Capítulo 7

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Capítulo VII

Mis sueños al dormir nunca habían sido precisamente normales. Algunas veces soñaba con distorsiones de la realidad, en otras ocasiones eran divertidos, cuando podía controlarlos. En esos yo sabía que soñaba y manipulaba el entorno a mi antojo: Hacía crecer montañas con tan sólo levantar mis brazos, me elevaba en ellas, vigilaba al mundo desde su pico más alto. Podía hacer nacer alas de mi espalda y lanzándome al vacío, remontaba triunfante hacia el sol.

Pero no todos eran tan placenteros.

Con frecuencia, cuando tenía alguna preocupación o algo sobre lo que me sintiera incómoda, mi cerebro parecía alojarlo en algún rincón para torturarme con eso luego. Esta fue una de esas ocasiones. 

Elizabeth me había revelado un lado de Diego que hasta ahora yo desconocía, dejándome con angustia en el corazón y a merced de pensamientos angustiosos. Debí quedarme dormida en algún momento, para cuando estuve en lo más profundo de mi subconsciente, el desasosiego tomó el mando y recreó un terrible escenario para mí.

Yo nunca había ido a Montemagno, pero allá, en el fondo, sentía que estaba frente a él. Un enrejado colosal salvaguardaba su entrada, pero el hierro estaba oxidado, no era la construcción portentosa que siempre había imaginado. Por razones que desconocía me invadió una pesada nostalgia al aferrar mis manos a él para contemplarle de lejos. Mi visión era de largo alcance, sin duda ya era una vampiro completo. Descubría con tristeza múltiples montañas de ruinas, en mi mente se iban creando recuerdos repentinos, comprendí así que aquel montón de escombros eran todo lo que quedaba de los grandes salones de fiestas, aquellos en que alguna vez se habían celebrado las glorias de cientos de héroes.

–Sabes lo que tienes que hacer– me dijo una voz tan lúgubre que me hizo erizar.

Dirigí mi atención a su origen con suma cautela y vi aparecer ante mí una silueta oscura. Llevaba un sombrero alto de copa, tan negro como el traje que le cubría hasta los pies. No podía ver su rostro pero supe que me sonreía.

El grito agudo de una mujer me hizo sobresaltar y me volví completa hacia el lado contrario, su alarido había sido largo y espeluznante, una garganta humana no podía ser capaz de soltar un lamento así. Al no distinguir su localización, miré de nuevo a la figura que me hablaba, pero ésta se había desvanecido.

Me recorrió una extraña sensación, comenzó siendo un presentimiento inauditamente fuerte, la comprensión de que algo muy malo estaba a punto de ocurrir. Sin poder controlarlo empecé a llorar como nunca antes lo había hecho, y ese interior dónde se almacenan los sentimientos se me quebró con dolor imposible de describir. Sudaba frío. Caí en el suelo. Miré mis manos, algo pasaba, me cubría un manto invisible que me quitaba todo rastro de condición, me arrebataba mi vampirismo. Mi zansvrikismo. Erradicaba mi neoemia.

Esforzándome, luchaba contra la incorpórea presión que me subyugaba. Sostenida aún del enrejado corroído vi cómo mi hermano se acercaba, pero lejos de sentir alivio, el terror se apoderó de mí por completo. Se dibujó pues en su rostro una sonrisa macabra que jamás le había visto, me amedrentaba, quise gritar pero la voz de mi garganta estaba extinta. Diego sacó de su traje una daga afilada y sin piedad la hundió repetidas veces en mi pecho, haciendo largos y profundos cortes. Cuando se hubo cansado, introdujo a través de ellos su mano, arrancándome el corazón. Me di cuenta por lo absurdo de los hechos que se trataba de un sueño.

–¡¡BASTA!!

Grité para mí misma.

–¡¡DESPIERTA!!

Cambio de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora