Capítulo 7

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No podía ser. Miré hacía un lado y allí estaba, el mismo imbécil que horas antes me había derramado una taza de café. Nos cubrimos con los brazos, aunque ya era tarde.

- No me puede estar pasando esto.

- Venga Chloe, tampoco pasa nada. Total, no nos van a volver a ver.

- Es el gilipollas que me ha derramado antes el café.

Alexandra miró al moreno que había gritado y luego volvió a clavar sus ojos verdes en mí.

- Va a desear no haber nacido.

Se dio la vuelta para volver a ponerse el bañador en su sitio y luego empezó a gritar.

- ¡Eh, tú! ¡Capullo!

El chico se quedó mirándola y empezó a acercar su barca a la nuestra. Iba acompañado de un muchacho rubio que tenía unos ojos del mismo color que el agua del mar. "Yo he visto antes esos ojos" pensé mientras veía como se acercaban.

- Vaya, vaya. El león ha salido a defender al gatito. – Dijo el moreno con una sonrisa de lado.

- Eres tú el que va a necesitar que lo salven cuando te tire de esa barca. – dijo Ale con coraje.

Los dos muchachos se miraron y empezaron a reírse como si le hubieran contado el más gracioso de los chistes.

- A ver si eres capaz de tirarnos de aquí leona. – dijo el rubio.

Alexandra echaba humo, se puso de pie y acercó nuestra barca tanto a la de ellos que ambas chocaron. Paso un pie a la de los chicos y luego el otro, ni si quiera sé cómo no se cayó. Cogió sus remos y me los pasó, yo los cogí y los coloqué al lado de los nuestros.

- A ver como volvéis a la orilla ahora babosos. – espetó Ale mientras se cruzaba de brazos.

- ¿Sabes nadar? – le preguntó el rubio acercándose a ella.

- Mejor que tú.

- Vamos a comprobarlo.

El chico cogió a Alexandra sin ninguna dificultad y le guiñó un ojo antes de tirarse con ella al agua. Mi amiga le gritó de todo antes de acabar bajo el agua. Salieron a la superficie y se agarraron al borde de nuestra barca. La marea nos había acercado un poco a la orilla, que ya no estaba tan lejos como antes.

- ¡Eh, bombón! Te toca. – dijo el moreno pasando a mi barca.

- Ni se te ocurra ponerme una mano encima.

Su amigo se reía en el agua y Alexandra miraba expectante. La alarma de su reloj empezó a sonar.

- Te vas a librar por esta vez. – dijo antes de acercar su boca a mi oído – espero no tener que chocarme contigo en la cena. Vamos Ethan, ya ha pasado la hora, hay que devolver esta cosa.

Volvió a su bote a la vez que lo hacía su amigo. Sin darme cuenta había recuperado los remos, me guiñó un ojo y empezó a remar hacia la orilla.

- Malditos capullos. – soltó Alexandra mientras le ayudaba a subir. – Te juro que si me los encuentro en la cena les pienso tirar una cerveza en la cara.

- Es mejor dejarlos, solo quieren hacernos rabiar.

- Pues nosotras también sabemos jugar a eso.

Mi amiga empezó a remar hacía la orilla y cuando devolvimos la barca los chicos ya se habían ido. Nos pasamos el resto de la tarde tomando el sol, haciendo crucigramas y dándonos un baño.

- Creo que necesito un baño, tengo la piel tirante de la sal. – le dije a Alexandra a las siete y media, cuando ya la mayoría de la gente volvía al hotel.

- Yo también, además tengo tanta hambre que podría comerme un caballo.

Recogimos nuestras cosas y volvimos a la habitación. Olíamos a mar y la arena me había llegado hasta el interior de la parte de debajo del bikini.

- ¿Te gusta? – dijo Alexandra enseñándome un vestido corto negro que tenía el escote en forma de v.

- Me encanta, además estas guapísima con él.

- Lo sé. – dijo dándose la vuelta para ir a la ducha.

Mientras Alexandra estaba en el baño rebusqué en mi maleta hasta que encontré mi vestido blanco. Era de palabra de honor y lo combinaba con un cinturón ancho de esparto y un bolso y unas sandalias a conjunto con este. Lo dejé sobre la cama y esperé a que mi amiga saliera de la ducha. Estaba comprobando los mensajes de mi WhatsApp cuando me llegaron unas risas de la habitación de al lado, así que me acerqué a cotillear.

- ¿En serio vas a salir con eso a la calle? – dijo uno de los dos.

- ¿Qué pasa? Es una camisa normal.

- ¡Es una camisa NARANJA! No pienso salir contigo si llevas eso puesto.

- Pues no creo que te gusten más las otras que he traído.

- Déjame que eche un vistazo – no se escuchó nada durante unos segundos – Joder tío, ¿Te has traído lo más feo que tenías en el armario o qué?

- ¿Desde cuándo te importa lo que me pongo?

- Te voy a dejar algo más decente. Deja de querer parecer feo, si fuera gay me enamoraría de ti, pero sin esa cosa puesta.

Me retiré de la pared porque oí abrirse la puerta del baño.

- Te toca nena. – dijo Ale con una toalla liada al cuerpo.

Abrí el agua caliente y se me puso la carne de gallina al entrar en contacto con mi piel. Durante el rato que estuve en la ducha no dejé de pensar en lo encantador que me había parecido el chico, no sabía que los hombres también se dejaban ropa y se echaban piropos. Ansiaba saber quiénes eran.

Terminamos de vestirnos y maquillarnos, teníamos sonrosadas las mejillas de haber tomado el sol y eso hacía que estuviéramos más guapas aún.

Estaba cogiendo el bolso cuando escuché la puerta de la habitación de al lado abrirse. Era mi oportunidad de verlos. Corrí hacia la puerta y la abrí de golpe, miré a ambos lados, pero solo vi a una pareja de abuelitos cogidos de la mano.

- ¿Qué haces? – me preguntó Alexandra.

- Pensaba que los chicos de al lado habían abierto la puerta, pero eran los de la habitación de en frente.

- Estás loca, si te ven así se van a asustar. Deja de hacer cosas raras y vamos a comer de una vez, porque cuanto antes cenemos, antes llegaremos a la discoteca. La fiesta nos espera.

En la entrada del comedor había un cartel que indicaba que la cena era de temática japonesa. Había mostradores con sushi de toda clase, ramen, arroz cocinado de mil formas...

- ¡Necesito probarlo todo! – le dije a Alexandra.

Probé el sushi cuando estuve en Tokio y me volví adicta. En España no está tan bueno porque los sabores están europeizados para que le guste a la mayoría de la gente, pero aun así me encanta.

Llenamos los platos de comida de todo tipo y buscamos una mesa en la que sentarnos. La terraza estaba llena así que elegimos una del interior. Fuimos a sentarnos cuando vimos que había dos chaquetas colgadas en las sillas.

- No pasa nada, se acaba de ir la familia de la mesa de al lado. – informó Ale.

Nos sentamos justo en la que había al lado y empezamos a comer.

- Vaya, vaya. ¿Nos estáis siguiendo?

Cuando menos te esperabaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora