada y yo me asusté. Alexandra era capaz de cualquier cosa cuando se le retaba y a mí lo único que me apetecía era pasar unas vacaciones tranquilas.

Poco después Alexandra se levantó para ir a postre y me quedé sola en la mesa. Cogí el móvil y chequeé mis mensajes. Mi madre me preguntaba si la iba a llamar en algún momento o ya me había olvidado de ellos, mi hermano me había mandado una foto de mi sobrinita, Agatha, que apenas tenía un año y estaba para comérsela. Los demás mensajes provenían de grupos, el de mis amigas, el de los compañeros de la universidad, el de la familia... Nada interesante. Volví a meter el móvil en el bolso y cuando alcé la vista Hugo había tomado el asiento que ocupaba Alexandra. Me miraba el escote descaradamente e iba a empezar a hablar justo cuando yo le corté.

- Mira pedazo de cerdo – empecé a decirle – seguramente no estarás acostumbrado a que una chica no se rinda a tus pies en el momento en el que le susurras al oído, pero te estás equivocando conmigo. Así que deja de mirarme así porque la próxima vez te pienso dejar toda la palma de mi mano señalada en tu bonita cara.

Se mordió el labio para evitar reírse.

- Así que tengo una cara bonita... Y luego dices que no te gusto. No sabes mentir muñeca.

- Deja de llamarme muñeca. – escupí enfadada.

- Lo haría si me dijeras tu nombre.

- Desde luego es uno más bonito que Hugo.

- Ah ¿sí? Sorpréndeme.

En ese justo momento llegó Alexandra.

- ¿Qué hace el baboso sentado en mi silla?

- Le decía a sin nombre que Ethan y yo vamos a ir al centro de San Diego esta noche y me ha dicho que queréis venir con nosotros. No me gusta dejar plantadas a dos princesas, así que os esperamos en la puerta del hotel a las doce.

Cogió su chaqueta y la de su amigo y desapareció entre las mesas antes de que pudiera desmentir lo que había dicho.

- ¿Quieres salir con ellos? – preguntó extrañada mi amiga.

- ¡Claro que no! Se lo ha inventado todo.

- Vamos a ir.

- ¿¡Qué!? ¿Pero qué dices? No pienso ir con ellos a ningún sitio.

- Vamos Chloe, es nuestra oportunidad. Tenemos que dejarles claro que se han equivocado de objetivo, con nosotras no se tontea.

Una sonrisa se le dibujó en la cara. No quería ir con ellos, pero algo me empujaba a hacerlo. Quería que ese tal Hugo pagara las consecuencias por el café, por hablarme de esa forma y por no dejar de mirarme de esa forma tan descarada.

- Está bien, iremos.

Nos terminamos el postre a las once menos veinte y subimos a la habitación a esperar a que llegaran las doce. Nos sentamos en la cama y Alexandra empezó a reírse mientras me contaba los planes que tenía para los dos muchachos.

- Iremos al pub más caro de san diego y cuando hayamos bebido todo lo que queramos diremos que vamos al baño, pero en realidad nos iremos y los dejaremos allí, con la cuenta sin pagar.

No pude evitar reírme al imaginarme la cara que se les iba a quedar cuando vieran que no íbamos a volver, que nos habíamos ido y los habíamos dejado tirados.

- Tenemos que ponernos unos vestidos más impresionantes para tenerlos babeando y que hagan todo lo que queramos. – planteó Ale.

- Yo me iba a cambiar de todas formas.

Aunque me encantaba mi vestido no iba a salir con él por la ciudad, para eso me había traído el negro entubado y el azul largo. Esta vez me decanté por el negro, que me quedaba justo por encima de las rodillas y me hacía un cuerpo muy bonito. Lo combiné con unos tacones altos y una cartera de mano negra. Alexandra se decidió por su vestido lencero rojo. Era largo y tenía una raja a uno de los lados por donde asomaba su pierna cada vez que daba un paso.

Siempre se me ha dado muy bien el maquillaje, así que me encargue de pintarnos a las dos. Un poco de sombra brillante, highlighter, polvos, barra de labios roja y voilà. Estábamos guapísimas, parecíamos sacadas de una revista de moda, de esas en las que todas las modelos tienen un cuerpazo increíble.

Salimos de la habitación a las doce y cinco porque Alexandra quería llegar tarde a propósito para, según decía, hacerles creer que no iríamos. Bajamos las escaleras, cruzamos la recepción y salimos a la puerta.

No podía creer lo que estaba viendo.

Cuando menos te esperabaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora