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La ventana del carro me deja observar el panorama que se desarrolla en torna a mí, mamás llevando a sus hijos al colegio, vendedores dando a conocer sus productos, residuos de cigarros cayendo lentamente al piso, todo eso llenaba el horizonte, completamente.

¡Beep!, el sonido de la bocina truena en mis oídos, acto que hace que mi madre y yo nos sobresaltemos de inmediato, miro de reojo al conductor lanzándole mi peor mirada, porque si, odio el estruendo, no hay nada más satisfactorio que el silencio, la calma, la tranquilidad, la paz; algo que definitivamente no estaba en los planes del conductor.

— ¡Es que no le enseñaron a manejar! —recrimina el señor asomando su cabeza en dirección al carro del frente, el cual se le atravesó— ¡Porque si fue así, dinero peor invertido no hay!

—Primero que todo, no está de más bajarle el tono a la voz, segundo, pido perdón por esto, mi hijo no se encuentra del todo bien, y eso me aísla de todo, una vez más, perdón.

— ¡Igualmente eso no es excusa para la mal...! —no pudo terminar antes de que yo lo refutara y sentenciara con un simple.

— ¿Podemos irnos ya? —solicito suavemente con un toque de impaciencia y cólera disfrazada con una débil sonrisa, medio puesta en mi boca. La mirada de mi madre se posó en mí con un toque de sorpresa y de concebimiento.

—S-sí, sí señor, ya arranco—sus manos se posan en el manubrio, los nudillos se tensan de manera efusiva, demostrando el enojo y desconcierto de mi respuesta. Mi madre me ve de reojo, siento que está analizando cada parte de mí, sus ojos son escañares en su máxima potencia, en cierto punto estoy acostumbrado, mi mama suele hacerlo, desde que era pequeño.

A lo lejos, logro distinguir mi colegio, sus distintivos colores, sus reconocidas ventanas y como no, su escudo. Ese lugar ha sido mi hogar desde siempre, no recuerdo la primera vez que lo pisé, que abrí alguna puerta de ahí, que vi cada pizarra, simplemente ese colegio ha sido todo para mí; y eso es lo único que no puedo negar.

Siento la velocidad del auto disminuir, miro por la ventana y efectivamente, ya logro vislumbrar a mi profesor de Gramática.

—Puede dejarnos por acá señor, muchas gracias—le ordena mi madre alistando el dinero para pagarle.

—Bueno señora—frena el auto y oprime el botón del taxímetro para pararlo—serian cinco mil pesos—le indica a mi madre.

—Aquí esta, muchas gracias.

—No hay de que, a su servicio—le responde a ella, pero me observa a mí fijamente, sus pupilas se dilatan poco a poca, como si viera algo lindo, de su gusto, corto la mirada y salgo del coche.

Lo veo alejarse hasta que gira por la segunda esquina, recuerdo su mirada, me da miedo y asco, borro eso de mi mente y me dispongo a pasar la calle. El profesor Alec me ve, me da la mano y yo se la recibo para un saludo.

— ¿Cómo está el niño consentido del Mallister? —me pregunta con una sonrisa en la cara.

—Ja Ja Ja, muy gracioso, aparte de fastidiado por verte, podría decir que bien—sentencio con una mueca de burla y desenlazando mi mano de la suya.

—Más tarde nos vemos en clase, cuidado por ahí.

Me dirijo a mi salón, sorprendido porque hoy no hay formación, pero aliviado pique no tendré que aguantar una cátedra de media hora acerca de nuestro futuro, lo que queremos ser hacer y blah blah bl...... ¡Baam! la mano de alguien oprime mi hombro, cuando volteo a ver, veo a Jerónimo, mi mejor amigo.

— ¿Cómo estas Andresito? —pregunta viéndome a los ojos saltones y risa burlona.

— ¿Ya sabes que no me gusta que me digan Andrés, o lo olvidas Alberto?

—Calla, calla, perdón. No soporto ese nombre de abuelo.

—A mí me parece muy tierno, aunque tú eres todo lo contrario a eso, bueno solo un poquito, osito precioso—digo mientras agarro sus mofletes, amasándolos como un pan, provocando una sonrisita en mi cara.

Jerónimo aparta mis manos de su cara, acto seguido por el rubor saliente en sus mejillas.

—Suéltame, mierda me sonroje AHHHH, esta me la cobraras Julián Andrés—sentencia fulminándome con la mirada, subiendo las escaleras hacia nuestro salón.

Carcajeo no más verle subir de esa manera, siento que de las cosas más satisfactorias que tenemos nosotros los gays es molestar a los otros niños hateros, obviamente siempre con respeto, pero yo sé que él sabe que es en broma.

Al subir cada escalón de la escalera, planteo cual será mi futuro, mi sueño siempre ha sido vivir en Londres, salir a caminar viendo a lo lejos el rio Támesis ondeando de lado a lado, sosteniendo en mi mano el manuscrito de mi novela que próximamente seria publicada, y de la mano de alguien que me quiera, solo pido eso.

Me percato que la puerta de mi salón está abierta, señal de que el profesor todavía no ha llegado, me encamino con destino a ella y al llegar lo veo al fin, a mi pequeño mundo, mi minúsculo zoológico, todos mis compañeros hacen las cosas de siempre, George juega su interminable juego, Luisa se retoca por milésima vez la máscara que adorna sus pestañas, Sara escribe y escribe la copia que le acaban de prestar, cada uno pertenece a un mini universo que juntos crean a décimo, décimo del bachillerato Mallister. El reflejo de unas manos invitándome a ir, ahí es donde veo a mis dos mejores amigas, Valentina y Laura.

—Hasta que al fin apareces—me regaña Laura mientras yo dejo mi maleta encima de mi escritorio—pero hoy te veo más alegre, se podría decir, ¿cierto que es verdad Vale?

Valentina asiente con la mirada.

—No sé si sea alegre, pero si curioso y algo ansioso, hoy tuve un sueño muy raro—la puerta del salón sonó, indicando la llegada del profesor Wilson—para resumirles rápido, era sobre un chico que no reconozco, yo, amor, y unos ojos inquietantes.

—Definitivamente tienes que contarnos—exclamaron las dos al unísono.

—Mejor acabemos las clases, esperemos el receso y les cuento—concluyendo la charla.

Me enderezo en mi silla, saco el cuaderno de Matemáticas, doy una última mirada a mis amigas y me dispongo a recibir otro día más de clases y tratar no morir en el intento. 

Ocean EyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora