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Por primera vez percibo el ladrido del perro del tendero cerca del Mallister, lo escucho tan seguido que puede pasar totalmente desapercibido por mí, realmente es tan curioso ese tipo de rutinas que se pueden crear sin que lo notemos, ejemplos como, el sonido intermitente de la nevera alrededor de las cuatro de la tarde, o el mítico sonido del edificio de al lado del colegio, abandonado desde que tengo memoria, pero extrañamente imposible de derrumbar.

Después de esa común introspección, el saludo de la cajera me recibe al entrar en la tienda.

—Hola Juliancito, ¿Cómo has estado? ¿muy pesado el colegio?

—Me encantaría poder decirte que no, pero por el contrario si lo he sentido un poco más pesado, dejan varias tareas y pues sofoca, ¿sabes? 

—Logro entenderte en cierto sentido—dice mientras señala todo el lugar con su índice izquierdo—desde que se fue el último empleado la carga de nosotros se ha incrementado el doble—concluye dándome un atisbo de sonrisa—Entonces, se cómo te sientes. 

Camino al estante de las frituras y mis ojos van directo a mi mayor adicción si hablamos de salado, los choclitos picantes son la mejor creación hecha por un ser humano, mejor dicho, todo lo que tenga que ver con picante me tienes en primera fila. Después de coger dos paquetes, dirijo esta vez mi mirada a las bebidas, repaso cada fila, una por una, hasta encontrar a mi adorada gaseosa de Uva. 

—Hasta que te encuentro—ironizo mientras saco la botella que quiero. 

—Entonces ahora hablas con los objetos Andresito? 

 Los ojos de Iván son lo primero que me encuentro al voltearme en dirección a su voz. 

—Acaso tú me quieres matar de un susto bobo? —reprocho mientras envió señales a mi cara que me ayuden a abaje el rubor en mis pómulos, causa de que me encontró en esta situación tan embarazosa. 

—Claro que no, simplemente me sorprende que hayas adquirido la habilidad de hablar con los objetos, algo más increíble que tienes. 

—Primero, no hablo con las cosas bobito y segundo, no tengo cosas increíbles pero igual gracias—le digo caminando hacia los cajeros, de reojo veo que Iván agarra un paquete de donas glaseadas, ya sé que regalarle algún día. 

Decido irme por doña Rosa, quien me saludo al entrar, veo que Iván al contrario va donde el señor de la derecha. Mientras mis productos van pasando por el escáner, siento la mirada taladrante de Iván en mi cara, intento levantarla lentamente y efectivamente, sus ojos azules expectantes de ver los míos chocan en una reacción instantáneamente explosiva, pero que decido cortar por el miedo a no tener la reacción deseada por él. Veo que el cajero que lo atiende le está entregando las vueltas al tiempo que el agarra la bolsa con su comida.

—Todo esto cuesta seis mil pesos—me indica la cajera con una amable sonrisa en su rostro. 

—Aquí esta doña Rosa—respondo entregándole el dinero que me pidió—Gracias, nos vemos mañana, que todo le vaya muy bien y que se tranquilice un poco el ritmo de trabajo—comento con una mirada de consuelo y agradecimiento. 

—No hay de que corazón, que te vaya muy bien. 

Agarro mi bolsa para salir del lugar, no más doy un paso fuera e Iván está esperándome con sus ojos puestos en mí, estirándome la mano, pero en dirección a mi hombro por lo que entiendo que quiere que le de mi maleta, entonces guardo rápido mi bolsa a la maleta y se la entrego. Una sonrisa esboza su cara. 

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⏰ Última actualización: Aug 08, 2021 ⏰

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